Francia 2014 100 min.
Dirección Robert Guédiguian Guión Robert Guédiguian y Serge Valletti Fotografía Pierre Millon Música Eduardo Makanoff y Christoph Müller Intérpretes Ariane Ascaride, Jacques Boudet, Gérard Meylan, Jean-Pierre Darroussin, Anaïs Démoustier, Adrien Jolivet, Lola Naymark, Youssouf Djaoro Estreno en Francia 18 junio 2014; en España 24 julio 2015
Hay una serie de constantes en el cine de Robert Guédiguian; Marsella, su grupo de intérpretes incondicionales y Ariane Ascaride como protagonista son algunas de ellas. Pero hay otra que da mayor seña de identidad a su cine, que es la lucha de clases y la revolución social, algo que en esta cinta de carácter eminentemente amable y relajado parece diluirse. Aunque sólo lo parece, pues en el fondo se insiste en esa lucha y su inevitable choque. Ariane aquí es un ama de casa cuya vida parece tan estereotipada y previsible como la recreación virtual del bloque de pisos en el que vive, un proyecto de hábitat vendido y consumido como paradigma de la única felicidad posible. Ante el desprecio que parece recibir de los suyos en el día de su cumpleaños, la mujer se entrega a una experiencia casi onírica y con tintes surrealistas que le hará conocer una realidad distinta, mucho más anárquica que aquella a la que el sistema y la educación le han encaminado, y en la que como no podía ser menos hallará tantos o más motivos para una felicidad real y duradera. Cual Alicia en el País de las Maravillas, Ariane experimentará situaciones tan gozosas como el baile árabe en el puente levadizo, los almuerzos bulliciosos en el Café Olympique, en cierto modo deudor de la estética Kaurismaki, o el improbable asalto al Museo de Historia Natural para robar fetos de animales marinos y devolverlos a su entorno original; todo ello después de ir siendo despojada poco a poco de todos los símbolos convencionales que le van quedando. Experiencias que lejos de subrayar su conciencia de clase le irán marcando un nuevo rumbo aplicable a su propio ecosistema. Lástima que tan encomiable premisa no encuentre en su desarrollo el nivel de implicación necesario para enganchar a un espectador seguramente más desorientado de lo habitual, posiblemente incapaz de empatizar con la propuesta y puede que hasta decepcionado con una conclusión que no alcanza a solucionar ni aclarar el viaje emprendido, con lo que al final sólo queda una sucesión de episodios disparatados al son de una banda sonora que mezcla al cantautor Jean Ferrat con el cabaret de Kurt Weill, y Mendelssohn, Verdi o Pergolesi para darle un toque de qualité al conjunto.
No hay comentarios:
Publicar un comentario