Dirección RaMell Ross Guion RaMell Ross y Joslyn Barnes, según la novela de Colson Whitehead Fotografía Jomo Fray Música Alex Somers y Scott Alario Intérpretes Ethan Herisse, Brandon Wilson, Aunjaue Ellis-Taylor, Hannish Linklater, Fred Hechinger, Daveed Diggs, Robert Aberdeen, Gralen Bryant Banks Estreno en el Festival de Telluride (USA) 30 agosto 2024; en Amazon Prime 27 febrero 2025
Desconcertante debut en el largometraje de RaMell Ross, convertido así, de la noche a la mañana, en objeto de culto e incomprensible admiración. Se trata de la adaptación de una novela ganadora del Pulitzer (¡qué bien venden los americanos todo lo suyo!), que como Sugarcane, otro trabajo en liza para los Oscar, en este caso en el apartado de mejor documental, indaga sobre la limpieza étnica en uno de esos centros educativos o reformatorios que con el tiempo han arrojado escalofriantes cifras de abusos y fallecidos. Pero la cinta de Ross no se limita a ser una denuncia o un alegato sobre la barbarie de un país considerado civilizado y que quizás se erige como el más racista del mundo occidental, por no decir del mundo en general.
Donde allí eran indios canadienses, aquí son una vez más negros, en concreto dos jóvenes a quienes sólo vemos juntos una vez, gracias a un espejo en el techo que los refleja y sirve como cartel anunciador. Porque el resto del tiempo, la cámara adopta una posición subjetiva y vemos a cada uno de los protagonistas con los ojos del otro, por lo que siempre hay uno que escapa a nuestra perspectiva, en lo que se convierte en caprichoso y a la postre irritante ejercicio de experimentación formal. Todo se reduce entonces a dos horas y veinte minutos tediosos, hundidos en una narrativa caprichosa, que juega constantemente al desafío, por lo que hay que estar muy atento y espabilado para comprender el conjunto de adversidades por el que atraviesan los dos jóvenes en una crónica con tendencia permanente a la impostura y el preciosismo estético, incluido el formato cuadrado y la música vanguardista.
Fuera de este prisma queda la denuncia, la catarsis emocional y el juego dialéctico, que pierden fuerza y efectividad a favor del experimento, para entregarse todo a la videocreación artística y el desapego hacia todo lo grave que se cuenta, las atrocidades perpetradas en el centro al que alude su título, Nickel. Habrá quien quiera ver poesía, pero por mucho que cuente con el beneplácito de industria y crítica, rendida a sus supuestos encantos, a nosotros sólo se nos antoja una película pedante y ridícula.
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