jueves, 6 de febrero de 2014

SHOSTAKOVICH Y SCHUBERT EN EL CONCERTGEBOUW DE AMSTERDAM

Con un razonable buen tiempo en el exterior, tuvimos ocasión de asistir el pasado domingo 2 de febrero por la tarde a la famosa sala de la ciudad de los canales para escuchar su orquesta titular en el Concierto para violonchelo nº 1 de Shostakovich y la Sinfonía nº 9 de Schubert bajo la dirección de Semyon Bychkov y con Gautier Capuçon al chelo, y de paso disfrutar del buen ambiente que ofrecen los habitantes de esta preciosa ciudad y de los vinos que generosamente ofrecen en los intermedios de sus programas musicales. No era la primera vez que tenía el privilegio de disfrutar de esta sala emblemática y su formidable orquesta. Ya en mayo de 2010 pude asistir a dos conciertos, Vladimir Jurowski y Nikolaj Znyder con el Concierto de Elgar y la Sinfonía nº 1 de Chaikovski, y Yannick Nezet-Seguin, la Filarmónica de Rotterdam y Nicholas Angelich con el Emperador y la Heroica de Beethoven.

Disfrutando de un vino en el intermedio
Nadie podría parecer más adecuado hoy en día que Bychkov, nacido en la Unión Soviética y huido a Estados Unidos en la década de los 70, justo antes de despuntar su carrera musical, para abordar una pieza tan sintomática en la mitología de terror e intolerancia impuesta por el antiguo régimen ruso. A su lado contar con uno de los hermanos Capuçon, a quien ya hemos tenido oportunidad de escuchar en un par de ocasiones en Sevilla, apuntaba como una garantía de interpretación memorable; no en vano muchos creen reconocer en el violonchelista francés la herencia del genio de Rostropovich, cuya interpretación de la Sonata-Concierto de Prokofiev inspiró a Shostakovich para la composición de su primer concierto para violonchelo. Sin embargo aún siendo técnicamente impecable y expresivamente solvente, faltó desesperación y amargura en su versión de la pieza. Apenas penetrante el Allegretto inicial, el segundo movimiento sí logró insuflar su carácter fantasmagórico, y desde luego Capuçon triunfó con sus muy meditadas, matizadas y reflexivas cadencias, mientras al allegro final le faltó un punto más grotesco aunque acertara en brío y energía. Con todo el chelista logró sonar tan sedoso y seductor como ligeramente irritado según procedía.

Bychkov regalando ramos de flores a los trompistas
Bychkov ofreció sin embargo una más que competente versión de La Grande de Schubert, una obra poderosa que Schumann descubrió cuando hacía casi una década que había fallecido su autor. Nuestra posición, justo detrás de la orquesta y al mismo nivel que las trompas, provocó una audición de planos invertidos, un inconveniente menor teniendo en cuenta la importancia que dicho instrumento tiene en esta majestuosa composición. Bychkov contagió a una de las mejores orquestas del mundo del sentido lineal y casi espontáneo de la música, con un marcado equilibrio general y una saludable tendencia a destacar las subidas y bajadas de tensión, ritmo y tono. Se mostró exigente en su extenso punto culminante con un resultado sobresaliente de cuerda, viento y metales. Por su parte las trompas estuvieron brillantes tanto en precisión como en expresividad, damos buena fe de ello que las teníamos justo delante. Una experiencia por lo tanto memorable y profundamente emocionante y emotiva para cualquier melómano y romántico empedernido.

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