Dirección Denzel Washington Guión August Wilson, según su propia novela Fotografía Charlotte Bruus Christensen Música Marcelo Zarvos Intérpretes Denzel Washington, Viola Davis, Stephen Henderson, Jovan Adepo, Mykelti Williamson, Russell Hornsby, Saniyya Sidney Estreno en Estados Unidos 25 diciembre 2016; en España 24 febrero 2017
La tercera película de Denzel Washington como director, tras Antwone Fisher y la inédita entre nosotros The Great Debaters, se ha convertido en su mayor éxito hasta la fecha detrás de la cámara. Y se lo debe a una obra con la que ya triunfó en Broadway hace una década y en la que da vida a un ex jugador de béisbol cuya carrera se vio truncada por el racismo y que sobrevive como puede de su sueldo como basurero y de la pensión que le reporta la herida de guerra de su hermano. Así mantiene a su familia, sobrellevando un carácter a veces agrio y exigente, otras alegre y exaltado, y siempre con la recurrente bebida como telón de fondo en el que se ahogan frustraciones que revierten en los hijos. El material promete, más teniendo en cuenta que forma parte de un decálogo teatral a través del cual August Wilson retrató la imagen del negro americano a través del siglo XX. Lástima que Washington haya optado por respetar escrupulosamente su origen teatral, hasta el punto de que el guión no es sino el propio libreto, ya que el autor murió hace más de una década. Lo lamentamos porque el teatro no es el cine, son lenguajes distintos que aceptan distintos recursos. La casualidad quiso que sólo un día antes viera en el Teatro Bellas Artes de Madrid La velocidad del otoño, una obra de Eric Coble que aquí se podrá ver en abril, dirigida con brío por Magüi Mira y protagonizada por Lola Herrera y Juanjo Artero donde se dan cita los recursos elementales de una sencilla y eficaz pieza de teatro, con un solo escenario y dos personajes bien definidos e interpretados que evocan una serie de sensaciones a través de unos textos muy elaborados que permiten expresar en poco tiempo un sinfín de emociones; la proximidad del público y la complicidad con los intérpretes logran ese poder de seducción, de la misma forma que estos medios no lo hacen cuando se trata de cine. Washington y sus acompañantes recitan magistralmente unas líneas de diálogo que sin embargo no funcionan, no traspasan la pantalla porque se antojan artificiosas y poco o nada convincentes, provocando eso que llamamos un espectáculo rancio. Cierto que esa es la intención del actor-realizador, potenciándolo incluso con una escenografía escueta, apenas la cocina y el patio de una casa de barrio obrero, y una fotografía luminosa y colorista cual bañada por unos focos escénicos. Viola Davis, que a estas alturas debe conocerse el papel de memoria teniendo en cuenta que también triunfó con él sobre las tablas, es quien más beneficiada ha salido de esta por otro lado sutil crónica sobre las consecuencias indirectas de la marginación y la esclavitud, y donde el machismo asoma también de forma contundente. Ella es quien ha cosechado con su interpretación todos los premios a mejor secundaria del año, desde el Globo de Oro al Oscar pasando por el Bafta y muchos más. No le podemos negar resultar la más convincente y emotiva en este artificio inflado en el que sólo una secuencia montaje ilustrada con un tema de Dinah Washington tiene verdadera enjundia cinematográfica.
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