Cuando Neil Simon, niño mimado de Broadway no exento de genuino talento, concibió el libreto de este singular musical, andaba enfrascado en los problemas conyugales y de pareja tanto suyos como de sus amistades más cercanas. Dos años antes había dejado constancia para la posteridad de su a ratos tormentosa relación con la actriz Marsha Mason (Permiso para amar hasta medianoche) en La chica del adiós. Y ese 1979 del estreno de este musical, centró su atención en la verdadera historia de atracción y rechazo entre el compositor Marvin Hamlisch y la letrista Carole Bayer Sager, que ya habían trabajado juntos en la canción Nobody Does It Better de la jamesbondiana La espía que me amó, y volverían a hacerlo ese mismo último año de la década de los setenta en la película Castillos de hielo. A los mayores éxitos de Hamlisch, A Chorus Line en el teatro y Tal como éramos en el cine, les pusieron letra Edward Kleban y el matrimonio Alan y Marilyn Bergman respectivamente.
Antonio Banderas ha vuelto a demostrar su buen gusto y su sensibilidad al adaptar They’re Playing Our Song, un musical que no tuvo el éxito que se espera de estas empresas y ni siquiera cosechó grandes premios, aunque sí que ha sido relanzado en varias ocasiones desde su estreno, y ha contado con adaptaciones en varios países, incluido el nuestro vía Barcelona. Se trata de un musical intimista, casi de salón, que muchos han definido con acierto como una comedia teatral salpicada de canciones. Adornada también con discotequeras coreografías, a lo que se prestan los alter egos de sus protagonistas, tres por él y otras tres por ella, una especie de coro griego desaprovechado por cuanto representan las diferentes personalidades de la pareja y sus fuentes de inspiración, sin que una ni otra consideración traspase la mera dramaturgia de la función. Sí sirven para multiplicar el efecto de los bailes y trasladar los módulos móviles que monopolizan una escenografía centrada en la técnica del mapping, con la que se recrean los distintos espacios: el lujoso apartamento de él, el más bohemio y humilde de ella, las calles de Nueva York, la casa en la playa, el restaurante, la habitación del hospital o el estudio de grabación. Una puesta en escena como se ve muy cinematográfica.
La escueta trama sitúa de nuevo frente a frente a dos polos opuestos que se atraen, insistiendo en uno de los motivos más recurrentes del dramaturgo, como se puede apreciar en títulos tan significativos como Descalzos por el parque o incluso La extraña pareja, donde el estímulo de la amistad sustituía al más puramente romántico. Sin ir más lejos, nos encontramos ante otra de esas extrañas parejas que empiezan odiándose, continúan amándose y terminan como terminan, sin spoiler. Pero es también la constatación de la necesidad que muchas veces tenemos de encontrar una luz que nos ilumine, en este caso Sonia Walsk, sosías de Bayer Sager, que entra en la vida de Vernon Gersch como un torrente. Y ahí es donde radica el principal atractivo de la función, al margen de unas canciones que sin estar tan inspiradas como las de A Chorus Line, la primera aventura de Broadway en Málaga que acuñó Antonio Banderas, contienen todo el encanto y la amabilidad de una época que su director musical, el excelente Díez Boscovich, ha decidido respetar en su integridad, como ya hiciera en la sensacional Company, en esta ocasión siguiendo las orquestaciones originales de Ralph Burns, Oscar por Cabaret y All That Jazz.
Miquel Fernández presta su convincente presencia, su rotunda voz y ciertos ademanes heredados de Banderas, quizás por prescripción suya, a Gersch, tan acertado cuando reflexiona ante su magnetofón de época como cuando entona con un gusto exquisito canciones como Cayendo o Si me conociera. Pero la verdadera estrella de la función es la marbellí María Adamuz, a quien ya vimos y disfrutamos en Company como la azafata de pocas luces que entona Barcelona. Su arrolladora presencia y su intachable vis cómica se ponen al servicio de esta mujer alegre y generosa, algo histriónica debido precisamente a su enorme vitalidad. La efectiva dirección de Banderas junto al simpático gesto de hacer guiños a Chorus Line a través de los timbres de los apartamentos, y a Company con su mención expresa en el libreto adaptado por María Ruiz, además de una exquisita dirección musical de Olga Domínguez al frente de diez músicos de la Orquesta Larios, contribuyen al amable acabado de la empresa. La calidad de las voces de la pareja juega también a favor del disfrute de una comedia musical sencilla, discreta y luminosa, tan proclive a facilitar a quien se acerque al teatro de la calle Córdoba de Málaga desconexión y un poco de felicidad.
Artículo publicado en El Correo de Andalucía
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