jueves, 14 de junio de 2018

VÍCTOR ULLATE BALLET: CARMEN DOMINATRIX

Carmen. Víctor Ullate, coreografía. Eduardo Lao, adjunto dirección artística y creación video. Pedro Navarrete, música original, orquestación y arreglos. Paco Azorín, escenografía e iluminación. Ana Güell, vestuario. Con Lucía Lacarra, Josué, Cosima Muñoz, José Becerra, Cristian Oliveri, Dorian Acosta, Gianluca Battaglia, Mariano Cardano y cía. Real Orquesta Sinfónica de Sevilla. Manuel Coves, director musical. Teatro de la Maestranza, miércoles 13 de junio de 2018

Se anunciaba como una versión vanguardista y rompedora del mito de la mujer fatal por excelencia, y ciertamente no lo es. Pero sí se trata de una más que digna revisión del personaje en un entorno nuevo que hubiera dado para una mayor profundización en el estudio sociológico del tema. Porque si esta Carmen ha dejado de ser una cigarrera del siglo XIX para convertirse en una modelo del XXI, y Escamillo ya no es torero sino quizás un diseñador importante, la mujer sigue sin embargo sometida a la misma sociedad castrante y machista que le hizo sucumbir casi dos siglos atrás en sus ansias de libertad y autodeterminación. Pero todo esto que sin duda hubiera sido muy interesante de haber recibido un tratamiento más profundo y riguroso, queda desdibujado en una dramaturgia errática en la que los conocidos episodios de la obra original se alternan con otros de cosecha propia, frutos de la colaboración entre Ullate y Lao, de forma algo inconexa y complicada de seguir, lo que entre otras cosas provoca desinterés en el espectador.

Pero un ballet es danza y música, y en este sentido la propuesta de Víctor Ullate es impecable, justo ahora que deja la dirección de la compañía que fundó en 1988 y que ha defendido por todo el mundo el talento que también en estas lides existe en un país injustamente identificado siempre con folclore y tipismo. Una orquesta en el foso es siempre un plus que no podemos pasar por alto, un valor añadido relevante que dignifica enormemente cualquier espectáculo que se precie, y la Real Sinfónica de Sevilla, acostumbrada año tras año a acompañar los ballets de enero, cumple sobradamente todo lo que se le pueda pedir, ofreciendo una lectura vigorosa, técnicamente impecable y rabiosamente estimulante de la música que para la ocasión ha articulado Pedro Navarrete, habitual orquestador y hermano de Javier, uno de nuestros compositores de música de cine que ha alcanzado la gloria de recibir una nominación al Oscar, en concreto por El laberinto del fauno. Su trabajo aprovecha el material temático de Bizet, que da señas de identidad al personaje por encima de cambios de época y ambientación, echando mano sobre todo de las suites, donde el trabajo de orquestación está más definido y necesita menos modificaciones para adaptarse a dramaturgia y danza. Añade además algunos temas propios, valses y tangos incluidos, de notable inspiración romántica y felices resultados, llevados por la interpretación de la ROSS, bajo la atenta dirección de Manuel Coves, a un altísimo grado de satisfacción, aun sirviéndose amplificada, a pesar de lo cual en las primeras filas podían apreciarse matices y detalles de los diferentes conjuntos instrumentales.

El espectáculo es sensacional a nivel de danza, con coreografías vistosas y complejas llevadas a muy buen término por un conjunto cuya compenetración es admirable, seguramente propiciado por el hecho de tratarse de integrantes fijos de la compañía. Naturalmente destaca Lucía Lacarra, cuya presentación a ritmo de percusión pregrabada le permite exhibir sensualidad, flexibilidad y frescura, ataviada como el resto del elenco con negras y agresivas vestimentas que potencian un componente sádico que convierte a la heroína en una especie de dominatrix. Dicha presentación sucede justo después de una glamurosa proyección videográfica, obra de quien fuera en su día primer bailarín de la compañía, Eduardo Lao, que continúa interactuando con la escena. Entre los cuadros coreográficos podemos destacar los conjuntos masculinos, con luchas magníficamente representadas entre un atlético y vigoroso Josué Ullate y un apropiadamente vanidoso Cristian Oliveri; los femeninos, con la original presencia de personajes transexuales que reflejan el contexto de diversidad que contemporiza el montaje, destacando el tango carcelario, guiño inequívoco y consciente a Chicago, como los hay también al baile en la azotea de West Side Story. Ni que decir tiene la belleza intrínseca a unos pasos a dos apasionados de inconfundible estilo clásico, auténtica reivindicación de un ballet de tendencia moderna pero respeto a la herencia, así como las elocuentes intervenciones de la muerte, interpretada con saludable ambigüedad por Dorian Acosta, y la dulce e ingenua sensualidad de Cosima Muñoz dando vida a Micaela. Todo ello al servicio de un montaje ágil, largo y complejo que eleva a excelencia la escasa tradición de nuestro ballet clásico, y que se ve además potenciada por una escenografía práctica y envolvente, resuelta con proyecciones como en muchos casos debería aplicarse a la ópera, tan anquilosada en muchos de sus presupuestos.

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