A pesar de los inconvenientes de la pandemia, Juventudes Musicales ha firmado esta temporada que acaba una de las más fructíferas de su andadura, manteniendo sus conciertos en la medida de lo posible, aunque en el camino hayan tenido que prescindir de su sede en pleno Parque de María Luisa. Han ocupado en el Maestranza el lugar que dejó el ciclo Jóvenes Intérpretes, sustituyéndolo por Alternativas de cámara, y han logrado por fin una feliz colaboración con la Sinfónica, algo lógico habida cuenta del papel formador de jóvenes valores que llevan realizando desde hace mucho tiempo algunos y algunas de las maestras del conjunto hispalense. De esa colaboración surgió anoche un singular concierto en el que los jóvenes pianista Álvaro Mur y violinista Carlos Martínez debutaron en la sala grande con orquesta, brindando unas muy competentes interpretaciones de dos páginas imprescindibles de la música concertante. Para el primero fue su debut en el Maestranza, al segundo lo vimos hace menos de un mes en la sala Manuel García junto al pianista Seth Schultheis, quien precisamente protagonizó el pasado domingo la penúltima cita del Festival de Primavera de Juventudes Musicales en el Teatro Cajasol de la calle Chicarreros.
Para acompañar este ilusionante proyecto desde el podio contamos con la batuta del también joven Alejandro Muñoz, responsable de varios conjuntos cordobeses, que hizo también así su debut en el coliseo sevillano. Bajo su dirección la ROSS arrancó en tono muy dramático y un hondo sentimiento trágico el Concierto para piano nº 20 de Mozart. En la línea del Don Giovanni posterior, la pieza sonó opresora hasta cierto límite, nos hubiera gustado que lo hiciera más; no obstante la suya fue una dirección comedida y atenta a cada detalle, lo que derivó en un acompañamiento respetuoso que permitió al pianista ceutí desplegar sus abundantes recursos técnicos y personal expresividad de forma cómoda y transparente. Hubo química entre orquesta y solista, pero no suficiente tensión. De un lado brillaron los metales, del otro Mur se empeñó a fondo, evidenció esfuerzo y procuró mantener un alto grado de sensibilidad. Por el camino solo algunos acordes premeditadamente disonantes, y una emotividad que no llegó a aflorar del todo, empañaron una interpretación ejemplar. No está mal para un cometido de tanta responsabilidad. En la romanza acertó a imprimir un carácter ensoñador, mientras en el rondó final echamos en falta algo más de empuje y vigor, si bien estuvo vigoroso en el calderón dramático final, con la complicidad de unas espléndidas maderas. En la propina sonó arrebatado en la adaptación lisztiana de La muerte de Isolda de Wagner.
Carlos Martínez nos encandiló en su intervención de mayo junto al pianista Seth Schultheis, de modo que las expectativas eran grandes. Eso se tradujo en un nivel de exigencia alto que el violinista cordobés no acertó a cumplir en todo momento. Salvó con notable la generosidad melódica del célebre Concierto nº 1 de Bruch, pero su timbre no fue en todo momento homogéneo, llegando a veces a sonar estridente y hasta rugoso. Pero lo más difícil, que es acertar en expresividad, lo logró con éxito. Sonó dramático al principio, luminoso después, amplio e intenso en el adagio central, brillante y fogoso en el allegro final, adoptando frecuentemente ese tono zíngaro tan característico y recurrente en la gramática musical romántica. Muñoz se plegó humildemente a su arquitectura y sirvió al solista un acompañamiento dinámico y elegante, al servicio de su más que evidente virtuosismo. Para la propina, Martínez se decantó por Bach, autor al que ha trabajado en profundidad, y se notó en una interpretación cargada de una solemnidad casi religiosa. Fue una noche muy disfrutable, que confirmó una vez más el alto grado alcanzado en nuestras instituciones académicas y que nuestros complejos son cada vez más injustificados.
Fotos: Guillermo Mendo
Artículo publicado en El Correo de Andalucía
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