miércoles, 4 de abril de 2018

LA PASCUA MUSICAL DE LA BARROCA DE SEVILLA

35º FeMÁS. Orquesta Barroca de Sevilla. Alicia Amo, soprano. Maxim Emelyanychev, dirección. Programa: In memoriam Bartholomaei (Sinfonía fúnebre “Lamento”, de Locatelli; Cantata BWV 209, de Bach; Sinfonía a Quattro en si menor, selecciones de Maddalena ai piedi di Christo y Morte e sepoltura di Christo, de Caldara).
Espacio Turina, martes 3 de abril de 2018

El último hasta el momento programa de temporada de la Barroca tuvo un doble e insólito emplazamiento que lo convirtió en una cita especial. Por un lado su consideración como cierre oficial del Festival de Música Antigua fue discutible, por cuanto la mayoría dimos por cerrada esta edición con el concierto de Robert King el sábado previo a la Semana Santa, fecha habitual en la que se produce este colofón. Por otro, asistimos una vez más a una celebración musical del año Murillo en la que el programa guardaba poca relación con la vida y la época del pintor sevillano. Por buscar alguna justificación podríamos identificar al artista con el esplendor barroco del Siglo de Oro español y de nuestra ciudad en particular, mientras finales del XVII y principios del XVIII representaría el esplendor del barroco musical, con Bach como eje central. Coyunturas aparte lo cierto es que la Barroca se presentó con una plantilla generosa, y la mayoría de sus principales valedores y valedoras sobre el escenario, una alegría que esta temporada nos la han dispensado varias veces. Y lo hizo de nuevo bajo la batuta del joven Emelyanychev, al que se le nota y mucho lo a gusto que se siente con una formación a la que sin duda le ha cogido bien el pulso. Una sintonía que se notó en el brío y la agilidad con la que afrontaron el programa, con el habitual apasionamiento que unos y el otro ponen en su cometido, esta vez retro influyéndose para dar lo mejor de sí mismos.

Lástima que faltara brillo en el conjunto, al menos ese al que nos acostumbraron en otras temporadas acaso más felices. Así la Sinfonía fúnebre o Lamento de Locatelli sonó con empuje y fuerza, pero faltó el tono elegíaco que debe impregnar la partitura. Un tono que sin embargo sí asomó en la Sinfonía a Quattro en si menor Morte e sepoltura di Christo de Caldara, por mucho que donde más se apreciaran las virtudes del conjunto fuera en sus movimientos rápidos, como el allegro assai final. Como acompañantes mantuvieron el orden y la afinación habitual, con páginas memorables como la Sinfonía de la Cantata Non sa che sia dolore de Bach. Ahora bien, quienes sí brillaron por cuenta propia y en conjunción con sus compañeros fueron los solistas destacados. En esta particular cantata discutiblemente atribuida al maestro de Leipzig, Guillermo Peñalver realizó un tour de force a la flauta de los que quitan literalmente el aliento, manteniendo la misma energía y fuerza durante prácticamente toda la obra sin solución de continuidad. Rossi y Mercero bordaron un duelo de violines magistral en la Sinfonía fúnebre, mientras el segundo extremó el virtuosismo en sus frenéticos solos en otros pasajes del programa. Como no podía ser menos, Mercedes Ruiz nos encandiló en Pompe inutili de Caldara con su fraseo elegante y perfectamente ornamentado. En este punto también acertaron Alejandro Casal (clave), Juan Carlos de Múlder (tiorba) y Ventura Rico (contrabajo) al bajo continuo.

La hermosa soprano burgalesa Alicia Amo volvió a colaborar con la orquesta aunque con menor grado de satisfacción que en otras ocasiones. Mantiene una línea de canto homogénea, segura y en estilo, con un timbre de voz quizás no todo lo sedoso que conviniera pero suficiente en brillo y color, pero esta vez se quedó corta en unas ornamentaciones artificiosas, a veces forzadas y poco imaginativas. Por eso acertó más en sus arias sensibles, sobre todo en la segunda parte, con un In lagrime stemprato del más célebre oratorio de los muchos que compuso Caldara, Magdalena a los pies de Cristo, realmente conmovedor; al igual que Cari marmi de Muerte y sepultura de Cristo, también de Caldara y de nuevo poniendo voz a la atormentada y a la vez extasiada María Magdalena. En la misma línea protagonizó la propina en merecido homenaje al Padre Ayarra, dando vida a la belleza de El triunfo del tiempo y el desengaño de Haendel tras unas emotivas palabras del clavecinista, habitual colaborador de la Barroca, Alfonso Sebastián.

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