viernes, 27 de junio de 2014

UNA REFLEXIÓN SOBRE LA NOVENA DE MAHLER QUE DEDICO A UN ÁNGEL

16º programa de abono de la XXIV temporada de conciertos de la Real Orquesta Sinfónica de Sevilla. Pedro Halffter, director. Programa: Sinfonía nº 9 en Re mayor de Mahler. Teatro de la Maestranza, jueves 26 de junio de 2014

Podium vacante ante la próxima temporada
Mahler puso punto final a esta vigésimo cuarta temporada de abono de la ROSS, aunque nuestra incombustible orquesta tiene todavía varias citas pendientes con ese público que le rinde la admiración y el respeto que otros le escatiman. Halffter cumplió con su última sinfonía completa el ciclo sinfónico-instrumental del compositor bohemio que él y la orquesta le han brindado durante esta temporada; y lo hizo con esta pieza que ya ofreció junto a la Orquesta Joven de Andalucía la temporada anterior, con resultados ya entonces espléndidos. Esperábamos no obstante una interpretación técnicamente más impecable y expresivamente más impactante, pero no a niveles tan estratosféricos como los alcanzados en esta ocasión. El programa, con este monumento a la desesperación ante la muerte y la despedida ante lo terrenal, llegó oportuno para dedicárselo al maestro Frühbeck de Burgos, fallecido hace apenas quince días cuando seguía plenamente en activo aún a sus ochenta años, y que tantas veces nos honró con su presencia ante el conjunto hispalense.

Llegó puntual también al ánimo de este cronista, que esa misma mañana veía cómo una estupenda mujer, una madre excepcional, una esposa adorable y una amiga generosa se sumía en el sueño eterno bajo las lápidas de ese hermoso jardín para el descanso de los muertos que es el Cementerio de San Fernando, aunque la forma en que Mahler afrontaba la muerte era diametralmente opuesta a la que adoptó esta irrepetible amiga. La incertidumbre y la falta de demostración es la misma, pero la esperanza se torna celebración cuando durante toda una vida el milagro de nuestra existencia se percibe como un regalo con fecha de caducidad. Ambas formas de vivir el trance, aferrándose a la vida o entregándose a la muerte, son humanamente válidas y aceptables. Mahler se agarró a una vida sin embargo llena de dolor y tormento, de donde derivó un legado cultural inigualable, inspirador y sobrehumano, mientras este ángel a quien dedico estas palabras gozó tanto de su vida como se la hizo gozar a los demás, lo que no fue obstáculo para despedirse de ella y de ellos, sus seres queridos, con total aceptación y agradecimiento.

Una actitud así no hubiera dado los frutos cosechados con el temperamento de Mahler, que en su novena sinfonía llegó a la apoteosis del sufrimiento, a la catarsis de la pena y la desesperación, tal como se refleja en el Andante comodo inicial, prodigio de gramática y estructura musical que Halffter diseccionó con un amplio sentido de la mesura y el equilibrio, sin contrastes exagerados entre las cuerdas dolorosas, la calma de la marcha fúnebre y los estallidos de cólera de su zona central. Su visión de la pieza, más madura que hace un año, hace que se cohesionen sus tres bloques (el segundo y el tercer movimientos para mí forman uno solo), a pesar de que sobre el pentagrama ofrecen pocas referencias en común más allá del tímido regreso a los temas principales. Su dirección fue comedida, atenta como siempre a los matices y los detalles, de forma que las danzas o ländlers y la supuesta alegría del Rondo-Burleske, tan distendido en apariencia como amargo y decidido, no contrastaran tanto con el calmo desasosiego del primer movimiento, sin por ello dejar de reflejar la satisfacción del recuerdo, de los años vividos y sus memorias más gozosas, obteniendo de la orquesta la plasmación de una atmósfera inquietante, con la cuerda erigiéndose en voz del sufriente protagonista y maderas y metales recreando el ambiente enfermizo a la vez que nostálgico en el que se envuelve el drama. Halffter supo cómo humanizar este esperpéntico dolor del alma, este sobrecogedor canto de despedida, zambulléndose en un final de desasosiego, de voces dolientes y estremecedoras, cuyo desvanecimiento a través de un trabajo descomunal del pianissimo fue parejo a un efecto de luz que fue apagándose paulatinamente sobre el escenario anunciando el crepúsculo de cualquier realidad ante la certeza de que todo es efímero y que la puerta está abierta, no se sabe a dónde pero hay quien ya la ha cruzado, como Inma, un ángel.

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