miércoles, 15 de abril de 2015

LA DEL SOTO DEL PARRAL: CALIDAD MUSICAL POR ENCIMA DE TODO LO DEMÁS

Zarzuela de Reveriano Soutullo y Juan Vert. Marín Baeza Rubio, dirección musical. Amelia Ochandiano, dirección musical y coreografía. Ricardo Sánchez Cuerda, escenografía. Pedro Moreno, vestuario. Luis Romero, coreografía. Juan Gómez-Cornejo, iluminación. Intérpretes: María Rodríguez, Aurora Frías, Marco Moncloa, Alejandro Roy, Luis Álvarez, Didier Otaola, Adolfo Pastor. Real Orquesta Sinfónica de Sevilla. Coro de la A.A. del Teatro de la Maestranza. Íñigo Sampil, director del coro. Producción del Teatro de la Zarzuela. Teatro de la Maestranza, martes 14 de abril de 2015

La producción que de La del Soto del Parral realizó el Teatro de la Zarzuela hace apenas cinco años, obtuvo, como muchas de sus producciones, un considerable éxito de público y crítica. Su escala ahora en el Maestranza nos hace plantearnos de nuevo algunas consideraciones acerca del tan reivindicado teatro lírico español. Un género que hunde sus raíces en las esferas más populares de una sociedad y unas costumbres cada vez más lejanas y ajenas, lo que quizás provoque que de todos los espectáculos programados en nuestro teatro, la zarzuela siga siendo el que convoque a un público de edad más avanzada, en esta ocasión incluso algo escaso. Urge, por lo tanto, someter el género a una limpieza y actualización que vaya más allá de las que se realizan al uso, como es el caso de la revisión de Xavier de Paz, que no va más allá de aligerar y adaptar el lenguaje y los golpes de humor, pero que dejan intacto el componente teatral de la función, definitivamente rancio. De esta forma tenemos por un lado una partitura exquisita y ejemplar, que no llega a cubrir la mitad de la propuesta escénica, mientras el resto se pierde en un libreto de poca enjundia y escaso interés, que pretendiendo trazar una imagen costumbrista del entorno rural castellano de principios del siglo pasado, apenas engancha con una historia de amores, desamores, celos y falsos rumores, tan tópico como pintoresco. A diferencia de la ópera, donde estas limitaciones las compensa una partitura permanente de probada calidad en el caso de las muchas que han sobrevivido, y la opereta y el musical, donde las tramas a menudo son más elaboradas y responden mejor a los signos de los tiempos, la zarzuela no engloba mucha música y se hunde en libretos a menudo infumables. Fue espectáculo de masas, dirigido a un público humilde y poco formado, pero que el buen hacer y el tesón de sus compositores logró trascender hasta que el producto llegara a nuestros días con la dignidad con la que lo hace este título, que junto a La leyenda del beso y El último romántico, supone el punto álgido en la obra del tándem formado por Reveriano Soutullo y Juan Vert.

La del Soto del Parral debe su origen a La canción de los batanes, título que sus autores estrenaron en Barcelona, y que tras someter a diversas modificaciones volvieron a estrenar en Valencia con el título de El ama del batán, para tras un proceso similar volver a hacerlo, ya con el título con el que la conocemos ahora, en el Teatro de La Latina de Madrid, y que sería adaptada al cine por León Astola en 1929 con orquesta en el foso. Esta versión de 2010 cuenta con el aval de la bailarina y coreógrafa Amelia Ochandiano en la dirección escénica, que para la ocasión ha optado por una escenografía entre surrealista e infantil. Nada más abrirse el telón cabía antojarse una composición daliniana, con punto de fuga lejano, corredor volante, campanas al vuelo e iconografía religiosa incluidas; algunas coreografías, especialmente una de piernas que salen del césped artificial, y soluciones escénicas como las ventanas en el suelo de donde emergen personajes y curiosos, corroboran este particular. Por otro lado, mucho color y una mirada melancólica a la felicidad de la infancia desde la libertad que permite el campo. Ciertos atrevimientos que, sin embargo, no logran superar el sabor rancio del conjunto, sólo superable si el libreto se sometiese a una reelaboración integral y se optase por soluciones escénicas mucho más audaces y creativas, da igual si con eso se pervierte la intención original de los libretistas. Porque lo que importa es la música; ella es lo que verdaderamente da empaque y relevancia a la pervivencia de títulos como éste, especialmente cuando su calidad es incuestionable y los momentos memorables no se limitan a uno o dos.

Didier Otaola y Aurora Frías son los novios Damián y Catalina
En este sentido la batuta de Martín Baeza Rubio, primer trompeta de la Deutsche Oper Berlin y director musical de la Berlin Oper Chamber Orchestra y Kammerensemble Modern de la Deutsche Oper Berlin, mimó al detalle la partitura de Soutullo y Vert, imprimiéndole abundante vuelo lírico y prestando especial atención a no ahogar las voces, destacando el intermezzo de aires operísticos entre los dos cuadros del segundo acto, una estremecedora versión instrumental de la romanza de Germán, Ya mis horas felices, que Marco Moncloa apenas logró defender al principio de la función, con tormenta y lluvia sobre el escenario distrayendo la atención de uno de los mejores números musicales del título. La suya se reveló una voz desentonada, engolada y desequilibrada que no hizo justicia a la belleza de su timbre, y que achacamos a un desgaste anticipado del instrumento. Luego mejoró discretamente, como quedó demostrado en el dúo romántico Ten pena de mis dolores. Mucho mejor Alejandro Roy apurando con nota alta su romanza del segundo acto, Fuerza que me vence, con un sobreagudo muy aplaudido. Tanto la soprano vallisoletana María Rodríguez como la tiple malagueña Aurora Frías cumplieron dignamente sus roles, si bien a la primera se le hubiera agradecido mayor volumen y más expresividad en sus emotivas intervenciones. Didier Otola dio réplica cómica perfecta a la segunda, con momentos muy logrados, especialmente un dúo cómico entrambos directamente inspirado en un número musical del Oklahoma¡ de Rodgers y Hammerstein. Otros momentos recordaron a Siete novias para siete hermanos, si bien la coreografía, especialmente la sometida a los integrantes del coro, nos pareció pobre y ridícula en más de una ocasión. Cabía esperar más de la escenógrafa. El resto del elenco cumplió su cometido con profesionalidad, siendo muy de agradecer el cuidado puesto en la dicción y el fraseo. Capítulo aparte merece el Coro del Maestranza, responsable de los momentos más hermosos y logrados, con una impecable Ronda de los enamorados como caballo de batalla, y otros números destacables como el simpático coro femenino de la Consulta. Algunas danzas, la dulzaina de Fernando Llorente y el tamboril de Álvaro Aguilar pusieron el toque segoviano, que en el caso de los instrumentistas bien podría ser también rociero. Y todo ello conformando un espectáculo digno pero definitivamente vetusto.

No hay comentarios:

Publicar un comentario