Teatro Lope de Vega 2 de marzo de 2012
Reconozco que tenía bastantes expectativas sobre este musical basado en los últimos días de vida de la mítica Judy Garland. Mi ignorancia sobre el original del reconocido dramaturgo inglés Peter Quilter me hizo pensar que se trataba de una especie de cabaret en el que Natalia Dicenta, una experta en materia, incorporase a la malograda diva alternando números musicales con monólogos y puntuales diálogos con sus compañeros de reparto, pero sin una dramatización excesivamente convencional. Asistimos sin embargo a una obra teatral en toda regla, sin mucho interés, que recorre la decrepitud de un juguete roto por las dependencias, una infancia adulterada, la presión del mundo del espectáculo y una serie de infortunadas relaciones sentimentales. Una vez más se muestra más interés por mostrar la miseria que la gloria de una gran estrella, como suele ser habitual en los últimos tiempos.
Coincide esta crónica en nuestros escenarios del desastre emocional de Judy Garland con otra similar, esta vez en la pantalla grande y con un tratamiento mucho más amable, de una melancólica Marilyn Monroe. Y curiosamente ambas ambientadas en Inglaterra, tratándose sus orígenes literarios de esa nacionalidad, donde parecen proliferar los abanderados de las desgraciadas estrellas. Una escenografía casi de saldo, puede que con la intención de enmarcar también en la sordidez del crepúsculo y la decadencia las repetitivas escenas en torno a la dependencia de la actriz a las pastillas y el alcohol y su lucha con su nuevo amante (Mickey Deans, incorporado por Nacho López), más procupado por su sobriedad de cara a completar la gira que le ha llevado a Londres que estrictamente por su salud y felicidad. El contrapunto cómico y humano lo personifica el inevitable personaje homosexual, un pianista que funciona como catalizador de ese público entregado que suelen tener las divas entre el colectivo gay. Destacan los figurines de la gran Yvonne Blake, ganadora del Oscar y el Goya, muy documentados en los modelos que la madre de Liza Minnelli lucía en películas y actuaciones en directo ya legendarias.
Miguel Rellán, a la izquierda, interpretó el papel de Anthony en el Teatro Marquina de Madrid |
Mientras Mauro Muñiz (Miguel Rellán en su estreno madrileño) toca el piano doblado por J. Manuel Villacañas, y una orquesta pregrabada acompaña, Natalia Dicenta, auténtico soporte de este seudoespectáculo, mimetiza con enorme esfuerzo y acierto los gestos y manías de Judy, aunque tendiendo a la sobreactuación. Pero cuando canta se eleva la calidad de la oferta. Su voz educada y moldeada es capaz de abordar diversos registros y tesituras, con el trabajo añadido de imitar excelentemente el estilo y el timbre de la Garland. El único pero habría que ponérselo a su enorme empeño por imitar, en detrimento de una mayor transmisión de emoción, con lo que al final parece que asistamos al espectáculo de una cover. Lo que sí queda confirmada es la pasión y el buen hacer de la actriz por la música clásica norteamericana. La sobreactuación con la que los personajes dan vida a unas situaciones repetitivas e insufribles, y a menudo rayanas en el mal gusto, no ayudan, y al final hubiéramos deseado que se hubiesen incluido más canciones, además de los clásicos desgranados por la hija de Lola Herrera, como The Trolley Song, The Man That Got Away, For Once in My Life, Get Happy, Come Rain or Come Shine y, por supuesto, Over the Rainbow.
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