lunes, 13 de mayo de 2013

ROMEO Y JULIETA EN MANOS DE GOYO MONTERO Y LA COMPAÑÍA NACIONAL DE DANZA: PASEO POR EL AMOR, EL DOLOR Y LA MUERTE

Romeo y Julieta, de Sergei Prokofiev. Compañía Nacional de Danza. José Carlos Martínez, director artístico. Goyo Montero, director y coreógrafo. Principales bailarines: Aleix Mañé, Marina Jiménez, Allan Falieri, Javier Monzón, Joel Toledo, Daan Vervoort, Elisabet Biosca, Moisés Martín Cintas, Francisco Lorenzo
Teatro de la Maestranza, domingo 12 de mayo de 2013

La Compañía Nacional de Danza nació con vocación clásica, pero derivó bajo la dirección de Nacho Duato en una apuesta claramente vanguardista, cosechando éxitos alrededor de todo el mundo y encumbrando a quienes se formaban y crecían a su sombra. Este montaje auspiciado por su nuevo director desde hace apenas unos meses, el bailarín y coreógrafo José Carlos Martínez, combina sabia e inteligentemente ambos conceptos, el clásico como corresponde a uno de los títulos más emblemáticos del repertorio de ballet, y el contemporáneo, herencia de todo el bagaje artístico cultivado por la compañía durante las dos décadas de Duato.

Decir algo nuevo sobre un argumento tan trillado como el de esta tragedia romántica se antojaba una tarea difícil que Goyo Montero, el joven coreógrafo y director del Ballet de la Ópera Estatal de Nuremberg que lo estrenó hace cuatro años, ha procurado salvar introduciendo un elemento fresco entre sus personajes. Se trata de la Reina de los Sueños, Mab, invocada por Mercucio en su monólogo y personificada aquí en una enigmática figura varonil que parece representar el inevitable destino. Sin embargo el verdadero genio no surge premeditadamente, de forma que lo que otorga verdadera carta de identidad a este prodigioso trabajo es la capacidad para generar un espectáculo vital, enérgico, rabiosamente actual y moderno, la entrega de todos sus partícipes, en los apartados técnicos y artísticos, y el notabilísimo esfuerzo y convicción de cada uno de ellos. Todo eso hace que volvamos a la tragedia de estos dos enamorados universales como si nos la contaran por primera vez.

Provoca una enorme satisfacción que los dos artífices principales de este montaje, Goyo Montero y José Carlos Martínez, representen esa nueva escuela española de baile más cosmopolita, cosechando tantos y merecidos reconocimientos por todo el planeta, algo que un trabajo como éste justifica sobradamente. La emoción resulta incontenible prácticamente desde el inicio, con algunos de los textos del original de Shakespeare combinados con la magistral partitura de Prokofiev. Eso sí, el narrador encargado de recitar dichos textos, Mab en el cuerpo del estupendo bailarín brasileño Allan Falieri, evidenció una pronunciación algo deficiente del idioma del genial dramaturgo. Liberada de los números cerrados y las habituales exhibiciones de agilidad del ballet clásico, quizás lo que más distancia esta propuesta de una eminentemente clásica, la coreografía de Montero hace hincapié en el trabajo de conjunto, con movimientos llenos de sensualidad combinados de tal forma que a veces parece que sólo la auténtica magia sea capaz de mover a sus bailarines, si bien hay que puntualizar que la coordinación no siempre es tan técnicamente perfecta como cabría desear. Además de impactar los habituales momentos estrella de la función, como el baile de máscaras, otros resultan directamente increíbles, como la enérgica lucha entre Montescos y Capuletos en la que la iluminación va captando nuestra atención como si de un montaje cinematográfico se tratara. La jovencísima pareja protagonista, el tarraconense Aleix Mañé y la madrileña Marina Jiménez, incorporan a unos enamorados llenos de fuerza y vitalidad pero también henchidos de ternura y dolor gracias a una expresividad corporal y actoral tan acertada que llegan a arrancarnos incluso alguna lagrimita. Vestuario y escenografía son sencillos, actuales y muy efectivos. Y la música, recortada en casi una hora, aunque enlatada en una grabación técnicamente impecable pero expresivamente blanda, disfruta del sumo respeto que le procura Montero, que hace girar toda su dramaturgia alrededor de los estados de ánimo sugeridos por la extraordinaria partitura de Prokofiev. Es una suerte que en Sevilla la hayamos disfrutado sólo un mes después de su estreno en Madrid y su paso por Valladolid; ahora toca hacerlo por otros puntos de la geografía española.

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