viernes, 27 de enero de 2012

TZIMON BARTO Y JOHN AXELROD EN SEVILLA: LECTURAS EXPRESIVAS

8º Concierto de abono 2011-2012 Real Orquesta Sinfónica de Sevilla Teatro de la Maestranza, martes 24 de enero de 2012 Tzimon Barto piano John Axelrod director Programa Varaciones sobre un tema de Haydn Op.56a, de Brahms; Concierto para piano y orquesta en Sol mayor, de Ravel; Así habló Zarathustra Op.30, de Strauss

Los dos conciertos para piano que escribió Ravel acusan la influencia e impresión que causó en el compositor su viaje a Norteamérica. Los dos invitados al último concierto de abono de la Sinfónica son norteamericanos y quizás por ello potenciaron, sobre todo la batuta, aún más esa influencia, reflejada en un aire sofisticado a ritmo casi de ragtime, con profusión de metales y un uso de trinos y arpegios muy en estilo jazzístico. Tzimon Barto, un pianista superdotado capaz de hablar cinco idiomas, aprender chino mandarín, escribir libros y dedicar posiblemente, a la vista de su aspecto a lo Schwarzenegger, unas cuantas horas diarias al gimnasio, inspira encima ternura y derrocha sensibilidad en sus comparecencias ante el piano. Es un intérprete que se recrea mucho en cada nota, divaga por la partitura extrayéndole una significación original e insólita, y acaba ofreciendo una lectura distinta y muy personal de páginas que creíamos ya superadas. Otra cosa es que a algunas personas, y están en su derecho, les parezca parsimonioso. En los movimientos extremos evidenció una gran energía, aunque en el camino se dejó algunas notas y en cierta ocasión aislada llegó a aporrear el teclado, si bien en general la suya fue una interpretación llena de sensibilidad, como demostró en un reflexivo hasta el infinito Adagio así como en un ralentizado Nocturno en Do sostenido menor de Chopin que nos regaló de propina.

John Axelrod se reveló como un director también sumamente personal, implicado hasta la médula en extraer de tan magnífica orquesta el mejor y más brillante de los sonidos, pero empeñado también en que las suyas no fueran sólo lecturas de caligrafía impecable, sino que estuvieran acompañadas de una honda reflexión sobre lo escrito en el pentagrama. Sus Variaciones Haydn deambularon entre la melancolía y la tragedia, especialmente el final, sin renunciar a una inusitada belleza formal, a través de un sonido diáfano y cristalino y un prodigioso sentido de la armonía. Acompañó a Barto con respeto y concentración, pero también consciente del importante papel que juega la generosa orquestación de Ravel en el acabado final de una memorable versión de su Concierto en Sol mayor, y eso que los efectivos instrumentales eran excesivos para una obra que demanda una orquesta clásica, no tan recargada como la del Concierto de piano para la mano izquierda.

Asociada desde pequeño a 2001 de Kubrick, siempre le tuve gran afecto al poema sinfónico de Richard Strauss, pero no llegué a quedar impresionado por ella hasta que hace muchos Klaus Weise al frente de nuestra orquesta me abrió los ojos y oídos ante un espectáculo asombroso de armonía, tensión, color y expresividad orquestal. Desde entonces se convirtió en una de mis páginas favoritas. Tengo que decir sin embargo que Axelrod le ha añadido experiencias nuevas y satisfactorias. Pasajes turbios y misteriosos que antes apenas había atisbado, una combinación perfecta entre épica e intimismo, y una exposición nítida de cada uno de los acordes de tan memorable pieza. Alexandre Da Costa volvió a exhibir su fraseo virtuosístico al violín, mientras el conjunto mostraba su sintonía y satisfacción con Axelrod, visible por ejemplo en el rostro iluminado del segundo violinista solista, Vladimir Dmitrenco. Quizás el carácter naturalmente simpático y exento de complejos de los americanos tenga algo que ver en eso.




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