jueves, 26 de abril de 2018

ISLA DE PERROS Fábula entre la cultura japonesa y la animalista

Título original: Isle of Dogs
USA-Alemania 2018 101 min.
Dirección Wes Anderson Guión Wes Anderson, Roman Coppola, Kunichi Nomura y Jason Schwartzman Música Alexandre Desplat Voces (en versión original) Bryan Cranston, Koyu Rankin, Edward Norton, Bob Balaban, Bill Murray, Jeff Goldblum, Kunichi Nomura, Akira Takayama, Greta Gerwig, Frances McDormand, Akira Ito, Scarlett Johansson, Harvey Keitel, F. Murray Abraham, Yoko Ono, Tilda Swinton, Ken Watanabe, Fisher Stevens, Liev Schreiber, Courtney B. Vance, Roman Coppola, Anjelica Huston Estreno en Festival de Berlín 15 febrero 2018; en Estados Unidos 13 abril 2018; en España 20 abril 2018

Nueva incursión del excéntrico Wes Anderson en el cine de animación siguiendo la técnica del stop-motion, tras Fantástico Mr. Fox, una película que no recordamos nos resultara muy simpática, y justo después de triunfar hace tres años con Gran Hotel Budapest. En cierto modo, y con este último título reseñado como referencia, casi todo el cine de Anderson parece pertenecer al género, por su tratamiento de la imagen y, sobre todo, por su narrativa, tan anclada a un mundo de fantasía y de color que nos remite a la infancia más diversa e incluso marginal y hasta torturada, como se puede constatar en películas como Life Aquatic, Viaje a Dajeerling o Moonrise Kingdom. Con la ayuda de algunos de sus incondicionales, como Jason Schwartzman y Roman Coppola, sobrino e hijo respectivamente de Francis, Wes Anderson edifica su particular canto de amor a la cultura japonesa y, de paso, al universo canino, con una entretenida fábula, por una vez más sencilla y menos pedante de lo habitual en él, en la que un niño busca a su mascota entre la miseria y la basura a la que han sido condenados todos los perros de una ciudad japonesa con un virus letal como pretexto para el destierro y la marginación. Metáfora de la manipulación de los poderes fácticos sobre la opinión pública, el control del poder y la presión sobre los medios de comunicación, Anderson teje su fábula como si fuera un haiku, un poema breve sobre la diversidad y la injusticia en un mundo en el que aún queda resquicio para el amor, la camaradería y la solidaridad. Pero aunque hay abundancia de referentes nipones en esta nueva película del director de Los Tennenbaum, incluida una carismática banda sonora de Alexandre Desplat en la que la percusión tan ligada al teatro kabuki tiene un alto protagonismo, su particular universo se articula en torno a otras referencias culturales, entre las que no faltan Disney (La dama y el vagabundo), Antoine de Saint-Exupéry (el niño piloto encuentra una camada que le enseña los misterios de la vida, cual principito colectivo, en su búsqueda de su mascota guardián) o Michael Ende (la niña revolucionaria que apoya su causa desde Megasaki parece un trasunto de Momo, aunque guarda semejanzas también con la pedantorra Annie del cómic y el musical), no en vano Alemania coproduce el film aunque sólo sea para cubrir cuota de pantalla fuera de Estados Unidos. En su aspecto formal Isla de perros contiene soluciones estéticas de enorme belleza y creatividad, aunque en el camino se nos escapen muchos de sus abundantes detalles, y propone una pandilla perruna de lo más atractiva y entrañable, potenciada por un lujoso reparto de estrellas que ponen la voz a los adorables perritos y los personajes que los circundan (imprescindible la versión original), incluido un villano de aspecto imponente y hechuras dictatoriales y una Yoko Ono científica dispuesta a devolver la paz a la tierra. Falta sin embargo en todo este espectáculo visual y poético algo más de emoción, que lo que vemos y oímos no simplemente nos satisfaga por su imaginación y creatividad sino que además llegue a conmovernos y a reflexionar sobre los temas, algunos espinosos, que trata, sin dejarnos fríos como habitualmente hace el cine de este admirado según qué círculos cineasta. Aunque de todo lo que más choca es que los perros estén tan sucios, y se quejen de ello, cuando habitando una isla, por puerca que ésta sea, están rodeados de agua.

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