jueves, 16 de septiembre de 2021

CRISTINA BAYÓN AMPLÍA REPERTORIO Y REGISTRO

XXII Noches en los Jardines del Real Alcázar. Cristina Bayón, canto. Jesús Pineda, guitarra. Programa: Canciones de Isabella Colbrán, María Malibrán, Pauline Duchambge, Fanny Mendelssohn, Clara Schumann y Pauline Viardot. Miércoles 15 de septiembre de 2021

Foto: Actidea

No se puede negar que, como tantas veces ha hecho con otras efemérides, estas Noches del Alcázar han apostado fuerte por celebrar el doscientos aniversario de Pauline Viardot, hija de Manuel García, orgullo de la ciudad de Sevilla por su relevancia como tenor admirado y mimado por Rossini y por ser un prolífico compositor de canciones y óperas. García ejerció una fuerte presión sobre sus hijas, siempre decidido a convertir sus indudables talentos en vehículo para la excelencia. Gracias a ello seguramente hoy podemos hablar de una de las cantantes y compositoras que más puertas abrieron a la intervención de la mujer en el panorama musical. La propuesta de la soprano sevillana Cristina Bayón, acompañada a la guitarra por el canario Jesús Pineda, nos llevó a los salones principalmente de París, a aquellas veladas musicales o soirées donde se reunían artistas de toda índole y se hacían eco de las vanguardias literarias, musicales y de otras disciplinas. Raramente requeridas en salas de concierto, no digamos en casas editoriales, las mujeres más arriesgadas e influyentes encontraban en esos salones burgueses la ocasión para ejercer de anfitrionas y dar a conocer allí, en la intimidad que ofrece el ámbito privado, su trabajo y el de sus compañeras de fatigas. Ese fue el ambiente elegido por Bayón para entonar un buen ramillete de canciones tanto de Viardot como de otras mujeres que tuvieron relación con ella.

Bayón ha ido ganando fuerza y expresividad desde que tuvimos oportunidad de escucharla por primera vez hace ya un buen puñado de años. Centrada en el repertorio antiguo y fundamentalmente barroco, su voz todavía hace acopio de recursos ornamentales y estilos interpretativos propios de esa época que le ha dado triunfos tan sonados como el que disfrutó en Jerez hace unos años con un Dido y Eneas celebrado en los Claustros de Santo Domingo. En los últimos años se ha embarcado en algo tan sano y conveniente como la ampliación de repertorios, con aquel recital en La Casa de los Pianistas justo antes de la pandemia, centrado en el matrimonio Schumann, como principal punto de inflexión. Sin embargo su legado le conmina a enfrentarse a estos cantos románticos con vicios adquiridos de su etapa más longeva y fructífera, advirtiéndose ornamentaciones y figuras retóricas a menudo inapropiadas para el repertorio ahora elegido, lo que unido a un exceso de temperamento más propio de un escenario operístico que de una estancia doméstica, afectó en cierto sentido a este recorrido por algunas de las más insignes compositoras del siglo XIX. En otro apartado sería injusto no destacar que su voz ha ganado en quilates, que posee un brillo rutilante, ha ampliado su extensión, aunque sin llegar a esa mítica tesitura de soprano sfogato de tan amplio registro que poseyeron algunas de las homenajeadas, Colbrán y Malibrán en concreto, y sobre todo consigue algo fundamental para considerarse una buena artista, su capacidad para captar toda la atención del oyente.

Con estos más y menos, una voz que ha ganado en la zona aguda y proyecta con holgura, enjaulada en un estilo adquirido de su trayectoria como cantante barroca y un exceso temperamental algo apartado de la gracia y sutileza de las canciones de salón, nos adentramos en un repertorio cargado de preciosas canciones que Jesús Pineda adaptó a la guitarra del original fortepiano. Mujeres valientes que representan un referente no solo en la música, obviadas y en muchos casos vilipendiadas, sino en cualquier ámbito social e incluso político, pues era en ese ambiente doméstico donde se sentían más libres para opinar, debatir y mirarse de igual a igual a los hombres, sembrando la semilla que habría de cristalizar en los avances hoy obtenidos y los muchos que todavía están por llegar. Aunque a veces modificaba el tono a su antojo para salvar escollos, así como su compañero se vio en algún momento enmarañado, sobre todo porque la abundante humedad imperante le obligó a afinar constantemente, Bayón defendió con una exquisita ternura páginas como Benché ti sia crudel de Colbrán, soprano madrileña que fue musa y esposa de Rossini e introdujo a los García en la sociedad parisina, La voix qui dit je t’aime de Malibrán, hermana de Viardot y auténtico fenómeno en su época, o Schwanenlied de Fanny Mendelssohn, asidua a las veladas musicales que la homenajeada celebraba también en Baden Baden. Se atrevió con otras más alegres y desinhibidas, como ese Le retour de la Tyrolinne, también de Malibrán, que cantó con mucha gracia y desparpajo, o el alegato a favor de la frivolidad femenina que supone Le bouquet de bal que a ritmo de vals compuso Pauline Duchambge, especialista en romances y muy admirada por personalidades de la talla de Victor Hugo o Eugéne Scribe. En el bloque dedicado a Viardot incluyó dos canciones de carácter español, evidenciando el exotismo con el que en Europa se abordaba todo lo relacionado con nuestro país. La cada vez más popular Les filles de Cadix cerró este particular recorrido, con Pineda acariciando cada nota proyectada por Bayón, acompañándola con mimo y respeto y algún destello de virtuosismo, especialmente cuando como propina ofrecieron el Polo de Falla muy en estilo.

Artículo publicado en El Correo de Andalucía

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