Reino Unido 2015 103 min.
Dirección Stephen Frears Guión John Hodge, según el libro de David Walsh "Seven Deadly Sins" Fotografía Danny Cohen Música Alex Heffes Intérpretes Ben Foster, Chris O’Dowd, Jesse Plemons, Guillaume Canet, Lee Pace, Dustin Hoffman, Denis Ménochet, Elaine Cassidy, Laura Donnelly, Edward Hogg, Chris Larkin, Jorge León Martínez, Michael G. Wilson, Lucien Guignard Estreno en el Festival de Toronto 13 septiembre 2015; en Reino Unido 16 octubre 2015; en España 22 junio 2016
Sorprende la facilidad con la que Stephen Frears se adapta con solvencia a cualquier género cinematográfico, lo que le confirma como el buen realizador que es y lo sitúa al nivel de los grandes artesanos del cine clásico americano. A la espera del biopic sobre la nefasta cantante de ópera Florence Foster Jenkins que protagoniza Meryl Streep, su última película estrenada en nuestras pantallas fija su mirada en el caso de Lance Armstrong, que pasó de ser ídolo entre las masas por sus siete tours de Francia ganados consecutivamente y su filantropía, a convertirse en el mayor villano y farsante de la historia del deporte tras conocerse su adicción al dopaje para aumentar considerablemente su rendimiento. Frears encara la misión de ilustrar esta crónica del presente siglo manteniendo la admiración y la dignidad del personaje, que no en vano llegó a superar un cáncer para regresar victorioso al deporte, aunque fuera impulsado por las drogas, sin menospreciar su labor como impulsor de la investigación contra el cáncer. Centrado en cuatro personajes fundamentales, el propio Armstrong, su compañero de equipo y cómplice el amish Floyd Landis, el médico que puso en marcha el programa Michele Ferrari y David Walsh, el periodista del británico The Sunday Times que lo desenmascaró. La película resulta dinámica y vitalista, gracias también en parte a una magnífica fotografía que alterna con soltura imágenes de archivo en las que incluso se puede atisbar la figura de Induráin (la de Contador tiene intérprete propio, el francés Lucien Guignard), y a una vibrante partitura de Alex Heffes en la que se hace una moderna revitalización del Gloria de Vivaldi. Los hechos se exponen con claridad narrativa estructurada en dos partes, la forja del ídolo a fuerza de voluntad, un coraje sin límites y, ya se sabe, el uso fraudulento de sustancias dopantes; y la investigación y posterior revelación del delito, que le valió renunciar a los siete triunfos que le llevaron a liderar el ránking de los mejores ciclistas de la historia, tal como se narra en el libro ocurrentemente titulado Seven Deadly Sins: My Pursuit of Lance Armstrong (Siete pecados capitales: Mi persecución de Lance Arnstrong) del propio David Walsh. Frears disecciona el texto con una narrativa didáctica e impoluta, decantándose por un estilo gangsteril potenciado por la excelente interpretación de Ben Foster, que debería así ver catapultada su carrera de papeles secundarios (Warcraft en cartel, Inferno de Dan Brown por estrenar) a protagonistas. El resto del elenco también funciona con eficiencia casi aritmética, para dar como resultado un film apasionante.
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