miércoles, 20 de septiembre de 2023

UNA ESPLÉNDIDA NOVIA VENDIDA EN PRAGA


Asistimos a una representación en el Teatro Nacional de Praga de la ópera de Bedrich Smetana, considerada quintaesencia del espíritu popular checo. Hay que ser muy afortunado para programar un viaje a Praga con el pretexto de asistir a un concierto de la icónica Björk, evitando así otra visita a Madrid, donde actuó hace un par de semanas, y recuperando de paso un viaje abortado hace dos años con motivo del covid, y coincidir con una representación en el Teatro Nacional de la ópera de Smetana La novia vendida. Seguramente éste no sea el título más logrado de la lírica checa, ahí están Dvorák y su Rusalka, que podremos ver esta temporada en Les Arts de Valencia, o cualquiera de las imprescindibles óperas de Janacék para demostrarlo; pero sí es desde luego la que mejor representa el espíritu decididamente desenfadado y alegre del pueblo checo, además de un título poco o nada representado en nuestras latitudes, por lo que la ocasión ha sido única y muy celebrada, ya que la producción, a pesar de su sencillez, ha merecido además nuestro más encendido entusiasmo. En el recuerdo queda la grabación en alemán que protagonizó Pilar Lorengar y dirigió Rudolf Kempe en 1962, o la muy colorista que para la televisión grabó la Filarmónica Checa en 1982.

He podido comprobar en sucesivos viajes a países del entorno que sus teatros de ópera conservan sus propias compañías, con las que alternan la temporada con la recuperación de producciones de repertorio, más o menos antiguas, que permiten un fluido continuo de espectáculos, además de la posibilidad para propios y turistas de disfrutar de la ópera en países especialmente relacionados con el género. Así asistimos hace años a una Bohéme en Budapest ciertamente vetusta pero muy efectiva, resuelta con mucha profesionalidad por cantantes y técnicos del propio teatro, o de un Barbero de Sevilla en Viena cuya celebrada producción en una suerte de patio de vecinos se remontaba nada más y nada menos que a los años sesenta del pasado siglo. Del mismo modo, esta La novia vendida (Prodaná nevesta) de Smetana es una producción del propio Teatro Nacional de Praga estrenada en mayo del año pasado, cuya intermitente recuperación se alterna con una programación más a tono con la costumbre en otros escenarios reputados de la geografía europea. Su directora escénica, Alice Nellis, curtida en este emblemático teatro, propone una adaptación muy inteligente e ingeniosa de su rancia trama, de forma que ésta queda algo velada por el argumento adicional que se añade con tanta inventiva como oportunidad. Así, el tema de los matrimonios de conveniencia y el triunfo del verdadero amor pero con connotaciones machistas, queda relegado a un segundo lugar, mientras Nellis centra su atención en el proceso de creación de un espectáculo operístico, aprovechando de este modo para cuestionar el empeño de muchos directores escénicos por modernizar la ambientación de sus óperas, a menudo de forma harto inoportuna.

Imagen publicitaria de la ópera
Dividida en tres actos, asistimos en el primero a la lectura y adjudicación de personajes, con el principal, Marenka, en manos de dos candidatas y una sustituta, hasta que el director de escena ficticio se decanta por la voz rutilante, fluida, colorida y magníficamente fraseada de Jana Sibera. Como un auténtico divo algo hortera aparece Peter Berger como Jenik, el enamorado de la protagonista, de voz algo apagada y un pelín rugosa, aunque poseedor de un agradable timbre y una inmejorable vis cómica. El espíritu mozartiano se adueña rápidamente de la función, casi un siglo después de las óperas bufas del genio de Salzburgo, evocando esa alegría que rezuma el título y para la que Smetana echó mano del folclore checo, sin por ello tener que introducir melodías populares en la partitura. Así este primer acto deriva al final en una furianta, danza típica checa que el espléndido cuerpo de baile defiende como si se tratara de un baile urbano contemporáneo, ropa deportiva incluida, anticipando así la primera intención del director de escena en la ficción. La combinación de la música de Smetana y el baile urbano resulta sencillamente deliciosa y hasta emocionante.

Ya en el segundo acto, Jenik aparece como un joven bohemio de la actualidad que trabaja descargando cajas en un bar, mientras Kecal, el intrigante casamentero al que da vida con considerable solvencia el bajo Zdenek Plech, potencia el ambiente periférico de la función vistiendo un chándal. La responsable de vestuario que figura entre un elenco que incluye al disciplinado perro de la coreógrafa, proporciona a Kecal un complemento de vestuario al final del acto que preconiza el cambio de opinión del director de escena, que finalmente decide ambientar la ópera en su época y ambiente originales, acorde al costumbrismo imperante, aunque alterado con un sentido minimalista de la escena y el luminoso blanco del vestuario. Llegamos así a un sorprendente acto tercero que arranca con una virtuosa exhibición de espectáculo circense a cargo de acróbatas de la propia compañía, mientras un accidente sufrido en el segundo acto por la diva que interpreta a Marenka, propicia que entre de nuevo en escena su sustituta, Markéta Klaudová, alternándose en el rol de forma tan original como atrevida.

Foto: Luis Pascual

Con su pierna escayolada, Sibera no renuncia a ser la estrella de la función, y como su estado físico se lo impide, se opta por doblar a Klaudová como si del final de Cantando bajo la lluvia se tratara. Todo así resulta feliz y divertido, decididamente estimulante, destacando también la divertida intervención de Ondrej Koplík como el atolondrado Vasék, prometido de Marenka, especialmente en su aria tartamuda de presentación. Concluimos así felices de haber asistido a una ópera clave del nacionalismo checo, imbuida de alegría y ganas de vivir, y no exenta de ironía y cinismo, como muy bien supieron captar la directora de escena y la vitalista y aguerrida dirección musical de David Svec al frente de una espléndida y precisa Orquesta del Teatro Nacional de Praga. Una interpretación orquestal en perfecta compenetración con las voces, haciéndose eco de una lúcida comprensión del sentido cómico de la trama y una música exquisita que no sufre en manos de su director musical la vulgarización a la que muchos otros la condenarían.

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