miércoles, 11 de mayo de 2022

LA DRAMÁTICA SOLEDAD DE CARLOS MENA

La soledad del héroe. Carlos Mena, contratenor y dirección. Lucía Astigarraga, dirección escénica. Capilla Santa María: Lorea Aranzasti, violín; Lixsania Fernández, viola de gamba; Daniel Zapico, tiorba; Alejandro Casal, clave y órgano; Pedro Estevan, percusión. Programa: Música española e italiana del siglo XVII (obras de Mazzocchi, Gagliano, Sanz, Monteverdi, Cesti, Guerau, Hidalgo, Santa Cruz, Ferrari, Durón y Martín i Coll). Teatro de la Maestranza, martes 10 de mayo de 2022


No sería mucha la afición que acudió ayer tarde al Maestranza sabiendo a lo que se enfrentaba, acostumbrada a disfrutar del contratenor Carlos Mena en recitales convencionales, a pesar de que desde las páginas del teatro se anunciaba cierta dramatización escénica del programa propuesto. El desconcierto que debió provocar encontrarse con semejante proyecto semi teatralizado, con un Mena completamente expuesto en cuerpo y alma a una reproducción de los fantasmas del alma cuando la soledad y la melancolía atizan, no fue sin embargo impedimento para dejarse arrastrar por la belleza de las piezas seleccionadas y la subyugante interpretación que de ellas hicieron la voz y el distinguido conjunto instrumental convocado al efecto. Quizás sirviera como celebración del nacimiento de la ópera en esa transición del Renacimiento al Barroco de la que fue protagonista el siglo XVII, con exponentes como Claudio Monteverdi como creador universal y Juan Hidalgo, doméstico.

El resultado fue un drama musical en toda regla perjudicado por una narrativa confusa a la que el público nos fue prácticamente imposible acceder debido a la falta de textos impresos que relacionasen aunque fuera mínimamente las piezas seleccionadas con el movimiento escénico al que fue sometido el artista vasco. Quizás haberlos incluidos en el programa de mano publicado en la web del Maestranza, o mucho mejor haberlos proyectado sobre la pantalla de subtitulado, hubiera solucionado al menos parcialmente esta imperdonable laguna. Así las cosas, lo que parecía desarrollarse sobre el escenario es una suerte de La voz humana de Cocteau adaptado al hombre, víctima también de la soledad y el desengaño supuestamente amoroso, que se pasea, arrastra y hasta retuerce por el escenario mientras parece esperar algún remedio a su tristeza, quizás en forma de llamada telefónica. Lamentamos que la soledad se asocie siempre a esas connotaciones negativas, cuando tantas veces puede ser un remedio perfecto ante la miseria y mediocridad que a menudo nos rodea.

Ceremonia de la soledad

Asistimos así a una ceremonia laica en la que el protagonista pasa de la ducha a oscuras entonando a capella el soneto de Domenico Mazzocchi Amar a Dios por Dios, para acto después quitarse el albornoz, quedarse desnudo por un segundo mientras se calza muy nerviosa y rápidamente los calzoncillos que le acompañan prácticamente durante toda la función, hasta que al final acaba vistiéndose y mostrándose como estamos acostumbrados a verlo. Este ceremonial supone emborronar el carácter elegante y delicado de la propuesta con un efecto grotesco innecesario que no ayuda a deleitarse como merece con el contenido musical en toda su belleza y amplitud.

No cabe duda de que el trabajo de Carlos Mena en todo este proceso es extenuante, sometido a una presión y a un esfuerzo que merece todos los elogios, sin que su línea de canto se resienta por ello. Ya sea arrastrándose, de espaldas, en las posiciones menos convencionales, la proyección de su voz no decae, su tono permanece inmune y su registro milagrosamente homogéneo y perfectamente equilibrado, lo que unido a la belleza de su timbre no hace sino convencernos del talento de quien es el mejor contratenor español y uno de los más serios y comprometidos del panorama internacional. De esta forma llegó a conmovernos con páginas tan espirituales como las cantatas Era la notte de Antonio Cesti y Queste pungenti spine de Benedetto Ferrari, con las que alcanzó a lucir ornamentaciones y colores muy elaborados, siempre con la complicidad de un conjunto instrumental instalado en la suavidad del sonido, la delicadeza de los timbres y la discreción del acompañamiento, entre los que cabe destacar la elegante y contenida percusión de Pedro Estevan, la siempre ejemplar solvencia de Alejandro Casal al teclado y sobre todo el dulce y sobrecogedor fraseo de Lorea Aranzasti al violín, sin menospreciar la magnífica contribución al continuo de Daniel Zapico en la cuerda pulsada y Lixsana Fernández en la viola de gamba.

Foto: Guillermo Mendo
Artículo publicado en El Correo de Andalucía

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