El
joven sevillano debía haber interpretado el primero de los tres conciertos de
Bartók en mayo de 2023, con Marc Soustrot a la batuta, pero fue suspendido por huelga
del personal de la orquesta. El tercero protagonizó el último concierto de Soustrot como director titular de la Sinfónica,
en junio pasado. La próxima temporada le tocará el turno al segundo de estos
conciertos.
En
el podio, una de las más renombradas directoras de orquesta, la surcoreana Eun Sun Kim, ampliamente laureada, con
vasta experiencia dirigiendo algunas de las más prestigiosas orquestas del
mundo, y depositaria de entusiastas críticas. Muchas razones para dejarse seducir por tan estimulante cita,
a pesar de su brevedad, toda vez que del programa original de aquel mayo de
2023, se apeó Finlandia de Sibelius.
Pérez
Floristán entusiasmado y en sintonía
Tras
dos breves piezas de juventud para piano, una rapsodia y un scherzo, Bartók
compuso sus tres conciertos para piano,
fundamentales para el repertorio del siglo XX, entre 1923 y 1926. El primero es
una página de considerable rigor rítmico
y contrapuntístico, de considerable dificultad y una estética neoclásica evidente,
en la que el piano asume a menudo el carácter
de percusionista, junto a una representación de la sección en la que el
veterano Gilles Midoux asumió su
último concierto antes de jubilarse y tras pertenecer a su plantilla desde su
fundación. Un dato que el director gerente de la orquesta, Jordi Tort,
aprovechó para brindarle un merecido
homenaje ante el público.
El
carismático pianista pareció disfrutar
a tope durante toda la interpretación de la página, jugueteando con el teclado,
extrayendo de él su máxima expresividad, y evidenciando en su rostro una actitud de demoledora satisfacción. Una
interpretación impecable, de ritmo preciso y a menudo brutal, si bien limando
asperezas y haciendo hincapié en la brevedad de sus motivos y ese puntillismo a menudo presente en la
partitura. Una interpretación intensa
pero controlada, especialmente en su particular andante, abordado junto a maderas y percusión como si de un misterioso pasaje se tratase.
Igualmente
controlado fue el trabajo a la dirección de Sun Kim, que estuvo muy atenta a la lógica de la construcción
y a la estética del pianista, si bien echamos en falta algo más de incisividad
y una mayor vehemencia a la hora de
articular emociones. En realidad, fue ese aparente
caos que deambula por la pieza lo que más echamos en falta, como si el
empeño de la directora enturbiara el concepto que habitualmente tenemos de este
icónico concierto.
Floristán
decidió en la propina recuperar la
participación de Sibelius en el programa original, interpretando con una
sensibilidad extrema y una capacidad melódica excelsa, El abeto.
Una
narrativa muy precisa
Por
esos derroteros corrió también Petruchka,
el segundo de los ballets que Stravinski compuso para Dhiagilev, de origen
igualmente pianístico, instrumento del cual se hizo cargo, con la habitual
fortuna que le caracteriza, Tatiana
Postnikova. Todas las familias instrumentales, por cierto, brillaron a un
nivel excepcional, con solos extraordinarios de Juan Ronda a la flauta, José
Forte a la trompeta y toda una sección
de trompas de extraordinaria resolución.
Toda
la alegría de la fiesta y el carnaval,
así como los pasajes más relajados y sentimentales y aquellos de carácter mayoritariamente
circense, sus aspectos más humorísticos y hasta ridículos, quedaron
perfectamente plasmados en esta impecable
interpretación. La cuerda brilló por derecho propio en sus frecuentes
pasajes fuertemente sincopados, dando todo el conjunto a las órdenes de tan
esmerada batuta, una inconfundible
sensación de magia, tan afín a la historia narrada y los movimientos
imaginados de los y las danzantes.
Artículo publicado en El Correo de Andalucía