martes, 17 de marzo de 2015

DOCTOR ATOMIC: ESPLÉNDIDA COMBINACIÓN DE DISCIPLINAS ARTÍSTICAS

Ópera de John Adams con libreto de Peter Sellars. Pedro Halffter, dirección musical. Yuval Sharon, dirección de escena. Dirk Becker, escenografía. Sarah Rolke, vestuario. Juan Manuel Guerra, iluminación. Benedikt Dichgans y Philipp Engelhardt, videocreación. Con Lee Poulis, Jessica Rivera, Jovita Vaskeviciuté, Jouni Kokora, Beñat Egiarte, Peter Sidhom, Christopher Robertson y José Manuel Montero. Real Orquesta Sinfónica de Sevilla. Coro de la A.A. del Teatro de la Maestranza, dirigido por Íñigo Sampil. Producción de Badisches Staatstheater Karlsruhe. Teatro de la Maestranza, lunes 16 de marzo de 2015


Ha sido el proyecto más ambicioso de la presente temporada lírica del Maestranza, un reto para su director artístico y objeto de polémica entre quienes apuestan por la renovación del género y quienes prefieren mantener sus líneas básicas, con abundantes cambios de opinión entre los segundos tras los buenos resultados obtenidos con la música de Adams y el espléndido montaje del israelí Yuval Sharon. En cuanto al primero, su partitura no es precisamente dura ni difícil aún para oídos poco curtidos en nuevas tendencias. Se pueden adivinar en ella influencias tan populares como la música de cine, con ecos de Elliot Goldenthal (Alien 3, Sphera), Don Davis (Matrix) y, por supuesto, John Williams, especialmente en los momentos más agresivos y agitados de la pieza. Respecto al montaje, proveniente de la Ópera de la ciudad alemana de Karlsruhe, aprovecha una gran cantidad de recursos técnicos y arquitectónicos para recrear una época y unos espacios con la mayor creatividad posible, sin optar por el camino fácil de la dramaturgia convencional. Puede tacharse la música de Adams de poco arriesgada y experimental, pero no se le puede negar una gran vistosidad y variedad de registros expresivos, que van de la violencia, la agitación y la turbiedad al lirismo más exacerbado, la sensualidad y la voluptuosidad de las líneas y las formas instrumentales. Una música envolvente y atmosférica cuya escucha se hace atractiva, ni enerva ni entusiasma, pero convence.

Lee Poulis (Oppenheimer) en otra producción distinta de
Doctor Atomic, pero con idéntica vestimenta
Halffter triunfó, como era de esperar, en esos registros líricos de marcada sensualidad, mientras retuvo los ataques en los abundantes pasajes agresivos, de forma que en sus manos la partitura a menudo resultó más lánguida de lo conveniente. Aún así fue una lectura atenta a los matices y detalles, nada que nos sorprenda tras todos estos años disfrutando de su trabajo. Doctor Atomic no es un concepto distinto al de ópera tal como la entendemos tradicionalmente; de hecho respeta toda la tradición operística y hereda sus postulados, tanto en dramaturgia como en gramática musical. Las voces cantan melodiosamente, hay arias y dúos, coros e interludios musicales, de la misma forma que hay actos, escenas, cuadros y una línea argumental. La única diferencia quizás es que no trata de grandes y difíciles amores en contextos históricos, sino de un problema de conciencia, un estigma en la sociedad norteamericana en torno a la cuestión ética de la bomba nuclear que asoló a mitad de los cuarenta las ciudades de Nagasaki e Hiroshima. Peter Sellars podría haber puesto su mirada en los hechos tal como fueron narrados en la película de Roland Joffe Creadores de sombras (en inglés Fat Man and Little Boy, en alusión a las bombas que destruyeron respectivamente cada una de estas ciudades). Sin embargo su intención va más allá, procurando explorar los personajes y sus implicaciones en los hechos más que reconstruirlos, como ocurriera en otras óperas de Adams, como Nixon en China y La muerte de Klinghoffer. Por eso la puesta en escena de Sharon divide la pieza en dos partes muy diferenciadas, una primera en la que tras una pantalla en la que se explica el proceso histórico y la creación del artefacto, se abren ventanas como viñetas de cómic o cuadros de Hopper. En ellos los científicos discuten sobre su implicación en un genocidio o la solución a un desastre mayor, o especulan sobre el servicio al mundo y la vida o al amor, mientras recitan poemas y exhiben anhelos. Un trabajo de una envergadura y una complejidad tales que invitan a la admiración sin paliativos, cuyo engranaje funciona perfectamente gracias a un enorme esfuerzo por parte de todo el personal técnico y artístico. Y en la segunda, un único escenario constituido por un pergamino de papel técnico cuadriculado sobre el que se dibujan no las líneas de un gráfico sino las elucubraciones de un equipo de científicos condicionados por un aparato burocrático represor y embaucador; mientras las fuerzas de la Naturaleza, personificadas en nuestros ancestros, el indio americano en este caso, pretenden equilibrar una situación angustiosa que la música se encarga de hacer cada vez más irrespirable conforme nos vamos acercando al fatal y horripilante desenlace. Una solución por lo tanto eminentemente conceptual.

Escena del segundo acto
Los intérpretes, además de mantener en todo momento una línea de canto homogénea y coherente, se han de prestar a un movimiento escénico controlado y milimétricamente calculado, y lo hacen con éxito, de la misma forma que funciona el continuo ir y venir del coro, los figurantes y los numerosos bailarines, que también los hay. Hombres y mujeres de blanco, quizás científicos con manchas éticas en sus vestidos, y otros y otras de negro, puede que futuras víctimas o simplemente eslabones de ese sistema burocrático y represor al que nos referíamos, que corren, caen y bailan al son de una danza macabra, una danza de la muerte. Un espectáculo por lo tanto completo, costoso y complejo, que vale muchísimo la pena disfrutar y admirar. Para el Coro del Maestranza ha sido un auténtico reto, superado con sobresaliente, por su perfecta dicción en inglés y su enorme capacidad de modulación y flexibilidad de registro. Jessica Rivera, que estrenó esta producción y para la que Adams adaptó el papel a soprano tras el estreno absoluto por la mezzo Kristine Jepson, logró transmitir la carga emocional de su personaje de esposa de Oppenheimer, el famoso científico a la cabeza del Proyecto Manhattan, con una línea de canto dulce y equilibrada. La mezzo lituana Jovita Vaskeviciuté realizó un convincente trabajo como Pasqualita, la criada india de los Oppenheimer, con voz y presencia rotundas y autoritarias. El barítono Lee Paulis también convenció en el rol principal, aunque en el muy melódico Batter My Heart con el que expresa su personal crisis ante la prueba atómica, evidenció alguna dificultad de emisión, justo mientras cantaba en plena platea frente al público. Menos interesante resultó el engolado bajo finlandés Jouni Kokora como Edward Teller, el otro científico encargado de la misión. Mejor el tenor vasco Beñat Egiarte, la voz de la conciencia y las buenas prácticas de la ciencia, de voz suave y muy bien proyectada, aunque para ello todos y todas contaban con la ayuda de la amplificación, expresamente indicada en la partitura. Los barítonos Christopher Robertson (el meteorólogo) y Peter Sidhom (el general Graves, jefe militar del proyecto), así como el tenor madrileño José Manuel Montero, cumplieron con sus discretos cometidos, para así todo el elenco lograr una estupenda y muy estimulante noche de ópera, de fusión de disciplinas artísticas, como Wagner la soñaba.

El barítono español Gabriel Urrutia Benet interpretó a Oppenheimer
en el montaje original de esta producción de Badisches Staatstheater Karlsruhe
Un teatro público tiene la obligación de programar trabajos contemporáneos y no quedarse anclado en los títulos de siempre y las estéticas de otra época, aunque para ello arriesgue en taquilla. Un teatro público no sólo debe entretener sino también educar y ofrecer nuevos caminos de expresión; iniciativas como ésta cumplen ese cometido, y aún se puede arriesgar más. Si nos gusta asistir a exposiciones de pintura contemporánea y no anclarnos en Goya y Velázquez, por qué hemos de ser reacios a explorar más allá de Verdi y Mozart. Si la apuesta es de la calidad de la presente, el salto merece la pena. Ahora "sabemos que la materia puede convertirse en energía y alterar su forma", de la misma manera que sabemos que los gustos se pueden educar y moldear, y con un poco de energía mejorar.

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