La
cita esta vez fue con la otra gran formación que salió de su instinto e
iniciativa, la Orchestre des
Champs-Élysées. Pero sobre todo lo era con un repertorio, que aunque
ampliamente divulgado desde su sensibilidad y criterio a través del disco, no
habíamos tenido oportunidad de
disfrutarle en directo. El frágil cambio del clasicismo al romanticismo que
representa el rupturista Beethoven, encontró en el director belga la
oportunidad de lucir unos criterios
interpretativos muy en consonancia con los nuevos tiempos, y en algunos
aspectos a años luz del sonido al que se acostumbraron nuestros oídos tras
décadas de sinfonismo voluptuoso
todavía hoy en práctica.
No
cabe duda de que estos criterios cuentan con la admiración e incluso el fanatismo, a juzgar por los incómodos
vítores que el veterano director recibió de un asistente al acontecimiento de
anoche, de parte del público. No es exactamente nuestro caso, y cuesta abstraerse de esa preferencia a la hora
de intentar ser lo más objetivo posible.
Formas
ligeras y texturas transparentes
Herreweghe
es un músico meticuloso y muy preciso,
y eso se manifestó en las formas tan delicadas, ligeras y volátiles con las que
abordó la Pastoral de Beethoven.
Formas y texturas a las que se amoldó una orquesta
reducida a unos cincuenta maestros y maestras, con una disposición harto singular, chelos y contrabajos de frente, los
últimos atrás del todo, y violines contrapuestos; por medio violas y maderas, y
en las esquinas metales y timbales.
Siguió
un andante también rápido, sin
detenerse en esa hipnótica expresividad
que le caracteriza, amortiguando el vibrato
al máximo, una constante que se vislumbró también en allegro central, precediendo a la
tormenta que marcó el momento más convincente y convencional de la pieza,
tras el cual el allegretto final nos
supo a poco, menos majestuoso de lo que esperamos, si bien no escatimó en sinceridad. La orquesta respondió con disciplina y
precisión, incluidas unas complicadas
trompas de la época, con la dificultad añadida que supone, que no pudieron
evitar algún pequeño desajuste.
Más
afín a la sensibilidad cultivada resultó una Quinta poderosa, regia y
vehemente. Hubo aquí una acertada y hábil combinación de concentración, unidad orgánica e impulso
rítmico, si bien echamos en falta una mayor progresión de la tragedia inicial
al triunfo final, pues más bien nos sonó todo bastante romo, con una expresividad bastante homogénea.
El
allegro inicial disfrutó de un
intenso dinamismo, mientras de nuevo los tempi
rápidos del andante malograron en
parte su potencial sentimentalismo y
sincera vulnerabilidad. Todo estuvo no obstante en su sitio, sin bien el scherzo central, una de nuestras piezas
más queridas por fascinante, resultó demasiado rígido y mecánico. Mucho mejor la fantasmal transición hacia el allegro final, mediante un crescendo que, sin embargo, en otras
ocasiones nos ha parecido más inquietante. Espectacular
sin paliativos el gratificante y majestuoso movimiento final, y de nuevo el
entusiasmo del público, mucho más numeroso que otros lunes.
Artículo publicado en El Correo de Andalucía
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