Después de unos días
colmados de música de Manuel
García en su propia tierra, tras la presentación de I tre gobbi en la sala del Maestranza
que lleva su nombre, y la selección que de coplas suyas hizo Ismael Jordi en su
triunfal recital del pasado fin de semana, en ambos casos con la colaboración
al piano y la restauración de Rubén Fernández Aguirre, por fin escuchamos su música a toda orquesta, con su ópera
de un solo personaje El poeta calculista.
Una comedia lírica que se estrenó en Madrid
en 1805, y que poco después cosecharía un gran éxito en París, donde el autor
pasó sus años más fructíferos e icónicos. Su reivindicación por un conjunto, la
Orquesta de Cámara de Bormujos, cuyo mayor empeño desde que se fundó en 2016 ha
sido recuperar páginas del Clasicismo poco
transitadas, ha constituido la primera aportación al Femás de esta joven
formación del Aljarafe, que esperemos que no sea la última; el éxito logrado le avala.
Un trabajo hecho
con cariño y esfuerzo
Gran parte de la
responsabilidad de este éxito es de su director, el profesor Álvarez Calero,
que pone todo su cariño y entusiasmo
en cada una de las propuestas que, temporada tras temporada, presenta ya sea en
el Salón de Actos del CEU de Bormujos o en este mismo Espacio Turina que ya ha confiado en varias ocasiones en la
oportunidad de programarlas.
En El poeta calculista un aprendiz de libretista imagina lo que haría
con el legado de obras sin publicar que heredara de un rico hacendado al que
prestara servicios. Cómo iría poco a poco sacando
rédito del arsenal de libretos, desde tonadillas a boleros, pasando por
coplas, escenas operísticas y comedias líricas que irían poco a poco engrosando
su patrimonio hasta alcanzar la gloria y
la riqueza que ansiaba.
Joven y apuesto
tenor almeriense
Un solo personaje al que dio vida de forma impecable el joven tenor
almeriense Juan de Dios Mateos, que no cosecharía como personaje la riqueza
anhelada, pero sí como intérprete el
aprecio y la simpatía de todos y todas quienes tuvimos el privilegio de
acompañarle en una mañana triunfal de domingo.
Álvarez Calero supo impregnar de fuerza y color una
obertura en la que se vislumbraba ya el milagroso cosmopolitismo de quien aún
no había salido de las fronteras españolas y ya parecía conocer todas las nuevas corrientes que se cocían en la
Europa más elitista. Una pieza de corte rossiniano y gramática distendida
en la que no fue difícil vislumbrar una claridad melódica y una estructura
orquestal tan férrea como flexible, con episodios
sensacionales en las maderas, algo menos en los metales, y quizás un punto
por debajo en la cuerda, que en los pasajes más agudos ofrecía cierta tendencia
a la estridencia, siempre dentro de unos
parámetros más que aceptables.
El tenor aprobó con creces en fluidez, potencia,
proyección, coloratura y agilidades, demostrando por qué se maneja tan bien
en el bel canto. Pero sobre todo
destacó su enorme simpatía, y esa
actuación que no sabemos si autóctona o dirigida, logró una comicidad y una
gracia inusitada, de la que fueron partícipes algunos integrantes de la
orquesta, especialmente el concertino Nazar
Yasnytskyy y sobre todo el propio Álvarez Calero, que se prestó a algunas
chanzas pactadas con el carismático
protagonista.
Así, piezas tan
populares como Yo que soy contrabandista,
repetida como propina, la agotadora aria
grande o el sorprendente dúo en el que tiene que alternar voces impostadas de bajo y soprano, se
intercalaron con interludios orquestales en los que la formación evidenció el
mismo cariño y buen gusto que en los pasajes acompañantes, siempre en sintonía y perfecta concertación con
la voz de Mateos.
La fecunda comicidad de
la propuesta, la naturalidad con la que todos sus artífices acometieron la
empresa, y la felicidad que
transmitieron al público, lograron una agradabilísima sorpresa en forma de
concierto que tardaremos en olvidar. Si para este ingenuo poeta calculista soñar es gratis, para nosotros disfrutar de un espectáculo así no tiene
precio.
Artículo publicado en El Correo de Andalucía
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