Francia 2015 87 min.
Guión y dirección Alexandr Sokurov Fotografía Bruno Delbonnel Música Murat Kabardokov Intérpretes Louis-Do de Lencquesaing, Vincent Nemeth, Benjamin Utzerath, Johanna Korthals Altes, Jean-Claude Caër, Andrey Chelpanov Estreno en el Festival de Venecia 4 septiembre 2015; en Francia 11 noviembre 2015; en España 3 junio 2016
Alexandr Sokurov es un director difícil, tan consciente de su genio que no se conforma ni a la hora de hacer ficción ni mucho menos de realizar documentales con hacer un trabajo didáctico y convencional; él tiene que llegar a más. En su obra se muestra cada vez más empeñado en hacer de todo lo que toca una elegía, de conseguir poesía a través de la imagen y la ayuda inestimable del sonido, en el que incluye música, atmósfera y, por supuesto, la palabra. La cultura y el arte suele ocupar un lugar destacado en la obra de este singular director ruso. La música fue protagonista de Dmitri Shostakovich: Sonata para una viola y Rostropovich y Vishenvskaya: Elegía para una vida; Galina Vishnevskaya, soprano, actriz y esposa de Rostropovich, protagonizó además Alexandra, donde una abuela conoce el horror de la guerra en los campos de batalla de Chechenia. En todos estos trabajos Sokurov analiza la relación entre el poder y el arte, pero nunca tanto como en El arca rusa, donde un sorprendente e inexplicable plano secuencia recorría las galerías y salones del Museo Hermitage de San Petersburgo, y ahora en Francofonía, donde nos invita a visitar el Louvre con la consigna de salvaguardar su contenido en tiempos tan difíciles como los de la ocupación nazi de 1940, coincidiendo ahora curiosamente con la evacuación de parte de sus tesoros ante la crecida del Sena. Dos son las figuras eje de esta salvaguarda, el director de la institución, Jacques Jaujard, y el Conde Franz Wolff-Mettermich, comisionado del régimen de Hitler para coordinar la requisa de las innumerables obras de arte contenidas en el museo. Gracias a estos dos hombres se pusieron a salvo del invasor y en favor de la humanidad tantos siglos de conocimiento y sabiduría, de esa cultura que tan importante es para el desarrollo de nuestra especie. Pero Sokurov no aborda el material con intenciones didácticas ni apasionadas, sino como recurso para engendrar su propio arte, una experiencia audiovisual a la manera de un video experimental en el que bellos y rebuscados encuadres sirven de escenario a las elucubraciones enfermizas de una voz en off que se cuestiona el arte como fuente de vida, inspiración y pócima para evitar nuestro propio naufragio. El resultado puede ser irritante o reconfortante, muy en línea de la nutrida filmografía del controvertido realizador, pero en cualquier caso nunca indiferente ni insignificante.
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