sábado, 6 de febrero de 2016

CAROL Amor y sacrificio con glamour

USA-Reino Unido 2015 118 min.
Dirección Todd Haynes Guión Phyllis Nagy, según la novela “The Price of the Salt” de Patricia Highsmith Fotografía Edward Lachman Música Carter Burwell Intérpretes Cate Blanchett, Rooney Mara, Sarah Paulson, Kyle Chandler, Jake Lacy, Cory Michael Smith, Carrie Brownstein, John Magaro, Kevin Crowley, Trent Rowland Estreno en el Festival de Cannes 17 mayo 2015; en Reino Unido 27 noviembre 2015; en Estados Unidos 15 enero 2016; en España 5 febrero 2016

Nada mejor que el título de la novela en la que se basa esta película, El precio de la sal, elegido por su autora para eludir las consecuencias de la censura, para averiguar cuál es la intención intelectual que subyace bajo el amargo y a la vez dulce relato de la escritora, que es la misma consigna que ha motivado seguramente a Todd Haynes para adaptarla al cine. Es el precio que hay que pagar en una sociedad castradora como la que refleja el drama, pero también el que aún persiste en nuestro civilizado mundo, para conseguir la felicidad, la realización como persona y el paseo por esta tan a menudo desdichada vida para que lo sea menos, con el efecto contagiador que sin duda eso conlleva para todos y todas quienes nos rodean. Desde Extraños en un tren de Hitchcock a Las dos caras de enero de Hossein Amini, muchas son las novelas de Patricia Highsmith que se han llevado al cine, pero casi todas bajo el género del suspense, con su personaje favorito en películas como El talento de Mr. Ripley de Anthony Minghella y El amigo americano de Wim Wenders también a la cabeza. Carol sin embargo es un melodrama romántico y generacional inspirado en apuntes biográficos. A nadie le escapa que bajo la joven e ingenua dependienta que le valió el premio a la mejor actriz en Cannes a una Rooney Mara a lo Winona Ryder, que se mueve en un ambiente bohemio merced a su inquietud como fotógrafa, se esconde la propia Highsmith, que también fue dependienta antes de convertirse en famosa e irrepetible escritora. También ella experimentó la seducción de una atractiva clienta de clase alta y vivió una sexualidad ambigua a lo largo de su vida. La historia de Therese y Carol va sin embargo más allá y nos habla de la renuncia para reclamar una mayor tolerancia y comprensión con el fin de que estos sacrificios no sean necesarios y de alguna manera todos salgamos ganando en nuestras relaciones personales y familiares. Todd Haynes, que de un cine experimental e independiente en títulos como Veneno, Safe y Velvet Goldmine, pasó a otro más domesticado y tradicional, aunque sin perder su sello personal, repite parcialmente la estrategia que le llevó hace trece años a dirigir Lejos del cielo: una historia imposible de rodar en los cincuenta abordada con el estilo de esa época. Pero mientras en el título protagonizado por Julianne Moore toda su estética, fotografía, música y hasta títulos de crédito, emulaba a los clásicos de Douglas Sirk, en Carol se limita a ambientar la historia en un Nueva York, en realidad Cincinnati, de los cincuenta, con el ojo más bien puesto en la pintura, especialmente un Edward Hopper incuestionable en interiores y encuadres, todos de una perfección y una intencionalidad portentosas con el fin de profundizar no sólo en la epidermis de un drama sexual contundente, sino también en su psicología y sufrimiento existencial. A eso se prestan excelentemente las dos actrices protagonistas, cuyo juego de miradas, significativamente presente en el cartel que hemos elegido para ilustrar esta crónica, apenas tiene reflejo en otros títulos memorables como La amistades peligrosas. Gracias al trabajo interpretativo, y también al vestuario, el maquillaje y la peluquería, Blanchett, que ya trabajó con Haynes en I'm Not There dando vida a Bob Dylan, se muestra tan fascinante y seductora como se le describe en la novela, llevando sobre sus hombros un generoso porcentaje de la elegancia y la sobriedad que destila el film. Lástima que el cine y la literatura redunden en describir estos personajes homosexuales tan atractivos, relegando a papeles secundarios a mariquitas y camioneros, para la gracieta de turno. Es una constante con la que tenemos que seguir lidiando, quién sabe si para mostrar con encanto una realidad que sigue espantando a tantas personas aún hoy en día. También la música de Carter Burwell, en más de un pasaje deudora del estilo Philip Glass, contribuye a la sobriedad y la elegancia de este producto, reportándole tras cuarenta años de carrera su primera nominación al Oscar, una categoría generalmente asociada a la importancia de la película a la que ilustra en el ránking de nominaciones, a las que ésta aspira a seis, incluidas sus protagonistas, vestuario, fotografía y su delicado guión, segundo escrito por Phyllis Nagy, cuyo anterior trabajo, un telefilm protagonizado por Ben Kingsley y Annette Benning en 2005, Mrs. Harris, dirigió ella misma.

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