domingo, 11 de diciembre de 2016

VÍSPERAS SICILIANAS EN VALENCIA: ENCICLOPEDIA ITALIANA

I vespri siciliani, de Giuseppe Verdi. Libreto de Eugène Scribe y Charles Duveyrier adaptado por Ettore Caimi. Roberto Abbado, dirección musical. Davide Livermore, dirección escénica. Santi Centineo, escenografía. Giusi Giustiino, vestuario. Andrea Anfossi, iluminación. Luisa Baldinetti, coreografía. Francesc Perales, director del coro. Intérpretes: Gregory Kunde, Maribel Ortega, Juan Jesús Rodríguez, Alexánder Vinogradow, Andrea Pellegrini, Cristian Díaz, Nozomi Kato, Moisés Marín, Andrés Sulbarán, Jorge Álvarez, Fabián Lara. Orquesta de la Comunitat Valenciana y Coro de la Generalitat Valenciana. Coproducción del Teatro Regio di Torino y ABAO-OLBE. Palau de las Arts Reina Sofía, Valencia; sábado 10 de diciembre de 2016

Sevilla y Valencia son estos días protagonistas de dos puestas en escena de ópera muy especiales, con títulos raramente programados, por lo que acercarse a ellas constituye un privilegio que no se puede rechazar. Por eso no puedo sustraerme a decir algunas palabras sobre estas Vísperas Sicilianas de la actual temporada lírica del coliseo valenciano. Cuando Scribe eligió a Verdi para ponerle música a su drama libertario, los protagonistas eran el Duque de Alba y la dominación española sobre los países bajos, pero el compositor vio en el libreto la oportunidad de ilustrar los cambios que se estaban operando en su país, que no existía como tal pero se encontraba a las puertas de hacerlo en un proceso de conciliación de la libertad y la participación del pueblo inédito en la Europa del momento. Abordó entonces el material dramático para afrontar un encargo de la Ópera de París que debía alcanzar la grandiosidad de las óperas francesas, incluido un ballet de más de media hora en el acto III, y que contara con una escenografía grandiosa. Para su adaptación al italiano Verdi debió evitar susceptibilidades en un momento de profundos cambios, convirtiendo la época y el escenario en Portugal bajo dominación española. Tras la unificación de Italia en 1861 se volvió a la versión original francesa, traducida al italiano y sin ballet, que es la que pudimos ver en Valencia.
 
Esta producción recibió generosos vítores en 2011, cuando se concibió para conmemorar el ciento cincuenta aniversario de la unificación italiana. Por eso se trata de un compendio de tópicos, miedos y constantes del querido país en época contemporánea. Una producción que aúna con acierto y elegancia la mafia siciliana, la corrupción política, la manipulación de los medios, la herencia fascista (evidente en la arquitectura administrativa), la obsesión por el sexo y la pasarela, o el espejo de realities, shows y concursos con los que se quiere contentar a unas clases sociales proletarias cada vez más anestesiadas y amnésicas, así hasta llegar a los populismos con los que hoy parecen confundirse los alzamientos populares. Todo muy logrado y convincente, si no fuera porque con estos experimentos de traslación de momento y lugar se acaba desviando la atención de lo que realmente importa, la música, con textos que no encajan con lo que vemos, y nuestra mente centrada en comprender lo que se nos quiere transmitir. Aún así no podemos negarle al espectáculo una grandeza evidente, con una acertada dirección escénica del actual director artístico del Palau, Davide Livermore, dinámica y espectacular, y un eficiente trabajo de figuración en el que destacaron unos muy bien entonados y afinados coros, a pesar de que en ciertos pasajes sonaron descompasados con respecto a la excelente Orquesta de la Comunidad, dirigida con acierto y un notable conocimiento de una partitura de tan fino anclaje, audaces matices y fuerza melódica y armónica por parte de Roberto Abbado.
 
También las voces acompañaron eficazmente al conjunto, si bien salimos algo decepcionados con el trabajo de la jerezana Maribel Ortega, en quien depositábamos muchas esperanzas. Su proyección se resiente cuando se mueve entre los registros más graves, como ocurrió en su aria del primer acto, mientras funciona mejor cuando se mueve en registros más amplios, como en el dúo de amor del segundo o sus intervenciones en el acto final, donde demostró ser capaz de controlar la voz incluso en los agudos más intrépidos. Gregory Kunde volvió a exhibir una voz de amplios recursos, que modula con dominio y solvencia, pero acusa exceso de temperamento tanto en su actuación como en su expresividad canora. Más convenció el Monforte de Juan Jesús Rodríguez, que supo combinar rigor y severidad con nobleza y ternura, dejando claro por qué su papel es uno de los más apreciados para barítono del repertorio verdiano. Pero quien más ovaciones recibió fue el Procida de Alexánder Vinogradow, a pesar de que en su aparición en el segundo acto nos pareció algo inexpresivo y monótono. Sin embargo hemos de reconocer que fue quien mejor mantuvo en todo momento una línea de canto firme y homogénea. Especialmente prodigioso nos resultó cuando en el cuarto acto cantó tumbado boca abajo, incluida la cabeza, sin que eso mermara ni un ápice su potencia canora. Los múltiples recursos técnicos y artísticos a disposición de una vistosísima puesta en escena, y estos valores musicales que indudablemente pudimos disfrutar en estas vísperas valencianas, hicieron que el espectáculo mereciera sin duda la pena.

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