viernes, 13 de diciembre de 2013

CLASICISMO SIN IMPOSTURAS EN EL CONCIERTO DE ENRICO ONOFRI Y LA SINFÓNICA DE SEVILLA

5º concierto XXIV temporada de abono de la Real Orquesta Sinfónica de Sevilla. Enrico Onofri, violín y director. Programa: Concierto para violín y orquesta nº 4 de Haydn; Sinfonía nº 6 « La casa del diavolo » de Boccherini; Obertura de « Los esclavos felices » de Arriaga; Sinfonía nº 96 « El milagro » de Haydn. Teatro de la Maestranza, jueves 12 de diciembre de 2013

El último concierto de abono de la Sinfónica fue cuanto menos insólito. Lo fue por el programa elegido, en torno al clasicismo, etapa que la formación no aborda en exceso; y lo fue porque lo dirigió todo un experto en música barroca como es Enrico Onofri, familiarizado más bien con la Orquesta Barroca de Sevilla, a la que ha dirigido en varias ocasiones, algunas en los últimos quince días, y con la que ha grabado un par de discos. La polémica ausencia de este conjunto en la presente programación del Maestranza hizo que la primera colaboración de uno de sus máximos valedores con nuestro conjunto sinfónico resultase paradójica. Lo que no se entiende es que en la biografía del director y violinista italiano facilitada en el programa de mano no se mencione la admirada formación historicista.

Onofri optó por una orquesta naturalmente reducida, pero no en exceso. Se dejaron notar algunas indicaciones y orientaciones en la forma de enfrentarse a las partituras, sobre todo en lo que se refiere a vibrato y ornamentación, pero sin intentar en ningún momento desvirtuar el sonido característico de la orquesta, decantándose por una solución que conjugara satisfactoriamente soluciones estéticas historicistas con instrumentos modernos y un concepto más moderno del estilo, sin sacrificar lirismo ni expresividad, pero siempre dentro de unos parámetros admisibles. El resultado fue espectacular, dejándonos una de las páginas más satisfactorias por el momento de esta temporada de conciertos. Lástima que Onofri tocara el Concierto para violín de Haydn en primer lugar, porque de haberlo hecho al final de la primera parte habría favorecido la interpretación de una propina, alargando así la emoción que provocó en nosotros su virtuosismo y buen gusto en la ornamentación. La orquestación especialmente transparente de la Sinfonía nº 96 del mismo autor quedó patente en una interpretación extraordinaria, vigorosa y a la vez matizada; quizás algo más de dramatismo le hubiera venido bien al Andante, pero sin duda Onofri supo imprimirle mucha energía, magia y audacia, sobre todo en el vertiginoso final.

Drama fue también lo que faltó al rotundo y siniestro comienzo de La casa del diavolo de Boccherini. El primer movimiento no fue tan sombrío como debiera, pero mantuvo perfectamente el interés gracias a sus continuos contrastes dinámicos, tan bien resueltos por la batuta como por la orquesta. Lo que no faltó fue violencia y nervio en esa caída de Don Juan a los infiernos que parece contarnos el tercer y último movimiento, al que se añadió una considerable dosis de sensualidad, y con el que la cuerda se mostró tan ardiente como luminosa. Con la Obertura de Los esclavos felices, única pieza que se conserva de la ópera de Juan Crisóstomo Arriaga, se potenció ese vibrante crescendo en el que consiste esta partitura tan evocadora de Rossini. De su jovialidad y su riqueza temática dieron buena cuenta los maestros de la Sinfónica, sobresaliendo las flautas en ese excelente juego de texturas que plantea la música del jovencísimo compositor vasco.

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