Dirección Gabriel Clarke y John McKenna Guión Gabriel Clarke Fotografía Matt Smith Música Jim Copperthwaite Documental Estreno en el Festival de Cannes 16 mayo 2015; en Reino Unido 20 noviembre 2015; en España 3 junio 2016
Tras triunfar en títulos como Los siete magníficos, La gran evasión, El Yang-Tsé en llamas, El caso Thomas Crown y muy especialmente Bullitt, Steve McQueen se embarcó en 1971 en su proyecto más ambicioso y personal, una película que le permitiera reflejar en todo su esplendor y con la máxima belleza posible su pasión por la velocidad, eclipsando otros títulos recientes sobre carreras de coches emblemáticas, como Grand Prix en relación al circuito de Montecarlo, y 500 millas sobre Indianápolis. La suya tenía que ser la cinta definitiva sobre el asunto, y para ello llevaba ya unos años gestando su propia productora, Solar Productions, que asociada con Cinema Center Films debía dar como resultado una carta blanca para llevar la empresa a su gusto y bajo su entera supervisión. Este documental pretende reflejar la epopeya que protagonizó el difícil y accidentado rodaje de esa película, y se presenta como complemento ideal para futuras ediciones en blue-ray de lujo de una obra que fue un fracaso en su momento pero que poco a poco ha ido ganando adeptos, muy especialmente entre la afición a las carreras automovilísticas. Una historia que debía desarrollarse en veinticuatro horas acabó tragándose meses de rodaje y enorme cantidad de metraje, sin que durante mucho de este tiempo se contara con un guión determinado. De hecho, más allá de su valor documental, la película cuenta una historia nimia y escasamente trascendental en la que un piloto regresa al circuito un año después de sufrir un accidente en el que murió el esposo de una amiga, que también regresa al lugar con el fin de ofrecer una trama romántica mínima y convencional. Sin embargo la fuerza de sus imágenes, sus escenas de impacto y la pasión desplegada hacen la experiencia única e inimitable, por mucho que la técnica haya revolucionado el cine de acción hasta límites entonces impensables.
Aunque su primer director convocado, John Sturges, abandonó el proyecto cuando la falta de guión se hizo inasumible, y su director definitivo, Lee Katzin, apenas cumple las condiciones de un realizador artesanal pero de escaso talento, el empeño de McQueen dio sus frutos en un film apasionante y vertiginoso, al que el documental de Clarke y McKenna rinde homenaje con la inestimable ayuda de Chad McQueen, hijo del actor y de la estrella de Broadway Neile Adams, y que fue también piloto de carreras hasta que sufrió un grave accidente con dolorosas secuelas. El film sirve para tejer no sólo una mirada a ese mundo, sino también a los pilotos que la protagonizaron, muchos de los cuales prestan su imagen y voz al documental, incluido David Piper, que sufrió la amputación de una pierna durante el rodaje y a quien se dedicó no sólo la película sino también este documental. Salpicado de episodios de su vida personal, como su matrimonio, la crisis posterior y su promiscuidad, o cómo se salvó de milagro de morir en manos de Charles Manson y su secta en casa de los Polanski, el conjunto sirve así para ofrecer una imagen bastante completa y convincente del actor cuya rebeldía parece herencia del malogrado James Dean, otra víctima de la velocidad. Realizado según pautas tradicionales, material de archivo y testimonios elegantemente filmados, el producto no sobrepasa el nivel discreto de dignidad, pero se revela como introducción perfecta para revisar un título maldito fruto de la ambición de un megalómano, apasionado de uno de los deportes más paradójicos del mundo, por cuanto de transgresión de las normas habituales de prudencia y moderación significa, al que no dudaba de definir como vida, mientras todo lo demás era sólo espera (una frase suya incluida en el problemático guión).
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