domingo, 11 de abril de 2021

MARIE, PECADORA Y EN VÍA CRUCIS

Ópera de Germán Alonso con libreto de Lola Blasco. Germán Alonso, dirección musical. Rafael R. Villalobos, dirección escénica y vestuario. Emanuele Sinisi, escenografía. Felipe Ramos, iluminación. Con Nicola Beller Carbone, Xavier Sabata, Pablo Rivero Madriñán, Juia de Castro, Luis Tausía y la voz de Lola Blasco. Ensemble Proyecto Ocnos. Producción del Teatro Real y el Teatro de la Abadía. Teatro Lope de Vega, sábado 10 de abril de 2021

El caso del peluquero Johann Christian Woyceck, que asesinó a su compañera sentimental y fue ejecutado en 1824, suscitó un importante debate científico sobre la naturaleza de su execrable acto y sus facultades mentales, que germinó en la novela que el joven médico y escritor Georg Büchner esbozó años después bajo la tesis del asesino inocente, y derivó cuarenta años después en el drama escénico de Karl Emil Franzos, que confundió la y del nombre por una z, inspirando la ópera de Alban Berg que pasó así a denominarse Wozzeck. Aquella década de los veinte del pasado siglo, con las heridas de la Primera Guerra Mundial sin cerrar y la crisis económica y laboral que provocó un empobrecimiento todavía más rotundo de la clase trabajadora, propició que el compositor se centrase más en el retrato del protagonista como un pobre diablo, un trabajador hundido en la miseria y la desesperación, cuya naturaleza sufriente le llevara también a asesinar a su pareja instigado por unos celos irrefrenables. Un comportamiento enfermizo durante siglos redimido y sujeto a la piedad y la comprensión, que dio lugar incluso a la catalogación de este tipo de nauseabundos crímenes con la coletilla de pasionales.

La dramaturga Lola Blasco tuvo la feliz idea de contar la historia de Woyceck desde el punto de vista de ella, Marie, maltratada y asesinada como lo siguen siendo una insostenible multitud en la actualidad, lo que nos ha llevado a una profunda reflexión y un cambio radical en el tratamiento del problema, a su reeducación y a cuestionarnos los parámetros y pilares que sustentan una sociedad incuestionablemente machista, lastrada por siglos de dominación del hombre sobre la mujer, con la aquiescencia de la Iglesia y el pretexto, como muy bien señala Blasco en su muy trabajado texto, del control de la Naturaleza, y con ello de la mujer como portadora de vida que es. No encontramos sin embargo en esta contraópera el reverso prometido, la versión de ella como víctima, mientras asistimos incrédulos de nuevo a la caracterización de su verdugo como persona inestable, malograda por la sociedad y la religión, omnipresente mediante una enorme cruz y la palabra pecado asaltando nuestros oídos continuamente. Y nos preguntamos ¿no va siendo hora ya de condenar esos pilares machistas y vaticanistas al olvido, a ignorarlos, despreciarlos? ¿Acaso no veníamos a escuchar y sentir la posición de la víctima, no a ver sufrir al asesino y admitir sus taras e inseguridades? Se ha perdido la posibilidad de convertir a Marie en una mujer actual, que disfruta de su cuerpo y sexualidad como hemos disfrutado siempre los hombres, sin por ello tener que seguir siendo prostituta y cocainómana, sin condenarla ni cuestionarla. Parece mentira que los y las responsables de este proyecto ronden los treinta años; no pueden evitar seguir reproduciendo los cánones de esas sociedad podrida que paradójicamente pretenden denunciar.

Fallido en lo conceptual, soberbio en lo escénico y musical

Sabata y Carbone
Al margen de estas consideraciones de índole ideológico y conceptual, nos hallamos ante un espectáculo teatro musical de primer orden, que atrapa al público de inicio a fin, se hace corto y atrae por sus formas y perfecto acabado, así como por el rico texto que la propia autora declama en un alto porcentaje, que aunque no atine en muchos de sus postulados, integra ideas y narraciones muy interesantes. El elenco cumple igualmente con un excepcional trabajo, gran parte de cuyo mérito se lo debemos sin duda al director de escena, un Rafael Villalobos que encuentra en este espectáculo la horma de su zapato y le permite crear prácticamente desde la nada un trabajo meditado y enérgico a la vez. Lástima que entre esa sucesión de lugares comunes volvamos a ver sobre las tablas la desnudez integral de la mujer, mientras el hombre se las ingenia con posturas diversas para invisibilizar sus genitales. Pero todos, cantantes, actores y actrices, componen un trabajo sobresaliente en un escenario en el que la cruz da ciertamente mucho juego, y la iluminación consigue armonizar el resultado, singularizar el espectáculo y sugerir los estados de ánimo de los personajes. Destaca también en este sentido el uso de luces estroboscópicas, destellos turbadores cuyo efecto se avisa puede afectar a algunos y algunas espectadoras. Una cruz que simboliza ese vía crucis en el que Berg confesó en su día haber estructurado su ópera, con catorce escenas hasta llegar a la muerte del protagonista, como las catorce estaciones en que se divide el camino de Jesucristo hacia el Gólgota, y que debería en esta ocasión ilustrar el tormento de Marie, por mucho que siga sugiriéndonos de nuevo el de su verdugo. Demasiada iconografía religiosa todavía a estas alturas, cuando deberíamos estar más ocupados en avanzar, progresar y acabar con estas lacras en un nuevo mundo libre de supersticiones, amenazas del más allá y miedos impostados.

Marie ante el espejo
Villalobos aúna aquí dos de sus últimas colaboraciones, con Sabata en aquel discutible Viaje de invierno de finales de 2019, y con Proyecto Ocnos en el ambicioso Hafune de finales de 2020. Por su parte, el compositor Germán Alonso vuelve a colaborar con Proyecto Ocnos tras el controvertido y para muchos fascinante The Sins of the Cities of the Plain en el que brilló la parte solista de El Niño de Elche. Con Marie, Alonso logra una partitura brutal, compacta y radicalmente atractiva, presente no solo en los números cantados sino en gran parte de los declamados, y sirviendo de telón de fondo a la voz grabada de la autora. Sus giros, inflexiones, cambios de registro, efectos, distorsiones y yuxtaposición de instrumentos y sonidos grabados y electrónicos, producen una amalgama perfectamente dosificada y organizada para provocar tanta emoción y reacción como el propio texto, con la humildad de quien persigue precisamente eso y poco más, y el éxito de lograr sintonizar con las y los oyentes, así como con la estética del conjunto. Funciona por lo tanto como ópera en estricto sentido y como música incidental en los momentos puramente teatrales. A ella se amoldan perfectamente la soprano Nicola Beller Carbone y el contratenor Xavier Sabata, ambos luciéndose también en un trabajo actoral intenso y físicamente extenuante, y él además exponiendo su voz a continuas inflexiones y cambios de registro, desde su tesitura habitual al canto natural y la impostura diabólica. Tanto ellos como los tres actores que les acompañan, desdoblándose en varios personajes, desde prostitutas al capitán, la doctora, el chulo, el juez o unas limpiadoras perfectamente prescindibles, lo más flojo de la función, realizan espléndidos trabajos de interpretación dentro de un espectáculo que habría sido redondo de no ser por ese defecto conceptual que hemos intentado explicar y desarrollar.

Fotos: Teatro Real
Artículo publicado en El Correo de Andalucía

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