domingo, 8 de marzo de 2015

CONCIERTO DE CÁMARA DE LA ROSS: PRESUNTOS BAILES ENTRE GUERRAS

XXV Ciclo de Música de Cámara de la Real Orquesta Sinfónica de Sevilla. Éric Crambes y Luis Miguel Díaz, violines. Jerome Ireland, viola. Gretchen Talbot, violonchelo. Esteban Baraviera, sonido. Programa: Different Trains, de Steve Reich; John's Book of Alleged Dances, de John Adams; Black Angels: Thirteen Images from the Dark Land, de George Crumb. Sala Manuel García del Teatro de la Maestranza, domingo 8 de marzo de 2015

Marzo tiene este año en Sevilla un nombre propio en el terreno musical, con perdón del Femás. Se trata de John Adams, que protagoniza el título operístico más esperado de la temporada, Doctor Atomic, uno de esos que colocan nuestro teatro a la cabeza a nivel nacional y que lo hacen noticiable, siempre que quienes estén encargados de ese menester hagan bien sus deberes. Adams ha aparecido en nuestros atriles sólo recientemente. La propia ROSS interpretó la temporada pasada sus Harmonielehre, mientras la Sinfónica Conjunta ofreció esa misma temporada una versión vibrante y estremecedora de The Chairman Dances. Este mes estará presente además de con su ópera con la Sinfonía basada en la misma, pero de momento el pistoletazo de salida lo ha dado este singular concierto de cámara de nuestra Sinfónica. Lo curioso es que el autor menos presente en cantidad y calidad del programa fue precisamente Adams. Arropándolo, dos partituras esenciales de la música contemporánea americana. Por un lado Different Trains, con la que el considerado como padre del minimalismo consiguió en 1989 un Grammy a la mejor composición clásica contemporánea. Y por otro Black Angels, la pieza más antigua (1970) y sin embargo la más radical y vanguardista de cuantas ofrecieron Éric Crambes, Luis Miguel Díaz y los también norteamericanos Gretchen Talbot y Jerome Ireland. Una formación clásica de cuarteto sometida a intervenciones muy particulares a partir de cd's grabados y cometidos extras muy comprometidos. Como es habitual cada pieza estuvo introducida por elocuentes e ilustrativas explicaciones, y como es habitual también el único que no habló fue el español... en fin.

En Different Trains Reich rememora su niñez, cuando viajaba en tren de Nueva York a Los Ángeles para visitar a cada uno de sus progenitores separados, y en su condición de judío imaginaba viajar en otro tipo de trenes si viviera en Europa, los de la muerte. La pieza cuenta con el apoyo de compactos (originalmente cintas) grabadas, reproduciendo otros dos y hasta tres cuartetos en ostinato, voces de megafonía que sirven de modelo para los acordes melódicos de los intérpretes (toda una novedad en el catálogo del autor) en el primer movimiento (America - Before the War), sirenas y sonidos de tren en el irrespirable y sofocante segundo movimiento (Europe – During the War) y recuerdos de supervivientes del Holocausto en el tercero (After the War), que se diluye progresivamente. Un trabajo arduo para los músicos, que deben prestar una especial atención a cada matiz e indicación de la obra. De Adams se eligieron cuatro de sus diez supuestas danzas (el calificativo se debe a que en el momento de componerlas no se habían inventado los pasos de baile para acompañarlas, si bien con el tiempo se han llegado incluso a coreografiar), tres con piano preparado, también grabado, emulando por ejemplo el vaivén del tranvía, como es el caso de Judah to the Ocean. La pieza se compuso en 1994 por encargo del Kronos Quartet, adaptándose al temperamento e idiosincrasia de cada uno de sus integrantes, lo que traducido al Cuarteto de la ROSS supone imitar el estilo y estética de este reputado conjunto, algo en lo que nuestros músicos triunfaron holgadamente.

Precisamente fue Black Angels la primera pieza que interpretó el Kronos, allá en 1970, cuando se compuso. Inspirado en el infierno de Vietnam y con una considerable presencia de la muerte en su espíritu y en su narrativa, George Crumb planteó esta obra para cuarteto eléctrico, amplificado, acompañado de gongs, tam-tam, copas, utensilios metálicos y las propias voces de los músicos, a cada uno de los cuales les está específicamente asignado un conjunto de menesteres concretos y diversos. Música que sienta las bases de las actuales composiciones para el cine de terror, cuarenta años después, y que ya en su momento fue elegida por William Friedkin para formar parte de la banda sonora de El exorcista. Y es que ciertamente su riqueza expresiva provoca tal desazón y angustia que llega a transmitir el horror vivido en el campo de batalla, a la vez que en una segunda parte nos sumerge en el sonido exótico de la tierra que le sirve de escenario. Requiere un trabajo meticuloso, muy atento al detalle y al matiz, que nuestros cuatro esforzados y valientes intérpretes solventaron con magisterio absoluto.

Artículo parcialmente publicado en El Correo de Andalucía el 9 de marzo de 2015

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