sábado, 3 de junio de 2017

CLASH Caos enlatado y claustrofóbico

Título original: Eshtebak
Egipto-Francia 2016 97 min.
Dirección Mohamed Diab Guión Mohamed Diab y Khaled Diab Fotografía Ahmed Gabr Música Khaled Dagher Intérpretes Nelly Karini, Hany Adel, El Sebaii Mohamed, Ahmed Abdelhamid Hefny, Mahomoud Fares, Waleed Abdel Ghany, Ahmed Dash Estreno en el Festival de Cannes (Un Certain Regard) 12 mayo 2016; en Egipto 27 julio 2016; en España 2 junio 2017

La primavera árabe separa la primera de esta segunda película de Mohamed Diab, y entre ellas el paso de la esperanza a la decepción. Si en El Cairo 678 el director fijaba su atención en el acoso sexual a las mujeres y el papel de éstas en un plano absolutamente secundario y marginado, con la mirada puesta en la cada vez más tangible seducción de occidente y sus reglas, los acontecimientos que llevaron a la destitución de Mubarak, la elección de Morsi, líder de los Hermanos Musulmanes, y su posterior derrocación por el ejército egipcio, sirve a Diab como escenario y telón de fondo de un ejercicio de estilo con intención. Desde un principio el espacio se limita a un furgón policial desde el que divisamos la hecatombe en la que el ejército y la ciudadanía han convertido las calles, ya de por sí caóticas, de El Cairo. El furgón se va poco a poco llenando de personajes, detenidos por una policía ciega y sorda que no hace concesiones ni escucha razones, acabando por encerrar juntos a partidarios de unos y otros, gente con diversa ideología y religión que construyen así un microuniverso en el que es posible ver reflejada una sociedad quebrada y desmoralizada. Pero Diab no pretende con este ejercicio de estilo emular Náufragos de Hitchcock, que deviene en pieza teatral en la que el verbo y la interactuación sientan las premisas de un guión que pretende poner en entredicho la sinrazón de la guerra y la confrontación. En esta cinta, prodigiosa a nivel técnico, se trata de ensalzar el caos, la violencia, la confusión y el desorden, sin alegatos ni discursos, manteniendo siempre el pulso y la energía dramática, sólo aliviada mediante interludios musicales, tenues y reflexivos, con los que dar cierto respiro a un espectador que acaba sucumbiendo a la misma desmoralización que se adueña de los desgraciados habitantes de una parte del mundo que quiere ver respetados los mismos derechos y libertades que disfrutamos, o eso creemos, en otras latitudes del planeta; aunque la nuestra mantiene siempre la visión equivocada y extrañada de quien se siente ajeno, y a salvo, de tanta barbarie e injusticia.

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