lunes, 30 de octubre de 2017

BEETHOVEN Y LIGETI (y 3): FURIOSO, PLOMIZO Y COMPROMETIDO

Ciclo integral de las Sonatas de Beethoven y Estudios de Ligeti. José Menor Sonatas nos. 24, 8, 26 y 32 de Beethoven; Estudios 9 y 17 de Ligeti; New Crossroads for Piano, de Menor. Sábado 28 de octubre de 2017. Carmen Yepes Sonatas nos. 28, 21 y 31 de Beethoven; Estudios 2 y 8 de Ligeti; Toccata “Al-Andalus”, de Carles Guinovart. Miguel Ituarte Sonatas 22, 16 y 29 de Beethoven; Estudios 7 y 15 de Ligeti; Sonata nº 3 “Upon a Ground”, de Jesús Rueda. Domingo 29 de octubre de 2017.
Sala Manuel García del Teatro de la Maestranza

Este pasado fin de semana culminó el espléndido y didáctico ciclo que nos ha permitido en apenas unos días descubrir nuevas voces del pianismo nacional, deleitarnos con la música beethoveniana en su estado más puro, y comprobar su influencia en las vanguardias de Ligeti y la de éste en los nuevos compositores españoles. El primer compareciente en esta recta final fue José Menor, artista de fuerte carácter y singular personalidad que se enfrentó a tres de las más emblemáticas sonatas de Beethoven con seguridad y confianza, no reñidas con algunos errores de articulación y un fraseo a menudo atropellado. Precedida de una Sonata nº 24 frenética y a la vez poética e inocente, atacó el allegro inicial de la Patética, una de las piezas más fascinantes de toda la literatura pianística, con dolor y vehemencia y fuertes contrastes dinámicos. Aunque su estilo siguió por la senda de la furia y el vértigo, logró insuflar poesía y lirismo en un adagio con notable sentido de la cantabilidad, culminando en un allegro vigoroso. En la casi programática Los adioses, Menor evocó la ansiedad del primer movimiento, la trágica inquietud del andante y la explosión de júbilo del final. La última de las sonatas beethovenianas sonó inmensa, puro tormento en el primer movimiento hasta desembocar en un contrastado y resignado segundo, destacando su pericia para lograr una experiencia catárquica. Tradujo el estudio nº 9 de Ligeti en una hipnótica espiral, y el 17 en el vertiginoso torbellino que mantuvo en su propia composición New Crossroads, influido por el jazz y entregado a una furiosa exhibición de gimnásticos acordes y un literal maltrato del teclado a fuerza de golpes y codazos.

Carmen Yepes dio muestras de una técnica competente y disciplinada. Académica y meticulosa, su aportación fue sin embargo algo plomiza y sin riesgos. La naturaleza clásica y cíclica de la Sonata nº 28 quedó bien expuesta, apenas sin embargo su carácter ensoñador. Mejor la segunda parte, con una Waldstein intensa y precisa, de ritmo trepidante y poderoso empuje. Su tendencia a rubatear generosamente los movimientos lentos tuvo respuestas adecuadas unas veces, otras amaneradas. Demasiado músculo y poca luminosidad en general enturbiaron no obstante una 31 triunfante y por momentos mística, en la que lo mejor fue la doliente expresividad de su adagio ma non troppo. Respecto a Ligeti, bien la progresiva complicación de Cordes à vide, y mejor el estudio rítmico propuesto en Fem. La pieza de Carles Guinovart, casualmente inspirada en Andalucía, se antoja una especie de Albéniz deconstruido que a priori daba mucho juego a la intérprete para desplegar creatividad e improvisación, y que Yepes resolvió con proverbial sencillez.

Miguel Ituarte regresó a la escena hispalense, esta vez con un programa extenso y exigente bajo el brazo, dos de las sonatas más insólitas de Beethoven, y una tercera monumental en todos los sentidos. El reto lo salvó con buena nota, mucha implicación, atención al matiz y sobrada disciplina, ofreciendo mucho contraste y exacerbado ritmo en la 22, y con una adecuada dosis de humor en la 16, incluyendo una simpática recreación ariosa en el adagio, y un laberíntico desarrollo en el allegretto final. Resolvió la Hammerklavier, que ya tocó en esta misma sala hace seis años, con mucho compromiso y sentido de la responsabilidad. Una inmensa partitura, solemne y reverencial, a la que quizás faltó más profundidad, pero que el pianista vasco despachó con ímpetu y considerable nervio. Su piedra angular, el adagio, sonó íntimo y místico, y una explosión de controlada agresividad protagonizó la fuga final. El ritmo volvió a dominar en Ligeti, con un Galamb barong de ecos debussyanos, y un White on White menos ceremonioso de lo conveniente. Interesante e incluso inquietante resultó la sonata Upon a Ground de Jesús Rueda, que despachó con nervio y elegancia. Recapitulando, en las propinas sólo se repitió un nombre, el de Granados, de quien José Menor ofreció un boceto en primicia ; el resto se repartió entre Chopin, Scriabin, Sibelius, Debussy, Mompou, Mozart y Bach, enriqueciendo aún más esta indispensable cita con el universo pianístico, que inexplicablemente apenas han aprovechado músicos y estudiantes de esta desagradecida ciudad, a juzgar por el triste aforo registrado de media.

Artículo publicado en El Correo de Andalucía

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