miércoles, 4 de marzo de 2020

BERNARDINI Y LA BARROCA SE DIVIERTEN

Temporada de conciertos 2019-2020 de la Orquesta Barroca de Sevilla. Alfredo Bernardini, oboe y dirección. Irene González, órgano. Programa: Suite en Fa mayor HWV 348 de la Música Acuática, y Concierto para órgano en Re menor HWV 309, de Haendel; Concierto para oboe en Do menor TWV 51:c1, y Obertura en Re mayor TWV 55:D21, de Telemann. Espacio Turina, martes 3 de marzo de 2020

Como preludio a un mes atiborrado de conciertos, no solo por la celebración del Femás sino porque suele ser también cuando más citas se programan del año en otros espacios y ciclos, la Barroca ofreció anoche un agradable concierto con cierto sabor programático y didáctico. Giró en torno a la amistad entre Haendel y Telemann, iniciada cuando eran muy jóvenes e interrumpida más adelante, cuando el autor de El Mesías empezó a instalarse en otros países hasta aterrizar en Londres. De esta etapa fueron las dos piezas interpretadas de su catálogo, la famosísima Música Acuática a través de la primera de las tres suites que la integran, la consagrada a las trompas, y uno de sus dieciséis conciertos originales para órgano, el nº 4 de la última de sus colecciones dedicadas a este instrumento, el Op. 7, quizás la pieza que justificó la estructura del resto del programa, con el fin de brindar a la joven Irene González la oportunidad de estrenarse junto a la formación hispalense tras obtener la beca anual que el conjunto ofrece a jóvenes talentos especializadas en música antigua.

Con una estructura simétrica, y con el fin de demostrar según el propio Alfredo Bernardini la influencia que Telemann ejerció sobre Haendel, traducida a veces directamente en descarados préstamos musicales, la exhibición empezó con una pieza tan querida y transitada como la suite en Fa mayor de la Música Acuática, escrita para una fiesta del Rey Jorge I sobre el Támesis en el verano de 1717. Música alegre y desenfadada para ser disfrutada al aire libre, y que contó con una interpretación briosa, ágil, rápida y dinámica de la orquesta liderada una vez más por el magnífico oboísta italiano, que le contagió su proverbial simpatía, contando además con un concertino de lujo, Manfredo Kraemer, otro de los grandes músicos que mejor conocen la idiosincrasia de la Barroca. De entre lo más sorprendente destacamos un Bourée a golpe de arco, con la cuerda casi punteada dando un efecto muy saltarín, sin obviar una majestuosa obertura a la francesa. En el otro extremo echamos en falta una mayor afinación y autoridad en las trompas, así como más delicadeza en el Air central y más relieve en la cuerda grave. 

Una excelente organista

Los músicos de la Barroca atienden con deleite a Irene González
interpretando una coral de Bach como propina
El muy difícil concierto para órgano, con sus partes solistas dejadas prácticamente al libre albedrío del o en esta ocasión la ejecutante, se saldó con un excelente trabajo de la joven teclista, que participará también en el Femás, y que dio una lección de musicalidad, precisión y buen gusto, además de una considerable expresividad y una portentosa capacidad de concentración que dio al conjunto un aire místico muy adecuado, dejando claro haber merecido la beca con la que la Asociación de Amigos de la Barroca premia cada año a la juventud más inquieta. La orquesta, hasta veinte maestros y maestras sobre el escenario, apoyó con corrección en sus aportaciones alternantes. Y para que no faltara ningún representante alemán de esa época tan formidable para la música, González ofreció como propina un coral de Bach, también en perfecto estilo y con un elevado nivel de exigencia técnica y expresiva.

Menos sorprendió que Bernardini consiguiera tan altos resultados en uno de los ocho conciertos para oboe que compuso Telemann, haciendo gala de su espíritu extrovertido y afable, con una prodigiosa facilidad para el fraseo y unas vertiginosas cadencias que encontraron eco en una cuerda perfectamente sincopada y adaptada al espíritu desenfadado de la propuesta, especial mención al clave siempre bien equilibrado de Alejandro Casal. Para finalizar una de las sintomáticas oberturas de Telemann, con sus alegres danzas contagiándose también de la agilidad de una orquesta a punto, con escalas sorprendentes como el Tintamare de original caligrafía que da paso a los últimos movimientos de la pieza. Para contrastar estilo en la misma época, a esta pieza de un octogenario Telemann siguió como propina un minueto sinfónico de un treintañero Haydn y la satisfacción generalizada de un público devoto.

Artículo publicado en El Correo de Andalucía

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