Irán 2020 99 min.
Dirección Majid Majidi Guion Majid Majidi y Nima Javidi Fotografía Houman Behmanesh Música Ramin Kousha Intérpretes Roohollah Zamani, Mahdi Mousavi, Abolfazi Shirzad, Mani Ghafouri, Shamila Shirzad, Javad Ezati, Ali Nassirian, Safar Mohammadi, Ali Ghabeshi, Tannaz Tabataei Estreno en el Festival de Venecia 6 septiembre 2020; en España 14 mayo 2021
Irán sigue apostando por un cine de denuncia que lógicamente solo encuentra eco fuera de sus fronteras, donde únicamente logró un pase especial en un festival especializado medio año antes de exhibirse en Venecia y empezar su periplo internacional. Como en tantas otras ocasiones, este tipo de cine solo es consumido por quienes al menos teóricamente estamos ya concienciadas y concienciados con la problemática que exhibe, luego ni siquiera su andadura internacional cala. De hecho lo estamos viendo actualmente, cómo la comunidad internacional y los medios prestan más atención a la crisis de Ceuta como un conflicto diplomático y político, en lugar de considerarlo lo que realmente es, una crisis humanitaria de especial envergadura, la que padecen millones de personas en todo el mundo que buscan una oportunidad, que persiguen el simple sueño de vivir en unas condiciones tan dignas como las que disfrutamos quienes vivimos a este lado del globo, y que no olvidemos en su mayor parte proviene precisamente de la explotación y el desdén con el que hemos tratado a los pueblos que claman justicia política y social.
Es la herencia que hemos dejado, y la que otros han aprovechado para imponer su religión y voluntad y someter a hombres y mujeres ya desde esa supuesta tierna infancia, robada para todas estas miles de personas para las que la educación es un lujo, y un peligro para quien decide someter, dominar y controlar. En este contexto el director iraní Majid Majidi ha tejido gran parte de su obra, desde aquellos Niños del paraíso, pasando por el problema de los refugiados afganos en Lluvia, tema también presente aunque de manera tangencial en este emocionante y hermoso cuento de las mil y una noches. Porque Majidi es consciente de que cuanto más amena y entretenida sea la función, más calará su mensaje y mayor será su nivel de comprensión. Por eso echa mano de la legendaria habilidad persa para contar historias, y con reminiscencias de Aladino, Simbad y Alí y sus cuarenta ladrones, construir un relato de aventuras, encuentros y desencuentros, en el que cuatro niños y una niña se ven envueltos en una trama aventurera, un reto que les obligará a matricularse en una escuela que funciona gracias a la iniciativa privada y la beneficencia, un paraíso con el que poder salir de las calles y del trabajo infantil, cuestiones tan condenadas en declaraciones internacionales como sistemáticamente despreciadas e incumplidas.
En ese contexto Majidi consigue combinar aventura, emoción, sentimiento, denuncia y drama con tanta frescura como naturalidad, sin que sus aparentes imposturas y fragilidades malogren el espectáculo, y logrando con un guion modélico y unas interpretaciones asombrosas, especialmente la del niño Roohollah Zamani, que realiza un trabajo dramático y físicamente extenuante, que su mensaje cale en nuestro corazón. Se trata simplemente de esa búsqueda legítima de una vida mejor, una vida digna, la que le ha sido robada a millones de personas en todo el mundo y les obliga a llevar a cabo empresas imposibles, tan arriesgadas como cruzar un charco de mar sin saber nadar, víctimas de la desesperación y de intereses políticos encontrados, sin que nadie repare en la obligación que todos y todas tenemos de solidarizarnos, ser generosos y generosas y permitir que nuestra calidad de vida merme un poquito por el bien de una mayor justicia social, no solo poética. Pero el mensaje solo llega a quienes lo conocemos; la taquilla no se nutre de ingenuos y soñadoras, sino de gente en su mayoría tan satisfecha de sí misma que se niegan a prescindir de todos los caprichos a los que una sociedad egoísta, convenida e injusta les ha enganchado.
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