domingo, 25 de abril de 2021

EL HOMBRE QUE VENDIÓ SU PIEL Sofisticado cuento sobre la libertad y el abuso del poder

Título original: L’homme qui a vendu sa peau
Túnez-Francia-Bélgica-Alemania-Suecia 2020 104 min.
Guion y dirección
Kaouther Ben Hania Fotografía Christopher Aoun Música Amin Bouhafa Intérpretes Yahya Mahayni, Dea Liane, Koen De Bouw, Monica Bellucci, Saad Lotan, Darina Al Joundi, Jan Dahdoh, Christian Vadim, Marc de Panda, Najoua Zouhair Estreno en el Festival de Venecia 4 septiembre 2020; en el Festival de Sevilla 9 noviembre 2020; en Estados Unidos (internet) 2 abril 2021


Apenas tenemos referencias en España de la directora tunecina Kaouther Ben Hania, y sin embargo es una personalidad bastante reconocida a nivel internacional Su última película, este hombre que vendió su piel, se estrenó en el pasado Festival de Cine de Sevilla, y ahora alumbra nuestro interés tras recibir una inesperada nominación a los Oscar en su apartado de mejor película internacional.

Quizás lo más llamativo de la cinta esté en su sofisticado e intencionadamente moderno acabado formal. No es el tipo de película que esperamos ver de una cinematografía árabe, lejos de la miseria, del acabado tosco y la denuncia atroz y desesperada que de sus condiciones de vida y cultura rebosan las películas árabes que llegan a nuestras pantallas. Sin embargo Ben Hania se escuda en esta estética moderna y estilizada para incidir en esa brecha socio cultural que separa oriente de occidente, del legado de pobreza y decrepitud que hemos dejado en los continentes africano y asiático, y de la supremacía ejercida desde tiempos ancestrales por ricos sobre pobres, plasmado aquí de forma quizás algo tosca en el mundo del arte, sus abusos, caprichos y superficialidades.

Un hombre permite que su espalda se convierta en cotizada obra de arte merced al tatuaje, para así poder emprender un viaje que le lleve a reencontrarse con la mujer a la que ama, y de paso huir de un país, Siria, en llamas y un Líbano próximo a estarlo. Su anunciada sofisticación, el evidente atractivo de sus protagonistas, aunque Mahayini se preste en demasiadas ocasiones a la sobreactuación, y De Bouw al exceso de gestualidad, y una narrativa sencilla y amable hacen que el producto se disfrute con facilidad, pero con la sensación de que había mucho más que rasgar y que la empresa merecía una visión más cínica y devastadora de la que la estilista Ben Hania es capaz de ofrecer.

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