XXXI Festival de Primavera de Juventudes Musicales de Sevilla. Javier Comesaña, violín. Ricardo Alí Álvarez, piano. Programa: Sonata en Si bemol mayor K.454, de Mozart; Romanza para violín y piano Op. 2 nº 1, de Joachim; Sonata nº 3 Op. 108, de Brahms. Teatro Cajasol, domingo 13 de junio de 2021
El reciente galardón parecía predisponernos a dejarnos seducir por su virtuosismo y talento, fueran cuales fueran los resultados. Pero lo cierto es que desde nuestra más sincera humildad no podemos sino rendirnos incondicionalmente a tanto derroche de ingenio, inventiva y habilidad, ¡y tan joven! Ya desde su elocuente introducción justificando el maridaje entre Mozart y Brahms en la tendencia al canto de sus composiciones, Comesaña exhibió una madurez impensable en alguien de su edad, corroborada en su actitud ante el instrumento, su talante en el escenario y, por supuesto, su rotunda expresividad, estilo personal y aliento musical. Un estilo consumado que no traiciona sin embargo el espíritu de las obras elegidas, mostrándose tan austero, sin apenas uso de vibrato y nada de rubato en un Mozart reflexivo a la vez que ligero, de la misma manera que en Joachim y Brahms hizo acopio de abundantes recursos expresivos, esta vez rubateando a discreción.
Clasicismo y Romanticismo bien definidos
La Sonata Strinacchi, conocida así por estar dedicada a la célebre violinista italiana, sigue el gran estilo concertante y floreciente de Mozart en esa época. Con ella Comesaña respondió majestuosamente en el largo inicial, manteniendo ambos instrumentistas un equilibrio perfecto en el allegro concatenado, y con el violinista manteniendo un sentido melódico encomiable. También acertaron ambos en el desarrollo apesadumbrado y patético del andante central, así como en el exultante y dinámico allegretto final, trazado con tanto sentido festivo como delicado aliento. Después, una Romanza del célebre violinista Joseph Joachim, extraída de sus Drei Stücke, siguió para servir de tránsito a Brahms, de quien el húngaro era fiel amigo y colaborador. Sus formas sinuosas, mórbidas y elegantes, se hicieron patentes en el hábil dominio técnico de Comesaña y su exquisita resolución expresiva, siempre con Alí Álvarez atento a cada inflexión dramática.
A partir de ahí el dúo se transmutó en pura pasión adrenalítica para poner en pie de la mejor de las maneras la tercera y última de las sonatas brahmsianas. Aquí todo fluyó con absoluta naturalidad, dejando constancia de su riqueza armónica y contrapuntística y haciéndose eco de la profunda melancolía que expide el andante central. Lo más sorprendente es que el sonido del violín se mantiene homogéneo y limpio, lo que cambia es la expresión dramática, el ánimo y la modulación, haciéndose eco de un estilo depurado y decididamente muy maduro. Vitalista y brillante, así se configura una personalidad musical que merezca el apelativo de prodigio, y que con un acompañamiento tan bien acoplado da como resultado una exhibición tan feliz. Lástima que no nos regalasen una propina, más teniendo en cuenta ese reencuentro con Sevilla y que el programa era considerablemente breve.
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