jueves, 4 de diciembre de 2025

MARINA REBEKA DESTACA EN LUCREZIA Y LOS LOBOS

Música de Gaetano Donizetti. Libreto de Felice Romani, basado en la obra homónima de Victor Hugo. Maurizio Benini, dirección musical. Silvia Paoli, dirección escénica. Andrea Belli, escenografía. Valeria Donata Bettella, vestuario. Alessandro Carletti, iluminación. Sandhya Nagaraja, coreografía. Real Orquesta Sinfónica de Sevilla. Coro Teatro de la Maestranza (Íñigo Sampil, director). Con Marina Rebeka, Duke Kim, Krzysztof Baczyk, Teresa Iervolino, Jorge Franco, Pablo Gálvez, Julien Van Mellaerts, Matías Moncada, Moisés Marín y Alejandro López. Coproducción del Teatro de la Maestranza, Auditorio de Tenerife, Ópera de Oviedo y Teatro Comunale de Bolonia. Teatro de la Maestranza, miércoles 3 de diciembre de 2025

Marina Rebeka y Duke Kim

El enorme éxito que esta ópera de Donizetti tuvo en el siglo XIX, compuesta justo entre las hoy más populares El elixir de amor y Lucia di Lammermoor, dio paso a un inexplicable olvido en el XX, sólo superado cuando fue rescatada en los sesenta con Montserrat Caballé en el rol principal. Puede que albergar uno de los argumentos más horripilantes de toda la historia de la ópera influyera en ese abandono. El Teatro de la Maestranza nunca tuvo la oportunidad de lucir sus encantos, y ahora, treinta y cuatro años después de su inauguración, coincidiendo con el recuerdo obligado a quien tanto hizo por consolidar su posición a principios de su trayectoria, el recientemente fallecido José Luis Castro, salda esa deuda con uno de los títulos más controvertidos del compositor bergamasco.

Si no fuera porque esta coproducción se ha podido ver y escuchar ya en las sedes de los otros teatros asociados, Tenerife, Oviedo y Bolonia, diríamos que su escenógrafo se podría haber inspirado en el antiguo mercado sevillano de la Puerta de la Carne para crear el espacio en el que desarrollar la historia, con esa mezcla de edificio industrial abandonado con toques de decoración art propia de los años treinta en los que la directora escénica Silvia Paoli ha decidido ambientar este drama maquiavélico.

Una puesta en escena poco acertada

De nuevo asoma la ambición desmedida de un regista, en este caso una, para imponerse al verdadero brillo y talento de la música, aunque esta vez hemos de reconocer que por poco que nos hayan gustado sus soluciones formales, estéticas y psicológicas, pareció seguir el drama musical con cierto respeto. Lucrecia Borgia representó durante mucho tiempo el icono de mujer vengativa y despiadada, una forma que el hombre siempre ha tenido de ensombrecer y marginar a la mujer, y que tiene su máxima representación en la figura de las brujas, todavía hoy vigente.


Situarla en su justo contexto, como mujer manipulada, víctima de la ambición y la crueldad de los hombres, se ha convertido hoy en algo recurrente. Pero lavar su imagen y mostrarla como víctima más que como verdugo, exige una mayor información, más sutileza y cultura de la que Paoli ha sido capaz de exhibir en su subrayada propuesta. Ya a finales de la década de los cuarenta del siglo pasado, el gran Mitchell Leisen tuvo el acierto de hacerlo bajo el aspecto de Paulette Goddard, mostrando al personaje como mujer manipulada por su hermano César, al que Macdonald Carey tuvo el atrevimiento de encarnar mostrando una enfermiza atracción por su hermana ¡en los años cuarenta!.

Paoli ha preferido, en lugar de respetar la época y osar ahí mismo cambiar el mito y hacerle justicia, trasladar la época al período de entre guerras dominado por Mussolini, lo que en principio no resulta descabellado, dado el ambiente malsano de crueldad y depravación que comparte con la Italia de los Borgia, despiadada familia de papas con origen valenciano. En ese contexto Paoli se empeña en hacer todo un muestrario de humillaciones de la mujer, desde las prostitutas del prólogo, pasando por las masacradas protagonistas de una snuff movie del primer acto, hasta las mujeres florero del segundo, víctimas de la moda, convertidas en réplicas de Jean Harlow como Billy Wilder hizo en la fiesta de El mayor y la menor, donde todas las adolescentes lucían como Veronica Lake.

Como puede observarse, todo estaba ya inventado antes de que Paoli llegara con sus ocurrencias, algunas de las cuales desviaron nuestra atención de lo que verdaderamente importa, la música, algo que nunca se debe hacer. El colmo fueron las gracietas que tuvieron que hacer los integrantes del coro, destinadas a ridiculizar con brocha gorda al ejército fascista, como la sesión de gimnasia o el baile a lo musical de Broadway, todo resuelto con ausencia total de gracia y buen gusto.

Afortunadamente hubo calidad en lo musical

En lo estrictamente musical hubo mucha más dignidad y acierto. La soprano letona Marina Rebeka debutó aquí en el papel principal, después de una fulgurante carrera que le ha paseado por los mejores escenarios del mundo. Y demostró desde los primeros acordes tener dominado el papel, acomodando sin aparente esfuerzo su voz y su estilo a lo demandado por el complejo papel, tanto en lo dramático como en lo canoro. El suyo sí fue un trabajo delicado y cargado de buen gusto y elegancia. No hacía falta rodearla de lobos, otra ocurrencia ridícula, primero como niña convertida en Caperucita Roja, para que ella sola, con su actuación y canto, mostrara una Lucrecia atormentada y sensible, con una fuerte carga sentimental volcada hacia su hijo ilegítimo y presunto fruto del incesto, Gennaro.

Rebeka y Krzysztof Baczyk

Poseedora de una voz potente, de timbre precioso, capaz de rutilantes sobreagudos y un legato firme, como demostró en un ovacionado Com’é bello, Rebeka fue un dechado de virtuosismo y convicción dramática, que encontró el colofón impecable y estremecedor en ese Era desso il figlio mio que cierra la función. Su control de la coloratura y capacidad para ornamentar con agilidad y elegancia quedó demostrado a lo largo de toda la ópera. Por su parte, Gennaro se benefició de un tenor lírico de considerable desenvoltura, el surcoreano Duke Kim, de perfil canoro y físico muy adecuado al papel, que logró entusiasmar con arias como Di pescatore ignobile, a pesar de que en algún momento puntual exhibió roces incómodos que desaparecieron el resto de su actuación.

También convenció sobradamente el bajo polaco Krzysztof Baczyk como Don Alfonso. Su voz profunda y perfectamente colocada logró momentos estelares como Viva! Evviva!, mientras la mezzo Teresa Iervolino conjugó fuerza y expresividad como un Orsini impecable, con una amplia tesitura al servicio de, por ejemplo, un Segretto per esser felice de amplio registro y holgada coloratura. Juntos, Iervolino y Kim lograron entonar un Onde a lei ti mostri grato de gran calado y considerable proyección. Cuatro principales de gran calidad, respaldados con dignidad por el resto del elenco, particularmente los tenores Jorge Franco y Moisés Marín, éste obligado a hacer el payaso en escena, y el bajo Matías Moncada.

En el foso, el veterano Maurizio Benini se desenvolvió como cabía esperar, con soltura y dominio de la partitura y la gramática donizettiana. Acompañó las voces con respeto, acomodándose a las diferentes tesituras, y logrando que la predecible orquestación brillara con categoría, sonoridades singulares y largas figuraciones, dejando al conjunto orquestal supeditado a la expresividad y el virtuosismo de las voces. Menos resuelto estuvo en esta ocasión el coro, que sonó algo descompasado y destemplado en el prólogo, si bien más tarde potenció el trabajo de los cantantes, especialmente el septeto de militares del segundo acto. Lástima que este buen trabajo musical no tuviera parangón en una puesta en escena caprichosa y desventurada, bajo una dirección escénica tan esquemática como otras muchas producciones que no aciertan en el trabajo puramente dramático.

Fotos: Guillermo Mendo
Artículo publicado en El Correo de Andalucía

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