Quizás por esa intención de confeccionar un programa muy ruso, se seleccionaron piezas de Rimsky-Korsakov y el menos frecuente César Cui, ambos integrantes del grupo de Los Cinco, empeñados en hacer una música netamente nacionalista, siguiendo las ideas de Glinka, presente también en el programa. De hecho las piezas de los dos primeros siguen pautas muy parecidas, con preponderancia de ambientes pastorales y melodías cálidas y sencillas. Cui era un experto miniaturista, y algunas de sus piezas para piano las tradujo en esta Suite nº 1 que Michael Thomas y la Bética desgranaron con deleite y buen juicio. Contó para ello con un plantel de primera categoría en las maderas, con valores como Jacobo Díaz al oboe, Luis Orden a la flauta o Antonio Salguero al clarinete, que contribuyeron sobremanera al buen acabado formal de esta pieza, alcanzando cotas muy estimables por ejemplo en el Souvenir douloureux, cantado de manera compacta y responsable.
De las tres obras que Rimsky-Korsakov compuso según melodías rusas, una Obertura, una Fantasía y una Sinfonietta, esta última es quizás la menos frecuentada, a pesar de tratarse de un trabajo sólido y tan bien orquestado como suele ser habitual en su catálogo. De ella Thomas ofreció una versión clara y transparente, atenta a las texturas y a la melodía, especialmente en el adagio, donde expuso con mimo y detalle esa melodía sobre la que Stravinski volvería en su Pájaro de fuego. En contraste, la Bética acertó en atacar su brillante final de forma enérgica y contundente.
Emociones encontradas para una excelente violinista
Foto: Gracia Bueno |
La joven violinista exhibió en todo momento un control absoluto del legato, un lirismo avasallador, patente en el dulce y sedoso sonido del andante central, y una concentración espiritual y una profundidad emocional solo alcance de solistas muy maduros. También aprovechó para derrochar virtuosismo tanto en las enérgicas modulaciones del contrastado primer movimiento como en el mordaz y dinámico allegro final, resuelto con una poderosa mezcla de gracia, rudeza y agitación. Lástima que el acompañamiento del siempre entusiasta y comprometido Thomas a la batuta no estuviera totalmente a la altura, evidenciando demasiada tosquedad en los ataques, un carácter más disonante de lo conveniente y algún desequilibrio que otro en los planos sonoros y las texturas. Con todo fue una versión muy lograda, un motivo de satisfacción para la violinista, tristemente empañado por el hecho de coincidir con la pérdida de su abuelo, a quien dedicó como propina una delicada y fluida Meditación de Thais visiblemente emocionada. Con el Recuerdo de una noche de verano en Madrid de Glinka terminó esta exhibición rusa, de forma tan respetuosa como distendida, resolviendo con destreza y dinamismo su variada estructura. También aquí brillaron las excelentes prestaciones de la madera y la cuerda, el depurado trabajo del percusionista, castañuelas incluidas como en Prokofiev, y una global pasión contenida.
Artículo publicado en El Correo de Andalucía
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