Dirección Craig Gillespie Guion Dana Fox y Tony McNamara, según la historia de Aline Brosh McKenna, Kelly Marcel y Steve Zissis, a partir de la novela “101 dálmatas” de Dodie Smith Fotografía Nicolas Karakatsanis Música Nicholas Britell Intérpretes Emma Stone, Emma Thompson, Joel Fry, Paul Walter Hauser, John McCrea, Emily Beecham, Mark Strong, Kayvan Novak, Kirby Howell-Baptiste Estreno en Estados Unidos y España 28 mayo 2021
Pocos títulos le quedan ya a Disney para recrearlos en carne y hueso, así que dentro de poco va a tener que echar mano de la imaginación si quiere seguir, y seguro que quiere, engrosando sus dividendos. Ahora le toca el turno a 101 dálmatas, pero como este ya tuvo su remake con actores y actrices reales, una desafortunada producción de los noventa protagonizada por Glenn Close, había que hurgar en los orígenes de la malvada Cruella de Vil, de la misma forma que ya se hizo con Maléfica y otros villanos que ahora parecen no lo eran tanto, que tenían su corazoncito y sus razones para convertirse en súper villanos y villanas.
Para la ocasión se ha contado con un séquito de escritoras y escritores que combinan cintas como El diablo viste de Prada, Morning Glory, Venom, 50 sombras de Gray, La favorita y Al encuentro de Mr. Banks, todos representados de alguna u otra manera en este cocktail tan sofisticado y glamuroso como decididamente aparatoso. Para poner orden y más bien desconcierto se ha contado con Craig Gillespie, capaz de dirigir cintas competentes como Lars y una chica de verdad o Yo, Tonya como bodrios descomunales tipo Cuestión de pelotas o el remake de Noche de miedo. Esa abrumadora puesta en escena es junto a la flexibilidad de Emma Stone lo único que cabe destacar de esta indigesta y aburrida crónica de la desdichada infancia de Estella, su duelo a muerte con la malvada baronesa a la que da vida Emma Thompson con aires de madrasta de Blancanieves y Cenicienta y alguna que otra frase ingeniosa y sarcástica en el guion, y su conversión en reina del punk y vengativa Cruella. Ellas están bien y merecen la pena, también su fastuoso vestuario, pero detrás del envoltorio solo hay una operación archivista y manida, sin sorpresas ni ingenio, y con ese pesado metraje al que se somete toda producción que se pretende tenga cierto empaque.
El aluvión indiscriminado de canciones de la época, los setenta, contribuyen también a la sobredosis a la que se expone el sufrido o sufrida espectadora. Al menos es consecuente con nuestro tiempo y ningún animal sale mal parado, ni siquiera en la ficción, mientras los perritos de Estella y sus secuaces, que no los dálmatas del original, lucen graciosos, aunque en el proceso se haya echado mano de la infografía para salvar las lógicas limitaciones de su verdadera condición.
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