Stile Antico hace
acopio de una disciplina férrea y un
sonido hermoso en la tradición de los conjuntos ingleses que se dedican a
la música polifónica, y una puesta en escena esmerada y meticulosa en la que el
emplazamiento de voces resulta
crucial para disfrutar al máximo de sus posibilidades en cada propuesta.
Tras un arranque en el
que ya se vislumbraba el carácter
fundamentalmente balsámico de la música programada, el homenaje discurrió
primero por quienes influyeron en su música, con Josquin Desprez, franco flamenco capaz de transmitir una emoción
directa, y Jacques Arcadelt, también
franco flamenco, de estilo melodioso y refinado, a la cabeza.
Especialmente emotivas
resultaron las elocuentes pausas con
las que el conjunto se enfrentó al Salve
Regina a cinco voces de Desprez, destacando el fraseo cuidadoso y flexible de cada una de las doce voces. Echamos
en falta en este primer bloque la influencia de Cristóbal de Morales,
especialmente relevante en la escritura de sus misas.
El segundo bloque se
centró en la Contrarreforma, de la
que Palestrina fue el más destacado representante, sobre todo a través de melodías claras y ritmos precisos. Una
polifonía suave y consonante, característica del Renacimiento tardío, que se
tradujo en una asombrosa flexibilidad
y una articulación precisa al servicio de una armonía esplendorosa, en la que
tuvo cabida un breve motete de Tomás
Luis de Victoria, que perfeccionó su estilo en el Colegio Germánico de
Roma, donde coincidió con el homenajeado, y cuya música respira una atmósfera mística.
Unas dinámicas muy estudiadas consiguieron
que el final de esta primera parte asemejase un canto alzado a ese cielo
imaginado que resolvía todos los
problemas sufridos en la tierra.
Emoción y claridad
Ya en la segunda parte,
resultó especialmente conmovedor y revelador el canto a solo cuatro voces del
madrigal Goia m’abond’al cor, dos
sopranos y dos tenores abandonados a la
belleza absoluta, evidenciando una calidad en las voces sólo al alcance de
los más refinados solistas. Se trataba de exhibir los esfuerzos por introducir elementos profanos en la música de la
época, tan proclive a respetar los designios eclesiásticos.
El legado de Palestrina ocupó el bloque final, con música de Felice Anerio, ya a las puertas del
barroco, sucesor de Palestrina en la Capilla Papal, cuya solidez impregnada de
misticismo sirvió al conjunto para adaptarse a otro estilo y cambiar tímidamente de registro, algo
que logró a lo largo del concierto que no resultara tan monótono como se
preconizaba.
Igualmente piadosa sonó
la música de Gregorio Allegri,
también discípulo del homenajeado. Y finalmente un gran salto a tiempos
contemporáneos, con la inclusión de una pieza en clave de motete, homenaje al
insigne compositor italiano, de la británica Cheryl Frances-Hoad. Como propina, el conjunto entonó The Silver Swan de Orlando Gibbons, que este año cumple cuatrocientos.
Aunque los textos se
podían consultar en la web del festival, disfrutarlos sobre el escenario, traducidos por cortesía de la Asociación de
Amistades de la Barroca, evitó la molestia de los móviles encendidos. El
respeto y recogimiento del público colaboró a la feliz resolución de un concierto
para el que el Espacio Turina a veces se quedó corto en acústica, provocándose saturación en los momentos
más álgidos.
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