martes, 25 de septiembre de 2018

MERLÍ, EL DESCUBRIMIENTO DE LA VIDA, EL AMOR Y LA MUERTE (Sin spoiler)

Merlí Bergeron (Francesc Orella) rodeado de sus peripatéticos
A principios del presente año se emitió en TV3, la televisión de Cataluña, el último episodio de Merlí, una serie autóctona que ha marcado época y estilo y a la que muchos y muchas nos hemos enganchado tiempo después. Algunos de hecho acabamos de terminarla y es tal la conmoción que nos ha provocado que no podemos por menos que reseñarla en el vehículo que nos es propicio, en mi caso este blog dedicado fundamentalmente a la música y al cine, siempre procurando que lo sea desde un punto de vista de libre pensamiento. Y es que precisamente de eso va esta maravillosa serie en tres temporadas con cuarenta episodios. El Merlí del título, Bergeron de apellido, es un profesor de filosofía que imparte sus muy poco ortodoxas y muy creativas clases en el instituto de bachillerato Àngel Guimerà de la capital condal. En cada episodio disecciona de manera sencilla y muy práctica el pensamiento de un filósofo ilustre, desde Platón a San Agustín, pasando por Sócrates, Marx, Freud, Hegel y hasta Hannah Arendt. Su creador, Héctor Lozano, se encarga de aplicar de forma tan ingeniosa como inteligente el pensamiento de cada uno y una de ellos al argumento propuesto en cada episodio, que giran en torno al profesor y su entorno, familia, profesorado, alumnado y el de éstos con sus respectivas familias, generándose una suerte de vidas cruzadas en las que los sentimientos y el sexo tienen un enorme protagonismo.

Cual Robin Williams en El club de los poetas muertos, pero infinitamente mejor y más convincente, Merlí contagia a sus alumnos el carpe diem, ese disfrutar de cada día como si fuera el último; de hecho en cada temporada la muerte tiene un papel importante. Les enseña a dudar de todo, a cuestionarlo todo y a no dar por hecho nada, a ser contestatarios frente a un sistema que pretende lobotomizarnos para controlarnos y llevar a cabo sus malas prácticas con mayor impunidad. Les llama Los peripatéticos en honor a la corriente de la Grecia antigua que lideraba Aristóteles y que se cuestionaba la existencia y la verdad de todo lo que nos rodea. Merlí enseña a pensar libremente, a cuestionar nuestro sistema político, la religión, la moral imperante, el destino y las relaciones personales, con especial hincapié en la amistad, con tu pareja, con tus padres, con tus compañeros, con todos y todas. Pero también les ayuda en sus problemas coyunturales, sus miedos y traumas. Les enseña en definitiva a ser mejores personas y a comulgar sólo y exclusivamente con la vida, esa para la que tienen que estar preparados y preparadas, a disfrutarla y exprimirla al límite de las posibilidades de cada cual. Pero no se trata de un hombre perfecto, no es ninguno de esos héroes intachables e inatacables a los que nos tiene acostumbrados el cine americano, ese portador de grandes mentiras domesticantes. Merlí tiene defectos, perceptibles desde el capítulo uno; es arrogante, mujeriego, en cierto sentido incluso prepotente y chulesco, pero su trabajo pedagógico y humano con su alumnado no tiene precio, y Lozano lo deja muy bien reflejado en un guión sin fisuras, sin defectos, sin imposturas ni giros ridículos, escrito con tanta naturalidad como sofisticación. Un prodigio de libreto que pone el resultado en bandeja a su realizador, Eduard Cortés, de quien hemos visto en la gran pantalla títulos como La vida de nadie, The Pelayos o ¡Cerca de tu casa!, y cuyo elenco borda de manera brillante, empezando por el veterano Francesc Orella, que da vida al controvertido profesor, y siguiendo con cada uno y una de los alumnos, especialmente Carlos Cuevas, que se come cada secuencia en la que aparece.

Oh guarda, che bella gioventú! (Leporello en Don Giovanni)
Merlí, la serie y el personaje, es crítica con la política, con la independencia catalana (ay, esa TV3 que los medios españoles han convertido en un demonio, y que aquí demuestra ser amplia de miras), con la Iglesia, los valores impuestos, la lengua y su terminología, la desigualdad, el bullying... y por el contrario celebra la diversidad, el respeto, el diálogo, la amistad y el entendimiento como armas para lograr una mejor convivencia, que no se hace precisamente arrancando lazos amarillos ni imponiendo reglas de conducta. Pero Merlí es sobre todo descubrimiento y celebración de la vida y la juventud. Es fácil, casi cuarenta años después, identificarse con estos entrañables personajes y hasta sentir cierta melancolía por los sueños y esperanzas que se cumplieron y los que se desvanecieron. Se trata en definitiva de un ejercicio refinadísimo y sumamente elegante de optimismo. Hay en la serie una transgresora promoción del sexo libre, pero tratado con tal sentido del humor y tanta delicadeza que hay que ser muy obtuso para llegar a escandalizarse. Al fin y al cabo el sexo corre por el instituto y sus aledaños con tanta alegría y satisfacción como podría hacerlo una buena comida o un buen vino, ideales según el filósofo protagonista para sobrellevar a los malos políticos que nos gobiernan. Hay sexo, pero también mucho amor, mucha emoción, muchísima ternura y mucho gusto por esta vida que nos ha tocado, con sus privilegios, alegrías y tristezas, que de todo se aprende. Merlí es un manual de educación en el respeto, la celebración y la convicción de que algún día todo esto se acabará y no pasará nada, pero mientras estemos vivos tenemos que disfrutar de la existencia, porque sólo la no existencia la justifica.

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