Hay
que celebrar, sin embargo, que el evento
con el que inició su periplo resultara tan digno y acertado, gracias una
vez más al esfuerzo denostado de un equipo que cree en lo que hace y pone todo
su empeño en que la empresa salga todo lo mejor posible, aunque los recursos
sean limitados. Todo lució al nivel
exigible, en lo musical y en lo escénico, con especial hincapié en su
acertada dramaturgia, que facilitó el seguimiento de un relato plagado de simbolismos y cuestiones surrealistas que
tanto empañan su comprensión.
Talento
local y voces muy implicadas
La
producción que para la ocasión ha
desarrollado el propio Ayuntamiento de Sevilla bajo la marca del festival
que dirige Francisco Soriano, resulta todo lo eficaz imaginable, gracias a una inteligente escenografía de Juan Ruesga
que convierte la habitación en la que sus protagonistas andan un tanto perdidos,
en todo un universo emocional de cuyos suelos emergen utensilios, secretos y
sueños. A partir de ahí, Susana Gómez
logra que sus personajes se deslicen con fluidez y vitalidad por el
simbólico escenario, iluminado de forma brillante e imaginativa con efectos que
potencian una sensación onírica global.
Del
vestuario cabe destacar los bellísimos
figurines creados por Nino Bauti para que los luzcan las dos protagonistas
femeninas, inspirados en la misma década, los cincuenta del siglo XX, que alumbró
el film de Melville, en lugar de los veinte en los que se concibió la novela de
Cocteau. Lástima que las fotografías no se hayan hecho eco de esos trajes.
A
estos cuatro personajes enmarañados en intrigas
románticas y antiguos rencores, les ponen voz otras tantas figuras de talento
demostrado, destacando la fluidez y la potencia de Clara Barbier como la maquinadora Elisabeth, el sonido compacto y
templado de la mezzo Lydia Vinyes-Curtis,
el atractivo timbre de Samy Camps,
que como Gérard se adjudica también el papel de narrador, y la voz sobria y
profunda del barítono Dietrich Henschel.
En
el apartado estrictamente instrumental cabe destacar el trabajo compenetrado, preciso y puntualmente intenso del trío de
pianistas convocados, talento local al frente de una pieza en la que se pudo
distinguir a la perfección el estilo punzante
y armónico del autor de Einstein on
the Beach o la banda sonora de Las
horas. Juan García logró una vez más
triunfar como director con su particular y vibrante recreación de una
partitura contemporánea. Lástima que todo esto se diluyera un poco en la acústica reverberante y algo dispersa del
escenario elegido, la Nave de la Fundición de la Fábrica de Artillería, lo
que jugó también a la contra en el equilibrio entre música y voces.
Artículo publicado en El Correo de Andalucía
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