sábado, 7 de marzo de 2015

MAPS TO THE STARS Pobres niños ricos

Canadá-Alemania 2014 111 min.
Dirección David Cronenberg Guión Bruce Wagner Fotografía Peter Suschitzky Música Howard Shore Intérpretes Julianne Moore, Mia Wasikowska, John Cusack, Robert Pattinson, Olivia Williams, Sarah Gadon, Evan Bird, Carrie Fisher, Jonathan Watton Estreno en Cannes 19 mayo 2014; en Canadá 31 octubre 2014; en España 6 marzo 2015

Pocos son los guiones que ha firmado Bruce Wagner en treinta años de profesión; el más sonado giraba también en torno al mundo de la farándula hollywoodiense (Escenas de la lucha de sexos en Beverly Hills), mientras otro de los más conocidos, para la televisiva Wild Palms de Oliver Stone, lindaba con esa iconografía humana. Con ingredientes parecidos a los de la primera de las referidas, construye ahora una mirada más ácida y corrosiva que la que protagonizaba Jacqueline Bisset, o es que sencillamente la ha dirigido Cronenberg y de esa manera llevado a su particular mundo retorcido y malsano. Lo cierto es que Hollywood es América, y ésta siempre se ha caracterizado por hacer mucho ejercicio de autocrítica que a la hora de la verdad no le ha conducido a ninguna parte, no se ha materializado en una voluntad sincera de cambio. De esta forma se pueden contar por puñados las películas que reflejan ese mundo presuntamente podrido que se esconde tras el glamour del cine, muchas de ellas convertidas en clásicas y películas de culto. Es como si a la fuerza se empeñasen en decepcionarnos, desencantarnos ante un mundo de papel cuché que admiramos, un club al que tanta gente quisiera pertenecer, un sueño inalcanzable. ¿Realmente es necesario denunciar ese mundo de fantasía e impedir a la gente corriente, sumergidas en sus problemas habituales, que siga soñando? Como era de esperar, en manos de Cronenberg la experiencia se convierte primero en hipnótica, después en irrespirable y finalmente traumática y horripilante. No se le puede reprochar al realizador canadiense no ser fiel a sus propios postulados, a la vez que agradecerle sacar tanto partido a sus intérpretes, que hasta Robert Pattinson repitiendo tras la irritante Cosmópolis, logra extraer matices a su en principio plano personaje. La trama combina una acomodada familia que vive en una modernísima y excéntrica mansión a expensas de los caprichos de las estrellas de Beverly Hills, con una estrella naturalmente histérica que se prepara para interpretar el mismo papel que le dio fama a su madre cuarenta años atrás, y cuyo fantasma le atormenta sistemáticamente. Los hijos sufren aquí el lastre de ser fruto de un incesto unos y de una fama mal digerida otros, así como de vivir en un universo en el que hoy se puede estar arriba y mañana caer en picado. Estos parámetros condicionan por lo tanto la estabilidad emocional de los jóvenes y los no tanto, obligados a crecer a velocidad de vértigo y abocarse a una vida no vivida, contemplada como meros zombies, víctimas de una realidad no deseada. Naturalmente el guión de Wagner, con sus inevitables dosis de humor, acaba convirtiéndose en un espectáculo difícil de digerir, un lamento in extremis que no tiene remedio y que da a sus intérpretes ocasión para desmelenarse, valga de ejemplo Olivia Williams, a quien admiramos en El escritor y aquí encontramos abominable. En la línea de su personaje para ¿Qué hacemos con Maisie? Julianne Moore compone aquí un personaje complejo y aún así creíble, a pesar de los excesos a los que está expuesto; un papel por el que se alzó con el premio a la mejor actriz en Cannes y que debiera haberse materializado en más reconocimientos de los recibidos por Siempre Alice, mucho más convencional y previsible. En el apartado técnico Cronenberg se ha descuidado mucho, palpable en unos risibles efectos visuales y en una fotografía plana, sin relieve ni iluminación, casi de cámara digital doméstica. A pesar de todas las crudezas y turbiedades apuntadas, al final lo más impactante es comprobar lo desfigurada que ha quedado Carrie Fisher, la Princesa Leia, tras haber pasado por el quirófano y ganado algunos, muchos, kilitos. Su presencia es recurrente en estos productos que ilustran la vampirización de los hijos de los famosos; la suya, Debbie Reynolds, la traumatizó lo suyo. Después de ver la transformación de Mark Hamill, Luke Skywalker, en Kingsmen, la aparición espectral de la Fisher sí que resulta un verdadero trauma, al menos para los frikies de la saga galáctica.

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