jueves, 9 de febrero de 2012

ESPAÑA VIVE DE NUEVO SUMIDA EN UNA PESADILLA

Lamento muchísimo el castigo que hoy hemos conocido le han infringido los honorabilísimos magistrados del Tribunal Supremo al Juez Garzón. Y lo lamento no sólo por él, sino por mí, porque es como si también a mí me hubieran condenado, de hecho creo que nos han condenado a todos y a todas, haciéndonos prescindir de alguien con el entusiasmo y las ganas necesarias para luchar por un Mundo mejor, con menos injusticias y más habitable. Se le ha vuelto en contra y él mismo ha venido a sufrir más injusticia aún; estamos perdidos y sin horizonte. Es cierto que vivimos en un Estado de Derecho, y que nuestras leyes establecen casuística y detalladamente los supuestos que deben ser punibles y los que no, y en cada caso las consecuencias jurídicas que provoquen. Pero también es cierto que los jueces, precisamente por su preparación y su capacidad para gestionar, deberían tener mayor margen para la creatividad y no limitarse sencillamente a aplicar lo que la ley establece de una manera rígida e insensible. Aunque puede que ese sea precisamente el problema, que los magistrados del Tribunal Supremo hayan sido tan creativos que se hayan quitado de encima a alguien que molesta, inhabilitándolo para seguir ayudando y encendiendo una luz a la cada vez más oscura e intransitable senda por la que se nos está obligando a caminar en este cada vez más desdichado país.

Quizás Garzón nunca debiera haber ordenado ni autorizado esas escuchas ilegales, pero en éste como en todos los casos debieran tenerse en cuenta circunstancias, móviles, intenciones y bagaje, porque todos no somos iguales y no contribuimos por igual a mejorar nuestro entorno. Paradójicamente él ha sido el primer condenado en un caso de corrupción a gran escala en el que todavía no ha habido culpables; el primer caído ha sido quien investigaba a los presuntos criminales. Delincuentes de alto copete que continúan malgastando nuestro dinero, el que tanto nos cuesta reunir, y que campan a sus anchas haciendo y deshaciendo como les da la gana. No hace mucho veíamos la otra cara de la moneda, la cara de arrogancia y satisfacción de un político escabulléndose de las gravísimas acusaciones de corrupción y malversación. Políticos y banqueros que están acabando con nuestras ilusiones, que manipulan nuestra inteligencia y nos llevan a la ruina más inevitable, que disponen de nuestro bienestar sin alterar el suyo y que siguen beneficiándose de la  tragedia que no hemos provocado pero sí estamos padeciendo nosotros y nosotras. Y encima nos quitan de en medio a un representante del decoro y la decencia, porque molesta y resulta impertinente a un sistema judicial en el que por si fuera poco también se les pone en bandeja su propio gobierno, argumentando que son ellos mismos quienes tienen que gobernarse, sin intervenciones parlamentarias. Bien sabemos que el mayor intervencionismo parlamentario se encuentra en el propio sistema para acceder a la carrera judicial, inasumible para millones de familias españolas humildes, y en el ideal que tarde o temprano acuña un estamento tradicionalmente identificado con la derecha, al menos en un noventa por ciento.

En Sevilla el centro se vuelve a llenar de coches, en España los matrimonios entre personas del mismo sexo están al borde de declararse ilegales y las mujeres pierden libertad para disponer de su cuerpo, su futuro y su sexualidad. Este país se está esforzando en que cada vez haya menos gente feliz. Todo son pasos gigantescos atrás, ante el asombro de gran parte del mundo (no de sus gobiernos sino de sus intelectuales, pues a los primeros sólo les preocupa que hagamos bien nuestros deberes económicos, que pasan por oprimir cada vez más a la clase trabajadora). Están incluso convenciendo a los agentes culturales de que la política de la subvención y la ayuda tiene que acabarse, poniendo como ejemplo los modelos alemán, austriaco o danés, como si el amor del pueblo español por la cultura (música, literatura, teatro, cine..., pues de santos, toros y folclore estamos bien despachados) fuera equiparable al de estos otros pueblos que llenan teatros y salas de concierto y leen en cada esquina. La obligación de un gobierno es educar y culturizar a sus "hijos", y eso no es posible sin invertir; a nosotros y nosotras nos queda demostrar talento.

Llevamos muchos siglos careciendo de sensibilidad y de sentimentalismo; poco nos importó que se pusiera fin al horror de ETA cuando lo único que nos importa es nuestro bolsillo, ese que hemos (han) puesto bajo tutela del nuevo gobierno, el que prometía que las cosas irían mejor y ahora vaticina que todo va a empeorar, empezando por el desempleo. Vivimos de nuevo en una pesadilla. Lo peor es que la noche se presenta muy, muy larga.

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