domingo, 13 de junio de 2021

LA SEDUCCIÓN BALSÁMICA DE ROSA COTÁN Y LA BÉTICA

Temporada 2020-2021 de la Orquesta Bética de Cámara. Rosa Mª Cotán, arpa. Michael Thomas, director. Programa: Pélleas et Mélisande, de Fauré; Danse sacrée et Danse profane, de Debussy; Sevilla, de Albéniz; Morceau de concert Op. 154, de Saint-Saëns; Dolly, de Fauré/Thomas. Espacio Turina, sábado 12 de junio de 2021


Tras un año muy ajetreado por el covid pero también uno de los más nutridos que se recuerdan, el Espacio Turina cerró por vacaciones con el concierto de despedida de temporada de la Bética de Cámara, que tuvo como invitada a una artista de varios quilates, la arpista sevillana Rosa Mª Díaz Cotán. En los atriles uno de esos evocadores y suculentos programas a los que nos tienen acostumbrados la formación y su director, Michael Thomas. Hasta en eso son particulares los franceses, que cuando se programa música suya se hace en bloque, diseñando un concierto todo francés. En este caso se trataba de ilustrar a través de la pintura, ese aceite de adormidera (huile de pavot) que daba título al programa y que tanto brillo da al óleo en los lienzos, el círculo de amistades de Gabriel Fauré, él mismo representado con dos de sus obras más singulares.

Cotán es el vivo ejemplo de lo útil que son las instituciones y formaciones que impulsan y enriquecen las carreras de nuestros y nuestras solistas, y si se combinan mejor. Creció en el seno de la Orquesta Joven de Andalucía; Thomas, que la dirigió durante tanto tiempo, se hizo eco de ello. Pero también desarrolló su talento y aptitudes de la mano de la Fundación Barenboim-Saïd y la West-Eastern Divan, lo que le ha llevado a ocupar plaza en importantes orquestas europeas, como tantos otros jóvenes solistas de Andalucía. Su toque es delicado y profundo, reflexivo y concentrado. Así pudimos comprobarlo en las Danzas sagrada y profana de Debussy, dos piezas encadenadas que le encargó la Casa Pleyel para promover un arpa cromática rival de la diatónica tradicional que no prosperó, pero que se interpretan sin dificultad en la que ha perdurado de pedales. La sagrada se revela dulce y velada gracias a su misticismo imperante, mientras la profana, a ritmo de vals, es más dinámica. Arropada con discreción y sentido atmosférico por la orquesta, su interpretación cumplió ese efecto balsámico afín a la obra. Más posibilidades de lucimiento y virtuosismo ofreció la Pieza de Concierto de Saint-Saëns, una exhibición distendida y generosa de las posibilidades del arpa bajo un estilo arcaico, con extremos solemnes y majestuosos y desarrollo muy elaborado, que Cotán defendió con un sentido magistral de la musicalidad y una técnica sofisticada y precisa, contando aquí también con un acompañamiento respetuoso y medido. Como propina Cotán interpretó un standard del instrumento, la Canción de mayo de Alphonse Hasselmans, revalidando su exquisita pulsación y dominio técnico.


Luces, sombras y poca cuerda

Rosa Díaz Cotán
En sus intervenciones sin invitada, la orquesta exhibió cierta flacidez general que nada tuvo que ver con los excelentes resultados de su anterior comparecencia, lo que no deja de ser sorprendente teniendo en cuenta que se trataba de la misma plantilla, con los mismos estupendos instrumentistas, a los que hubo que añadir las brillantes aportaciones de la primera violonchelista y el relieve que supo dar al conjunto el único contrabajista. Quizás hubo poca cuerda para abordar un programa tan francés, también el calor imperante en la sala pudo afectar al ánimo, el rendimiento y las prestaciones de los instrumentos. Lo cierto es que el misterio y la delicadeza del tema de Pelleas y Melisanda pasaron desapercibidos, mientras los movimientos centrales, La hilandera y la Siciliana, sonaron más frescos y espontáneos, no así la marcha fúnebre final, otra vez pesada y desequilibrada.

Tras un paréntesis en el que el siempre amable y sentimental director glosó la intervención de su antigua alumna y la presencia en la sala del descendiente de uno de los fundadores de la orquesta, el violonchelista Segismundo Romero, la orquesta hizo una versión machacona y saturada, sin atisbo de delicadeza, de Sevilla de Albéniz. El concierto terminó con la propia orquestación de Thomas, una licencia que suele tomarse con toda legitimidad en cada temporada, de la suite Dolly de Fauré. Original para piano a cuatro manos, siempre se ha dicho que la orquestación oficial de Henri Rabaud no aportaba nada a la pieza. Quizás por eso Thomas centró sus esfuerzos más en las maderas, ofreciendo páginas ágiles y dinámicas como el Mi-a-ou, frente a otras en las que volvió a imperar el carácter alicaído del conjunto. Acertó en armonía y contrapunto en Le jardin de Dolly, pero resultó abrumador en Le pas espagnol final, así como poco sutil en Tendresse. Nada de esto enturbia el afecto y la admiración que profesamos por este conjunto y su entusiasta y devoto director y la satisfacción que provoca contar con una orquesta a este nivel sumándose a las otras con las que cuenta la ciudad. Esperamos con ilusión una próxima temporada cargada de sorpresas y alegrías.

Artículo publicado en El Correo de Andalucía

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