martes, 17 de mayo de 2016

LA BRUJA Caldo de cultivo para el mal

Título original: The VVitch
USA 2015 92 min.
Guión y dirección Robert Eggers Fotografía Jarin Blaschke Música Mark Korven Intérpretes Anya Taylor-Joy, Ralph Ineson, Kate Dickie, Harvey Scrimshaw, Lucas Dawson, Ellie Grainger, Bathsheba Garnett, Sarah Stephens Estreno en el Festival de Sundance 23 enero 2015; en Estados Unidos 19 febrero 2016; en España 13 mayo 2016

Casi siete años le ha llevado a Robert Eggers dar el salto del cortometraje al largo, desde  Tell-Tale Heart, adaptación de un relato de Edgar Allan Poe, hasta esta Bruja con el que se mantiene fiel al género por el que parece va a proseguir su prometedora carrera. Confiesa haberse basado en escritos, leyendas y fuentes directas de las prácticas de brujería realizadas en Nueva Inglaterra cuando Estados Unidos aún era una colonia británica. Un momento histórico raramente plasmado en el cine, donde la historia del país parece empezar siempre con la Guerra de la Independencia. Ya eso le da cartas de identidad a un film que recurre a tópicos y tesis mil veces vistos pero a través de una historia pocas veces contadas, como es la de la iniciación en un tipo de prácticas demoníacas por entonces muy extendidas por determinadas zonas boscosas de muchos países del mundo. Prácticas que tenían que ver con el oscurantismo de una época escasamente ilustrada, avasallada por la intriga y la amenaza a la que la religión tenía sometida al pueblo. Lacras que aún hoy, aunque no seamos conscientes, arrastramos. Por eso Eggers se fija en una típica familia, centro de la educación y la madurez de toda criatura standard, retratándola más volcada en rezos y rendiciones a un Dios Todopoderoso que a reprimir terribles impulsos como los que manifiestan ciertos niños crueles e ineducados. En ese seno malsano, corrupto, en las antípodas del misticismo de un Dreyer al que la hermosa fotografía de Jarin Blaschke parece hacer más de un guiño, se desarrolla el caldo de cultivo para la implantación del mal en su estado más puro y a la vez ingenuo. De la propia represión del mal a través de un cristianismo radical y extremista, surge precisamente lo diabólico. Los acontecimientos se van sucediendo con considerables dosis de fantasía, nunca explicada como tantas veces ocurre con el fin de dar realismo a situaciones improbables. Si el demonio tiene forma de cabra, negra para ser más siniestra, o las brujas habitan en el bosque, no son más que producto de toda esa leyenda que tradicionalmente ha adornado el pasto en el que se han desenvuelto tramas como las de Las brujas de Salem. Los aquelarres y las posesiones diabólicas tienen que dejar también su impronta en un conjunto que se erige como metáfora del mal que a través del control ha ejercido una Iglesia autoritaria, intolerante e intransigente. La realización de Eggers es convenientemente sobria y elegante para que tan delicado material no caiga en el ridículo, mientras el uso creciente y desasosegante de la banda sonora contribuye a generar la tensión que el relato exige. Un elenco entregado y comprometido ayuda también al éxito de la empresa. Galardonado con el premio al mejor director en el Festival de Sundance de 2015, a pesar de lo cual ha tardado mucho en estrenarse incluso en Estados Unidos.

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