viernes, 22 de octubre de 2021

BARRAGÁN, DÍAZ Y TORRES A TODA ORQUESTA

2º Concierto del Ciclo Gran Sinfónico de la Temporada nº 31 de la Real Orquesta Sinfónica de Sevilla. Pablo Barragán, clarinete. Óliver Díaz, director. Programa: Tres pinturas velazqueñas, de Jesús Torres; Concierto para clarinete, de Magnus Lindberg; Sinfonía nº 2 en Re mayor Op.43, de Sibelius. Teatro de la Maestranza, jueves 21 de octubre de 2021


Celebramos en este segundo programa de abono de la Sinfónica la recuperación del formato clásico y su generosa duración. Hacía tiempo que no disfrutábamos de una pieza de introducción, otra concertante y una tercera de gran carácter sinfónico en un mismo concierto, alcanzando una duración standard por encima de lo que nos ha acostumbrado la orquesta en sus últimas temporadas, recuperando también de paso el agradecido intermedio para debatir, asumir y reflexionar, además de por supuesto conceder un respiro a la batuta y la plantilla. Todo eso pudimos disfrutar anoche en un concierto que además supuso el debut del sevillano Pablo Barragán con la Sinfónica, después de protagonizar junto a Pérez Floristán y Andrei Ionita un icónico concierto en este mismo escenario hace tres años, y de colaborar en alguna que otra ocasión con la Bética de Cámara.

Con más de noventa obras a sus espaldas, algunas concebidas como importantes encargos institucionales, el compositor zaragozano Jesús Torres, presente en la sala, ganó con Tres pinturas velazqueñas el Premio de Composición AEOS-Fundación BBVA hace siete años. Su estreno absoluto tuvo lugar al año siguiente en el Auditorio Nacional con la Orquesta de Cadaqués dirigida por Vassily Petrenko. Su debut ahora por la Sinfónica de Sevilla forma parte del compromiso adquirido junto a otras veintiséis orquestas nacionales tras la obtención del galardón. La ROSS cumplió anoche con una interpretación impecable y redonda de una partitura sobre todo atmosférica y muy centrada en el carácter mitológico de los cuadros de Velázquez a los que rinde homenaje. Con acordes debussynianos comienza La venus del espejo, un primer movimiento de carácter sensual y poético que la batuta de Óliver Díaz modeló hasta el paroxismo. Una marcha de intensidad dramática gradual ilustra Cristo crucificado, con una estética mística y amplias posibilidades de lucimiento expresivo de la orquesta no desaprovechadas por la atenta mirada de su director. El triunfo de Baco ofrece finalmente una ligereza armónica al servicio de una exultante celebración tímbrica. La sensación final es de una obra bien construida, de profusa orquestación y sugerentes resultados que sin embargo no llega a emocionar lo suficiente y se queda algo corta en capacidad inventiva.

Finlandia en el horizonte

Natural de Marchena y afincado en Alemania, lo que le impidió en plena pandemia asistir a su última cita programada, con la Bética hace un año, Pablo Barragán ha dejado buena constancia de su talento y disciplina en todas las ocasiones en que hemos podido disfrutar de su música. En esta ilusionante ocasión, por primera vez con la ROSS, se le encargó una difícil misión, interpretar el complejo y alambicado concierto del finlandés Magnus Lindberg, una mezcla de tradición y vanguardia muy difícil de interpretar pero fácil al oído, en la que además la percusión ocupa un importante lugar. Con solo la versión de Kari Kriikku, su destinatario, como referente, hemos de admitir que Barragán ha estudiado la partitura en profundidad y ha logrado a partir de su análisis y reflexión introducir variaciones expresivas de muy interesante calado. Así por ejemplo, no queda rastro de sus ingenuos pasajes de estilo mickey mousing, que él ha traducido en irónicos juegos de virtuosismo ornamental. Por el contrario, se apreció en algunos momentos cierta inquietud que le llevó a sentirse incómodo y perdido, como en esa cadencia doblada por algunas maderas que sigue a un tumultuoso pasaje muy bien resuelto con un adecuado exceso decibélico por la batuta. El esfuerzo de Barragán se hizo patente, sus múltiples cambios de tono y registro, esos extenuantes cambios de color que exige la partitura y los insólitos sonidos y acordes que se le exigen terminaron con el intérprete visiblemente agotado.

De Sibelius parece que solo existan las sinfonías números 2 y 5, además del consabido poema sinfónico Finlandia. Esta segunda sinfonía la interpretó la ROSS por última vez hace dos temporadas, con resultados excelentes. Pero eso no fue óbice para que Óliver Díaz lograra una versión extraordinaria y muy emocionante de la partitura. Formado en la Julliard School of Music y responsable de la dirección musical del Teatro de la Zarzuela durante varios años, lo que le trajo a Sevilla con La tabernera del puerto y Los diamantes de la corona, además del ballet Giselle de este mismo año, Díaz acarició cada nota de esta intensa página romántica de Sibelius, su última en ese estilo antes de que se abandonara a explorar nuevos caminos expresivos. La de anoche fue una interpretación generosa en fervor y lirismo romántico, en la que sobresalieron los metales, una familia que durante mucho fue la más endeble de la orquesta y que hace tiempo ha alcanzado niveles sensacionales. Díaz resolvió el allegretto con ternura pastoril combinada con misterio y cierto desconcierto espiritual, mientras el andante fue sobrecogedor, con transiciones muy sutiles y graves muy trabajados. El vivacissimo alcanzó un notable nivel de agilidad hasta llegar al paroxismo emocional con su elegantísima transición al movimiento finale, solemne y triunfal, con crescendi espectaculares y una coda triunfal de las que cortan la respiración.

Fotos: Guillermo Mendo
Artículo publicado en El Correo de Andalucía

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