domingo, 25 de febrero de 2018

EDUARDO FERNÁNDEZ, ARDIENTE AUNQUE IMPRECISO

Integral de los arreglos de Franz Liszt de las sinfonías de Ludwig van Beethoven.
Eduardo Fernández, piano. Programa: Sinfonías nº 4 en si bemol mayor Op. 60 y nº 6 en fa mayor “Pastoral” Op. 68. Sala Manuel García del Teatro de la Maestranza, domingo 25 de febrero de 2018

Destacábamos a raíz de su intervención en el ciclo que hace apenas unos meses dedicó el Maestranza a las sonatas de Beethoven y los estudios de Ligeti, que Eduardo Fernández tiene la habilidad de enganchar al oyente con suma facilidad, aportando una visión muy personal a las obras que aborda, si bien al mismo tiempo evidencia cierta imprecisión en la digitación que malogra un acabado impecable en su interpretación; a veces, como en ésta, demasiado frecuente. Fernández es joven y exhibe un temperamento fuerte y ardiente, pero acusa a menudo fallos gramaticales que ensombrecen una estética harto personal y satisfactoria, haciendo eso que tanto se agradece, sobre todo cuando se abordan repertorios archiconocidos, que es aportar nuevos enfoques. 

Ya es difícil acercarse al universo beethoveniano, encima disfrazado del temperamento de Liszt, que encima este joven madrileño tiene la sana desfachatez de ofrecer su propia versión, apreciable en unas maneras que sin alejarse demasiado de la ortodoxia imperante, atisban novedades nada caprichosas en su forma de hacer. Ensimismado en la larga y misteriosa introducción de la Sinfonía nº 4, Fernández rechazó plegarse al espíritu juguetón con el que habitualmente se identifica la pieza, para ofrecer una mirada más introspectiva, vigorosa y profunda de la página, sin grandes contrastes, jugando mucho con las dinámicas y los colores, en constante pulsión, hasta finalizar en un vertiginoso allegro ma non troppo de esos que dejan sin respiración.

Más apreciables fueron los errores de digitación, dando a veces incluso una incómoda sensación de enmarañamiento, en la popularísima Pastoral, donde por supuesto fue capaz de plasmar su atmósfera benigna e hipnótica, en claro contraste con el imponente y violento pathos que provoca la tempestad del cuarto movimiento. Pero su andante fue igualmente tempestuoso, en términos de arrebato romántico, frente a la quietud y la placidez con la que se suele identificar la página. Fernández supo aquí combinar profusión melódica, elegancia, matices y texturas con inusitada sinceridad, aunque los errores siguiesen manifestándose en los acordes siguientes hasta culminar con un agradecido y majestuoso canto final en honor a la madre naturaleza. Por eso nos preguntamos qué se quiere decir cuando se reprocha a algún artista no sonar como el autor al que interpreta. ¿Acaso hay reglas escolásticas para no apartarse del camino emprendido por los intérpretes precedentes? ¿No es mejor buscar nuevos caminos y lenguajes para que lo de siempre suene a nuevo?

Artículo publicado en El Correo de Andalucía

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