viernes, 27 de abril de 2018

EL DULCE TORMENTO MOZARTIANO DE BERNA PERLES

12º concierto de abono de la Real Orquesta Sinfónica de Sevilla. Berna Perles, soprano. Tatiana Postnikova, piano. Junichi Hirokami, dirección. Programa: Obertura Egmont Op.84 y Aria de concierto “Ah, pérfido!... Per pietà, non dirmi addio”, de Beethoven; Aria de concierto “Ch’io mi scordi di te?... Non temer, amato bene” y Sinfonía nº 40 K.550, de Mozart. Teatro de la Maestranza, jueves 26 de abril de 2018

Berna Perles
Habría que analizar concienzudamente el porqué de los títulos asignados a cada concierto de temporada de la Sinfónica. Amores inmortales parece entroncar con el sobrenombre asignado a la misteriosa dama que fue objeto del amor de Beethoven, y que dio lugar a una película de Bernard Rose con el hoy celebrado y laureado Gary Oldman como protagonista, denostada por un amplio sector de la crítica y de la que sin embargo algunos guardamos un muy grato recuerdo, con momentos sobrecogedores como la huida del joven Ludwig de los azotes de su padre al son del scherzo del cuarto movimiento de la Sinfonía nº 9, justo antes del estallido jubiloso de una Oda a la Alegría cubierta de un cielo estrellado. Ciertamente en este programa se invocaron dos arias de concierto con el despecho amoroso como tema. El abandono y la traición informan estas sobresalientes piezas sinfónico-vocales compuestas por Mozart y un Beethoven muy mozartiano, que fueron cantadas en su día por una misma soprano, Josepha Duschek, amiga personal del primero y de quien se dice estuvo encaprichado el segundo. Se nos escapa sin embargo la pertinencia de incluir en el programa la Obertura de la música incidental del drama escénico de Goethe Egmont, interpretada íntegramente hace cuatro años en este mismo espacio, sobre el noble caballero flamenco que pagó con la decapitación haberse enfrentado a su primo, el monarca español Felipe II. Y aún menos la inclusión de la celebérrima Sinfonía nº 40 de Mozart, concebida en circunstancias tumultuosas de carácter económico, profesional y sentimental para su autor.

Tatiana Postnikova
Sea como fuere el concierto sirvió para seguirle la pista a la soprano malagueña Berna Perles, que ya formó parte del elenco que ofreció hace año y medio Un avvertimento ai gelosi del sevillano Manuel García, de nuevo de actualidad gracias al libro que a él y su muy musical familia le ha brindado el crítico e historiador Andrés Moreno Mengíbar. Su voz potente y arrolladora, de timbre sedoso y rotunda personalidad, se manejó muy bien en los registros más agudos, pero le queda trabajar aún más las posibilidades de su extensión, ya que pierde mucho color y presencia en los extremos graves, provocando considerables desequilibrios que deslucen una interpretación que podría ser sensacional. Eso ocurrió fundamentalmente en Ch’io mi scordi di te?, que arrancó apabullante en el recitativo inicial, para atascarse en más de una ocasión en el rondó siguiente y volver a destacar en el apoteósico final. Tatiana Postnikova acompañó con delectación y notable precisión, pero en una línea muy melosa y edulcorada más propia del Romanticismo que del Clasicismo. Junichi Hirokami se perfiló como enérgico director, pero no logró sintonizar con las solistas convocadas, por lo que cada elemento parecía ir por su lado. Mejor fueron las cosas en el aria de Beethoven, Ah, pérfido!, modelada sobre el aria de concierto Bella mia fiamma de Mozart, y cuya extrema dificultad fue brillantemente salvada por Perles, seguramente porque exige mayor facilidad de extensión para el agudo. Quedó clara ahí la tesitura de esta joven soprano dramática, con una muy expresiva cabaletta de inmensa dificultad vocal. Como propina Perles volvió a desafiar en coloratura y bravura con un ejemplar Or sai chi l’onore que canta Doña Ana en Don Giovanni. Disfrutar de este aria con batuta sentada en el pedestal y la expresión de ternura de la violinista Amelia Mihalcea dibujada en su cara, fue de por sí suficientemente emocionante.

Junichi Hirokami
Hirokami se reveló como director entusiasta, danzarín y muy enérgico. incluso cómico; pero todo su esfuerzo parecía encaminado a articular un sonido impecable, consiguiendo texturas y líneas muy acordes con la partitura, pero sin añadir apenas personalidad ni indagar sobre los resortes expresivos de cada pieza. Resolvió la Obertura Egmont con aplomo y trascendencia, destacando la creación de una atmósfera inquietante, a veces amenazante, y todo a pesar de unos metales algo pachangueros. Por otro lado, a la Sinfonía nº 40 le faltó intensidad, tensión y espíritu febril, si bien tampoco fue una interpretación caracterizada por la ligereza ni la mera delicadeza. No obstante hubiéramos celebrado una mayor potencia y emoción, incluso quizás algo más de ferocidad y determinación, aunque en definitiva podamos considerar que logró una versión mesurada y técnicamente impoluta de esta singularísima obra que merece una visión más sentimental y decididamente turbulenta.

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