martes, 25 de junio de 2024

GLORIOSA LLEGADA A META DE LA FILARMÓNICA DE VIENA

Gran Selección. Orquesta Filarmónica de Viena. Lorenzo Viotti, dirección. Programa: Capricho español Op. 34, de Rimsky-Kórsakov; La isla de los muertos Op. 29, de Rachmáninov; Sinfonía nº 7 en re menor Op. 70, de Dvorák. Teatro de la Maestranza, lunes 24 de junio de 2024

Foto: Guillermo Mendo

Era la de la Filarmónica de Viena una cita a la que acercarse con mucha ilusión, pero a la vez con toda clase de prejuicios. Podía pensarse que la inclusión del Capricho español era un detalle con el público español, pero lo cierto es que el programa no se ha alterado en ninguna de las plazas que han recorrido en esta gira por Europa. Podía pensarse que para la ocasión la famosa orquesta se limitaría a eso que en la jerga del espectáculo llamamos bolos, pero ni la obra de Rachmaninov ni la de Dvorák son piezas convencionales y fáciles como para encajar en ese concepto. Y cabría pensar que Lorenzo Viotti fue el elegido para esta gira por su vinculación a Suiza, su país natal y sede de la famosa empresa de relojes de lujo que patrocina a la orquesta, dada su juventud y su currículum todavía algo escueto. Pero la verdad es que derrochó talento, madurez y capacidad en este sensacional y estremecedor concierto.

Un encuentro con una orquesta mítica, que no pisaba nuestro suelo desde septiembre de 1992, cuando Sevilla ofreció el programa musical más envidiable que pueda imaginarse y Abbado se puso al frente del conjunto para dirigir Haydn y la Titán de Mahler, y que culminó aquí una gira que en los últimos días les llevó a Oviedo para celebrar el cuarto de siglo del Auditorio Príncipe Felipe y al Festival de Granada. Una llegada a meta gloriosa, sin atisbo de desfallecimiento, plagada de satisfacciones y momentos para el recuerdo, como cuando lanzaron un olé en pleno Rimsky-Korsakov, como si del mambo de Bernstein se tratara, dejando clara su tendencia a esas bromas musicales que salpican sus icónicos conciertos de Año Nuevo.

Lorenzo Viotti, con voz propia y mucha confianza

La batuta invitada para la ocasión tan sólo tiene un año más que el Teatro de la Maestranza, y sin embargo goza ya de una sabiduría y unas ideas tan claras que resulta envidiable. Su bagaje pasa por ser hijo del reconocido operista Marcello Viotti, ganar un puñado de concursos internacionales, practicar otras disciplinas como el jazz y el rock, y haber dirigido la Orquesta Gulbelkian durante cinco años y la de los Países Bajos desde 2021. Ciertamente no parece mucho para quien recibe el honor de acompañar por toda una gira internacional a la Filarmónica de Viena, forjada y definida desde su creación hace casi doscientos años por las más insignes batutas imaginables.

Podría pensarse que su atractiva presencia influyera decisivamente. Sin embargo, su presteza y su talento quedaron marcados ya desde los primeros acordes de un Capricho español exuberante y enérgico, henchido de ideas frescas, virtuosismo y un alarde pirotécnico preciso y reservado. Tras una muy animada alborada inicial, el canto lírico de las variaciones fluyó con una elegancia inusitada, quizás lo mejor de la propuesta. Los solistas se lucieron a gusto, con el violín encandilando en el canto gitano y la cuerda arropando con tersura y decisión en el fandango final, hasta desembocar en una alborada endiablada sin pérdida alguna del control.

Tras tanta alegría, el contraste absoluto llegó de la mano de Rachmaninov y una Isla de los muertos generosa en embrujo, intriga y pasión. Viotti optó aquí por acentuar más el carácter agónico de la pieza que el más puramente terrorífico, haciendo acopio de una paleta orquestal rica y muy contrastada, y haciendo de esta confrontación con la muerte una exhibición reflexiva y sutil sobre el pasado y el inevitable futuro, con una emotiva pausa en las apaciguadoras figuraciones centrales en las que destacan el clarinete y la suavidad de la cuerda. Hubo quizás menos drama pero mucha angustia e intensidad emocional, un trabajo excepcional con las dinámicas y crescendi absolutamente magistrales que llevaron a la orquesta al delirio bien controlado en más de una ocasión.

Foto: Herminia Roldán

Con la Sinfonía nº 7 de Dvorák, Viotti acentuó sus deudas con el espíritu brahmsiano que la informa, especialmente en un allegro inicial caracterizado por su majestuosidad, la robustez que le otorgan los ocho contrabajos empleados y una extraordinaria descarga de energía. Hubo drama y mucha gravedad, seguido de un adagio exquisito, rico e inspirado, potenciando ahora sus influencias wagnerianas, dechado de lirismo y emoción. Los acentos más puramente checos hicieron aparición en un scherzo de ritmo frenético y atención inusitada a los detalles, hasta desembocar en el estilo rapsódico del allegro, con metales y maderas exhibiendo todo su potencial e insuflando vitalidad y ritmo a una página desplegada así con sentido de la mesura pero sin sacrificar expresividad.

En el ambiente se pudo respirar un gran respeto por una ocasión única e irrepetible, tanto en la vestimenta de la mayoría como en el elegante y oportuno comportamiento, aunque no faltaron toses y exabruptos. Los acalorados aplausos merecieron como propina la Danza húngara nº 1 de Brahms, de la que Viotti ofreció una lectura muy trabajada y contrastada a nivel de dinámicas, sin perjudicar su elegante vitalidad. Ahora, los maestros y maestras tienen un mes por delante para descansar antes de incorporarse al Festival de Salzburgo.

Fotos: Guillermo Mendo
Artículo publicado en El Correo de Andalucía

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