Tras el concierto que el pasado mes de abril ofrecieron en el ciclo de cámara de la ROSS, Sono Reale acudió de nuevo a los jardines del Alcázar, esta vez con música exclusivamente italiana, siempre dentro de las particulares premisas con las que abordan habitualmente el barroco. El conjunto acusó los mismos defectos que ya apreciamos en ocasiones anteriores, exceso de amabilidad, una estética monocorde y un estilo de fábula no siempre concordante con la intención de sus autores.
Adaptadas a cuarteto con dos maderas, flauta y oboe, y bajo continuo, clave y violoncello, las partituras seleccionadas, con la única excepción del Op. 5 de Locatelli, fueron concebidas para el lucimiento del violín del que sus autores fueron todos virtuosos. Desvirtuadas por lo tanto de su concepto original, los intérpretes hicieron gala de dominio técnico y derroche de buen oficio; pero quizás el estilo aséptico que predominó devino en una sensación general de monotonía, lo que unido a una forma de abordar la música que casi parecía ilustrar una fábula, malogró gran parte de las posibilidades de un programa integrado por sonatas da chiesa que merecía mayores contrastes y fogosidad.
No fue el caso del segundo grave de la Sonata de Albinoni, al que Morelló imprimió de una especial melancolía y unos muy elegantes y elocuentes silencios entrecortados, o la excepcional Sonata de Vivaldi en torno a la danza portuguesa La follia que tantas obras inspiró en el Barroco tardío, y que encontró en los cuatro intérpretes un brío y una brillantez extraordinaria, contando para ello con un excepcional duelo de Morelló y Roper al que Talbot y Casal añadieron el cuerpo necesario.
Artículo publicado en El Correo de Andalucía el 17 de junio de 2015
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